Pocos artistas han sido tan fieles a su tierra como Salvador Dalí. Excéntrico, provocador y profundamente enamorado del Empordà, el pintor no solo encontró allí su inspiración, sino también algunos de sus sabores más queridos. No es casualidad que en Figueres aún podamos visitar tanto su casa como su museo, testigos de esa relación inseparable entre el genio y su territorio. Y entre esos pequeños tesoros gastronómicos que tanto disfrutaba, hay uno que destaca por su singularidad: la butifarra dulce, un embutido tradicional que, como el propio Dalí, sorprende y desconcierta a partes iguales.

El embutido catalán que enamoró a Dalí

La butifarra dulce es, a simple vista, una butifarra cruda más, pero al probarla revela su auténtica personalidad. Se elabora con carne de cerdo seleccionada, azúcar —en cantidades generosas, hasta 750 gramos por kilo de carne—, cáscara de limón rallada y un poco de sal. Por lo general, se comercializa cruda, ya que una de las formas preferidas de consumo es cocinada. Es aquí cuando, el azúcar obra su magia y al caramelizarse se vuelve algo exquisito. Hasta su textura cambia y adquiere incluso un tono brillante. También el contraste de sabores se intensifica, motivo por el que esta butifarra tiene tanto admiradores, sean genios o personas de a pie.

Plat de botifarra amb mongetes Ada Parellada Foto Raquel Sánchez
Plato de butifarra con judías / Foto: La Gourmeteria

Aunque muchos piensan que es un embutido exclusivo del Alt Empordà, Jaume Fàbrega, en su blog Bona vida, aclara que su presencia es mucho más amplia, extendiéndose también por el Baix Empordà, la Selva, la Garrotxa y, prácticamente, toda la provincia de Girona. Según denuncia el autor, incluso ha habido antropólogos y publicaciones que han sostenido teorías erróneas sobre su origen y particularidades. Algunos la han descrito como un producto “único de Figueres” o con ingredientes “diferentes” al resto de localidades, lo que, según Fàbrega, es totalmente falso. “En el Baix Empordà la hacen por todas partes”, asegura, destacando, que aunque cada comarca tiene sus versiones, todas parten de la misma base y tradición campesina.

La butifarra dulce es, a simple vista, una butifarra cruda más, pero al probarla revela su auténtica personalidad

La butifarra dulce no solo ha perdurado, sino que ha evolucionado, dando lugar a variantes como las llamadas “salchichas dulces” o los látigos dulces, embutidos secos que mantienen ese toque dulce, perfectos para consumir en aperitivos o postres.

Carn, botifarra / Foto: Freepick
Carne, butifarra / Foto: Freepick

Más allá de las carnicerías y las mesas familiares, la butifarra dulce cuenta incluso con su propia cita anual. En las localidades de Salitja y Sant Dalmai, a caballo entre las comarcas de la Selva y el Gironès, se celebra cada año la Feria-Festa de la Botifarra Dolça, donde este peculiar embutido se convierte en protagonista absoluto. Degustaciones, concursos de cocas y platos elaborados con butifarra dulce, actividades populares e incluso la presencia de gigantes —“En Butifarra” y “Na Dolça”— forman parte de una fiesta que reivindica no solo el valor gastronómico del producto, sino también su arraigo cultural en las comarcas gerundenses.

La butifarra dulce, un embutido que no deja indiferente

A medio camino entre la sorpresa y la tradición, la butifarra dulce sigue siendo uno de esos productos que no dejan indiferente. Puede que para algunos resulte chocante encontrarse con un embutido azucarado, pero basta con probarlo una vez para entender por qué ha llegado hasta nuestros días y por qué enamoró a personajes tan singulares como Dalí. Ya sea como postre, en guisos o en su versión seca para picoteo, esta joya de las comarcas gerundenses mantiene vivo el sabor de una tierra que, como su cocina, es capaz de combinar lo inesperado con lo auténtico.