A Cobarde, vieja, tan salvaje (Amsterdam Llibres), El Far es un personaje más. Se trata del bar que David hereda de Eduard, y que en las páginas del libro se define como el único lugar de Igualada que no huele a anonimato corporativo. Y todavía más. “Al Far s’hi entra com un cavall surt d’un incendi: amb aclucalls, perquè el perill, la nostàlgia o el rostre inclement de la decepció poden ser a cada cantonada, gravats a les parets”. La novela, galardonada con el Roc Boronat, es la segunda referencia de Arià Paco (Igualada, 1993), doctorando en filosofía y profesor auxiliar a distancia en la Universidad de Arizona. Nos citamos con él en el Bar Mendizábal para ofreceros la nueva entrega del Entre copas.

Foto: Irene Vilà

En el libro dices que hay dos tipos de mañanas de resaca: las tristes y las felices. ¿Cuál fue la última vez que tuviste resaca?
Seguramente, la última vez haya sido algún domingo de un par de semanas atrás. Los domingos son mi día de resaca. Cuando ya estábamos vacunados, pero la pandemia todavía era un tema de conversación, siempre hablaba con los amigos que, para la gente de nuestra edad, pasar la covid era como pasar una resaca. Quiero decir: para pasárnoslo bien una noche, ya pagamos con gusto este coste de dos días. Pero es un coste y, como lo es, la pregunta que siempre te haces el día siguiente es: ¿vale la pena? Hay algunas gratuitas, pero también hay otros dónde, en retrospectiva, por las situaciones inesperadas y las conversaciones valiosas que has tenido; por haber amado a tus amigos de una manera determinada, sí que compensa este día menos de vida que sufrimos. Los días de vida auténtica son tan pocos, que piensas: a cambio de un sábado como éste, vale mucho la pena que este domingo no exista.

¿Ha habido alguna resaca que te haya cambiado la vida?
¿Alguna que me haya hecho pensar en dejar de beber? Es una reflexión que solo hago aquellos domingos de los cuales hablábamos. Hay una canción de Brams donde el estribillo dice: "el lunes que viene dejo la bebida". Y una segunda voz responde: ¡"no te lo cree ni tú!" Suena muy a menudo en el casal popular de Igualada que utilizo de referente para crear El Far, el bar de Covarda, vella, tan salvatge. El de verdad, el de Igualada, se llama El Foment. Si entraras, después de leer el libro, lo reconocerías en el instante: arquitectónicamente es una cosa muy antigua y muy señorial que, de repente, acaba en manos de la gente más inesperada. Es aquel tipo de bar donde sabes que encontrarás a alguien para charlar o para hacer una cerveza, sin necesidad de haber quedado previamente. En Barcelona, para quedar con alguien, necesitas toda una logística previa y una calendarización que en Igualada no hace falta.

Es un poco triste que el bar sea un espacio de consumo. Me dan envidia las sillas con que las abuelas andaluzas ocupan la calle para charlar.

¿Y a ti te está bien, esta dinámica del bar de pueblo?
Sí que me funciona, porque tengo una naturaleza muy dual. Quiero decir: durante muchas horas al día soy una persona solitaria que lee y escribe; y si, de repente, me entra la necesidad de socializar de forma caprichosa y sin premeditación, el hecho de que haya una dinámica orgánica funcionando al margen, una cosa que me pueda encontrar si la necesito, lo hace todo muy fácil. Además, escribir me da una hiperactividad mental, una voz constante que no calla, que casi no me deja ni ducharme tranquilo —escribir, de hecho, es capturar este exceso de discurso—, que de alguna manera necesito apaciguar. Yo sé que, si estoy todo el día escribiendo, a partir de las nueve de la noche necesitaré una cerveza. El alcohol puede ser un sedante muy útil, cuando te pasas todo el día atizando el fuego de la mente.

Esta familiaridad de la cual te beneficias en el bar de pueblo también tiene contrapartidas, sin embargo. En el libro escribes: "Citarse con un ex en el Far es casi televisarlo".
El bar tiene esta paradoja, que es público y privado al mismo tiempo: tienes que pagar para entrar y para mantenerte dentro, pero al mismo tiempo te permite jugar al juego de la visibilidad pública. Es un poco triste, que un espacio donde nos relacionamos sea, al mismo tiempo, un espacio de consumo. Me hace sentir envidia de las sillas con que las abuelas andaluzas ocupan la calle para charlar; eso me parece un lifehack muy necesario.

Foto: Irene Vilà

Hablando de abuelas: los personajes de Covarda, vella, tan salvatge reflexionan sobre cómo, aunque las suyas se hayan dejado la piel haciendo ir las ramallosas de coser, piensan en las abuelas como cocineras, no como trabajadoras.
Mi abuela tenía ramallosas en casa y se pasaba todo el día cosiendo, a la vez que se encargaba de cuatro criaturas. Yo eso no lo llegué a ver, este apogeo máximo de productividad, de estar haciéndolo todo al mismo tiempo. A las abuelas las conocemos como abuelas, y nos dan esta falsísima imagen de personas tranquilas, sin estridencias, cuando en el fondo han sido unas mujeres que han hecho cosas muy bestias y que han currado muchísimo.

Esta toma de conciencia contextual también aparece cuando hablas de los hombres que llenaban el bar de al lado del instituto a medida que las curtidurías iban yendo a la quiebra.
Me interesaba aproximarme de esta manera a la realidad de Igualada porque, al fin y al cabo, los jóvenes protagonistas del libro, que uno se va a Alemania, que otro se va a los Estados Unidos, lo hacen en respuesta a una realidad material: durante años, l'Anoia ha sido la comarca con más paro de Catalunya. Igualada es un lugar económicamente muy deprimido, porque dependía de unas industrias que se han ido a otros países dónde la mano de obra es más barata, y llega un momento donde se queda sin proyecto. Yo soy nieto de la inmigración que, desde Murcia y desde Aragón, vino a Igualada a buscar trabajo en sectores que ya prácticamente no existen. Yo muy a menudo me pregunto cómo es, que nazco en Igualada. No es azar la palabra que busco, pero si me interesa aquel cúmulo de coincidencias que conforman tus grupos sociales, que te configuran como persona y que te hacen adoptar una identidad diferente de la de tus abuelos. Yo soy catalán, pero mis abuelos ni siquiera lo hablaban.

Yo soy nieto de la inmigración que, desde Murcia y desde Aragón, vino a Igualada a buscar trabajo en sectores que ya prácticamente no existen

Este éxodo ahora es más bien sentimental, y el libro no solo se hace eco, sino que profundiza en las dinámicas de bar donde los parroquianos determinan si se pueden acercar a una recién llegada, o no, en función de sí la leen como a "la pareja de".
Yo tengo amigas que han venido a vivir a Igualada porque tenían la pareja allí, y realmente les cuesta muchísimo sacarse la etiqueta de "la novia de" y que las dejen de ver a través de un tercero. En el libro, hay un momento donde Itziar le pregunta a Biel: ¿"si lo dejo con David, seguiremos siendo amigos"? Me interesa, cuando una relación se acaba, qué hacemos del resto de relaciones, y explorar otras cosas diferentes de todo aquello que tenemos tipificado socialmente. Con el amor romántico, es muy evidente el guion que tienes que seguir, pero no lo es tanto cuando hablamos de amistad. O en la relación entre un padrastro y un hijastro cuando el vínculo que los unía se rompe, como el Poeta chileno de Alejandro Zambra. Estas relaciones sin códigos, estos espacios intermedios, me interesan mucho. Creo que tenemos que encontrar maneras de integrarnos en la vida del otro que no sean aquellas puramente íntimas; aquellas que nos hacen escoger únicamente a una persona y desvincularnos del resto.

Foto: Irene Vilà

A veces con esta desvinculación, al principio de libro escribes que David, el hijo del barman, huye de la sombra de su padre. ¿Huimos del pueblo porque huimos de los padres?
Hay un momento del libro donde los personajes se lo preguntan: ¿traicionamos a los padres, cuando nos marchamos del pueblo? Y en parte se lo preguntan porque, cuando los padres te dan cierta educación, lo que quieren es que puedas salir del pueblo. Eso de alguna manera se podría entender como los padres despotrican de la vida que han llevado ellos, como si la impugnaran. Mis personajes no están exactamente huyendo de sus padres, aunque al principio sí que lo haga David. David, precisamente, experimenta un cambio en este sentido que hace detonar la historia: cuando muere Eduard, él deja el mundo audiovisual y se pone al frente del bar. Es entonces cuando, toda aquella insatisfacción que experimentan los amigos de su grupo, él deja de sentirla. Le está bien, con una vida tranquila y con los lazos de la pequeña comunidad, a la vez que sus amigos son incapaces de aceptar que haya renunciado a la imagen y al discurso de éxito que le han vendido durante la etapa de estudios superiores.

David coge el rol de barman de forma muy litúrgica.
Hablo de su conversión en clave religiosa porque su apuesta implica el abandono de la fe anterior, la del éxito creativo, hacia otro tipo de fe. Y claro que está la cosa performativa, porque para mí va intrínseca al concepto de bar. l al fin y al cabo, un bar es un sitio donde se genera no la fantasía, pero si el juego, la pequeña ficción, que somos servidos por alguien que tiene como misión escucharnos y proveernos de todo aquello que pedimos. Si te lo miras antropológicamente, es una cosa bien extraña, pero que David vive con paz cuando se pone al frente del bar. Es una paz que, éticamente, me gustaría tener a mí. Me gustaría ser alguien que, sencillamente, está en paz. Alguien que no tiene insatisfacción. Escribir, sin embargo, es un trabajo que se basa, como decía Susan Sontag, al estar permanentemente insatisfecho.

Cuando se pone al frente del bar, David vive una paz que me gustaría tener a mí. Querría ser alguien que, sencillamente, tiene suficiente.

Me decías que el bar de Covarda, vella, tan salvatge está inspirado en El Foment de Igualada. ¿El barman de El Foment y el de El Far se parecen, también? ¿Vas a menudo?
El Foment ahora lo lleva un buen amigo mío que, en parte, sí que me sirvió de inspiración para el personaje de David, aunque los caminos vitales que han hecho han sido diferentes. El hecho de que seamos amigos con él hace que, aunque ya éramos asiduos, ahora nos hemos hecho fijas del bar, en lugar de hacer ruta de un bar del rollo en otro bar del rollo.

¿Qué quieres decir, con un bar "del rollo"? ¿Un bar de punks?
"Del rollo", a Igualada, es un eufemismo para decir "independentista". Cuando empecé a salir de bares, de adolescente, eran los ambientes por los cuales me movia. La verdad, sin embargo, es que yo no me lo tomaba nada políticamente. No sé como decirlo: simplemente, seguía a mi grupo, y con mi grupo nos encontrábamos cómodos, en aquellos ambientes. Pero yo no me consideraba abiertamente independentista con 18 años. Entonces la independencia no es que me pareciera una cosa marciana, pero sí muy lejos del posible.

Foto: Irene Vilà

Uno de tus personajes está trabajando en su tesis y de repente, escribes, "sus argumentos empezamos a simpatizar con el nacionalismo, con el localismo". Entiendo que, a lo largo de los años, tú también has experimentado este viaje.
Y todavía lo estoy haciendo. Mi tesis gira en torno a las obligaciones políticas del votante, y cuando más avanzo, me doy cuenta de que todo nace de una necesidad personal. Las cosas que defiendo en la tesis tienen que ver con la desazón con qué hacer, en democracia, cuando la pregunta que interesa a un grupo de electores no está permitida; no paro de poner el caso catalán como ejemplo. Mi pulsión nacional, en este sentido, sí que creció durante los años que paso en Arizona haciendo el máster.

Uno de los personajes del libro, cuando está en el extranjero, entra en los bares simulando que habla por teléfono en catalán para que no lo molesten. ¿Hasta qué punto tú también has utilizado el catalán como escudo de protección, viviendo en Arizona?
Como escudo quizás no, pero yo necesitaba el catalán, y estuve buscando catalanes en Arizona de forma obsesiva. Los buscaba en cualquier red social, pero no lo conseguí. Para conectar con la lengua, una cosa que hacía era ir a una explanada del desierto de Tucson a escuchar y cantar música en catalán. Canciones que, de más joven, me daban pereza. Recuerdo preguntarle a un americano: cuando me oyes cantar en catalán, ¿qué te viene en la cabeza? Me respondió que le parecía un terrorista; una persona que está tramando algo.

La ventana de oportunidad que tuvo el 1-O en los informativos de los Estados Unidos fue muy corta, porque al cabo de pocas horas hubo una matanza en Las Vegas, y aquella cosa que había pasado en España dejó de ser noticia

¿Estabas en Arizona, en octubre del 2017?
Sí, lo viví a distancia y pasando muchos nervios. Con la diferencia horaria, para mí era de noche además, y fue una noche de insomnio. La cosa interesante que experimenté, al vivirlo todo entre americanos, era enterarme de la poca resonancia que tenía todo. La ventana de oportunidad que tuvo en los informativos de los Estados Unidos fue muy corta, porque al cabo de pocas horas hubo una matanza en Las Vegas, y aquella cosa que había pasado en España dejó de ser noticia. Como queriendo decir: han matado a un centenar de personas con una AK47 en Las Vegas; un poco de seriedad. Yo estaba preocupado por una cosa muy fuerte y, al mismo tiempo, no lo podía hablar con nadie. ¿"Qué? ¿Quién? Catalanes"?.

A Covarda, vella, tan salvatge, tus personajes pasan por un ultramarinos por la noche para comprar comida y llevarlo a los manifestantes que están en el aeropuerto. Cuando estan de camino, desconvocan la manifestación.
Este tipo de desengaño, o de despolitización, me parecía importante colocarlo al inicio, para apuntar a la dirección de la novela. Han intentado eso y han fallado, de la misma manera que han intentado hacer documental y no han podido; la vida los acaba llevando por otros derroteros. El problema que explora la novela es como resolver su amistad y el encaje que los unos tienen en la vida de los otros. La vida separándonos y atomizándonos: para nuestra generación, el Procés ha sido eso. Un recordatorio que la vida es creer que podemos hacer cosas juntos, aunque no las acabamos haciendo.