Me encanta ir con niños a un restaurante. Gastronómicamente, la experiencia es pavorosa. Antropológicamente, sin embargo, se parece bastante a ir a la grada de animación de un estadio: un contexto donde el jaleo y liarla está socialmente aceptado. Me gusta ir con niños a un restaurante porque me gustan los niños, y los niños me gustan porque tienen la capacidad de que todo el mundo a su alrededor haga ver que no interrumpen una paz necesaria para la vida civilizada. Los adultos no la tienen esta capacidad; cuando se olvidan, sin embargo, el tiempo se detiene. Sally Albright se olvidó, de eso, cenando con Harry Burns en la película Cuando Harry encontró a Sally (Rob Reiner, 1989).
La escena más famosa del filme es también la escena más famosa —muy probablemente, a su pesar— de la carrera de Meg Ryan: durante una de las primeras citas entre su personaje y el de Billy Crystal, y entre bocado y bocado de bocadillo de pastrami en el Katz Deli, un restaurante centenario del Lower East Side de Nueva York, Ryan le demuestra a su compañero de mesa quan fácil es para una mujer fingir un orgasmo; uno de los ruidosos. Los comensales se giran. Las bocas que hasta hace un momento masticaban quedan abiertas. La paz se rompe. El tiempo se detiene. "Aquí está donde Harry encontró a Sally", podréis leer en un cartel, si nunca visitáis el local, "¡ojalá os lo pasáis tan bien como se lo pasó ella!".
Querer invitar a cenar Meg Ryan y haber crecido mirando rom-coms de los noventa, supongo, van de la mano. Ryan no solo nos hizo suspirar a ti, a mí, y a Billy Crystal: el Tom Hanks de Alguna cosa para recordar también cayó rendido a sus pies. Sobre papel, Alguna cosa por recordar nos explica la historia de un arquitecto viudo a quién su hijo convierte en un fenómeno mediático y, de rebote, en el hombre más deseado por las mujeres americanas a la búsqueda de pareja. En mi imaginario, la película en realidad trata de un pobre tipo que necesita que alguien cocine para él y para su hijo. La segunda escena de la película —la primera es el entierro—, nos traslada a la cocina de Hanks, donde muchos amigos, conocidos y saludados le dicen los tupperwares que, para salir del paso, podrá encontrar nevera adentro.
En el ecuador del metraje, cuando su hijo le pregunta por qué la nueva amante del padre llega de mercado tan cargada de bolsas, Hanks le contesta "Nos quiere hacer la cena, mentalízate".
La importancia y el peso de los restaurantes y las viandas en Cuando Harry encontró a Sally y Alguna cosa para recordar tienen su explicación en los títulos de crédito: ambas películas están escritas —y la segunda de ellas, también, dirigida— por Nora Ephron. Ephron, aparte de hacer carrera en el mundo del cine, también firmó artículos y novelas tan inolvidables como sus películas. "Mi madre era buena cocinera", dice la protagonista de Heartburn (Nora Ephron, 1983), "pero también creía que si trabajabas duro y prosperabas, alguien cocinaría para ti". La novela, protagonizada por una escritora de libros de recetas embarazada y en pleno descalabro sentimental, sirvió a Ephron para exorcizar a los demonios de su (segundo) matrimonio con Carl Bernstein.
En mi imaginario, Alguna cosa para recordar en realidad trata de un pobre tipo que necesita que alguien más cocine para él y para su hijo
Heartburn, que Anagrama tradujo con el título Se acabó el pastel, es la narración en primera persona de una derrota matrimonial y, al mismo tiempo, un recetario de lo más útil. Rachel Samsat, protagonista de la novela, integra de forma orgánica, dentro de su lamento tragicómico, hasta dieciséis recetas completas, del pastel de melocotón a la pasta alla cecca. Técnica aparte, Samsat, Ephron, comparten con el lectorado reflexiones que nacen en el estómago y se estacan en el corazón. "Cuando me enamoro de alguien, empiezo por las patatas", dice Samsat, en unos párrafos dedicados a los tubérculos fritos. "Cocinarlas requiere tiempo, y el tiempo, cualquier tonto puede decírtelo, es el secreto de cualquier relación amorosa".
Los paralelos entre Samsat y Ephron, sin embargo, no son solo afectivos. Personaje y autora tenían debilidad por la cocinera mediática Julia Child, de la cual Ephron acabaría escribiendo y dirigiendo, incluso, una especie de biopic: Julie & Julia. Quién fuera productor de aquel proyecto, Scott Rudin, confirmó en una entrevista lo que no era más que una leyenda: que, por el Hollywood de la pasada década, había un libro de recetas autopublicado y maquetado en libreta de espirales, titulado Nora's Cookbook, que corría de mano en mano. Era, claro está, el recetario personal de Ephron, con sus secretos para hacer una suculenta ensalada de pollo o un asado de bandera. "Tengo un ejemplar", confesó Rudin, "y lo utilizo bastante a menudo".
Pensaba, en todo eso, leyendo Monogàmia en sèrie: Unes memòries, uno de los artículos recogidos en el volumen Tinc un coll que fa pena, la segunda referencia de Nora Ephron traducida por Carlota Gurt que pone en circulación L'Altra Editorial. En la pieza, la que fue articulista estrella del New York Times hace balance de los libros con los cuales se constituyó en cocinera autodidacta: The Gourmet Cookbook, The Flavour of France, The New York Times Cookbook o Michael Field's Cooking School o Mastering the Art of French Cooking, este de su admirada Child. El artículo también reivindica anfitriones anónimos como Lee Bailey, de quien incluyó recetas en Heartburn y la primera cena en casa del cual fue un rayo directo a la cabeza:
"Toda aquella noche fue humillante, fue una revelación, de alguna manera una censura de todas y cada una de las cosas que a lo largo del tiempo yo había comprado y de todas las cenas que yo había servido", escribe Ephron. "Me divorcié al acto, regalé todos los muebles a mi exmarido y me puse a estudiar a Lee Bailey". La paz rota, el tiempo parado, jaleo de abogados y notarios. ¿Qué más le puedes pedir, a una comida? Compartirla con Meg Ryan, supongo. Brindar a la memoria de Nora Ephron, supongo. Reservar mesa para cuatro. Dos adultos, dos niños. "Comer eternamente", que diría Ephron. Y liarla parda.