El restaurante de la Mola, uno de los más emblemáticos de Catalunya, se encuentra entre la espada y la pared. La Diputación de Barcelona no puede renovar la concesión del establecimiento por motivos burocráticos, y el futuro del restaurante es, a estas alturas, incierto. Un lugar mítico en lo alto del Parque Natural de Sant Llorenç del Munt y l'Obac donde solo se puede llegar a pie y al cual la comida se sube cargada en mulas.
Una concesión improrrogable
La concesión del espacio La Mola se acaba en febrero de 2024, fecha en que si nada cambia, el restaurante más alto del Vallès tendrá que bajar la persiana. La Diputación de Barcelona ha certificado los rumores que desde hacía unos días vagaban por las redes sobre el posible cierre del restaurante. La administración ha anunciado que, aunque ahora es imposible renovar la concesión, trabajará con entidades y administraciones del territorio para encontrar un futuro alternativo al cierre del restaurante. El alcalde de Terrassa, que se ha pronunciado en las redes, ya ha iniciado conversaciones con la Diputación para trabajar juntos en una solución al problema. Un restaurante en peligro de extinción que lleva 57 años en funcionamiento y al que solo se puede hacer llegar la comida en mulas de carga. Ni automóviles ni bicicletas tienen la entrada autorizada en el espacio natural, por lo tanto, la única manera para hacer llegar comida es con un método tan viejo como el mismo establecimiento.
La Diputación de Barcelona no puede renovar la concesión del establecimiento por motivos burocráticos, y el futuro del restaurante es, a estas alturas, incierto
Grito de alerta de los restauradores
Gemma Gimferré, responsable del restaurante La Mola, ha publicado un escrito en que pide el apoyo de las entidades para evitar el cierre del restaurante: "estamos buscando el apoyo de políticos, alcaldes y amigos que no creen en el hecho que si se cierra el restaurante {...} nadie vigilará por el buen estado del monasterio del siglo X". El restaurante, en funcionamiento desde hace más de medio siglo, lleva a cabo una tarea que va más allá de dar de comer a los clientes. Las personas que viven y trabajan en el monasterio (con más de 20 puestos de trabajo y 2 personas empadronadas en la misma iglesia), son las encargadas de cuidar el entorno por donde pasan hasta 300.000 visitantes al cabo del año. Turistas provenientes de todo Catalunya, pero también del extranjero, que dejan un reguero de trabajo que alguien se tiene que encargar de asumir: limpiar los caminos, recoger la basura o vaciar los lavabos, son solo algunas de las tareas que evitan la degradación de un patrimonio, el del monasterio benedictino, que acumula más de 1000 años de historia.
Medio siglo de gastronomía
Subir la comida en mulas hasta el restaurante tiene un coste. No sólo de dinero sino sobre todo de tiempo y esfuerzo. Y pese a la difícil situación geográfica en la que se encuentra el restaurante, la oferta gastronómica que ha ofrecido en los últimos 57 años es del todo inédita en el país. Un menú con más de 10 primeros a escoger, una selección de butifarras amplísima y más de una decena de tipos de carne a escoger de segundo. Postre, pan y vino incluidos, y todo por un precio de 33€. ¿Un precio caro? Seguramente, si no se tratara de una joya medieval encaramada en lo alto de una colina en medio de un parque natural, situado a más de 1000 metros de altitud.
El menú lo complementa una variada oferta de platos a la carta que van desde los entrantes fríos (como la escalivada o la espardenya) hasta la carne a la brasa (como los pies de cerdo o el entrecot) pasando por una selección de verduras, postres y carta de vinos. Y todo, absolutamente todo, sube a lomo de una mula. Desde la primera fruta hasta la última botella de vino.
Gemma Gimferré, responsable del restaurante La Mola, ha publicado un escrito en el que pide el apoyo de las entidades para evitar el cierre del restaurante
De la Barceloneta a Sant Llorenç del Munt
El restaurante abrió puertas en los años 60 cuando los padres de los actuales propietarios, Gemma y Xavi Gimferrer, se mudaron de su piso de la Barceloneta junto al mar, a lo alto de la colina de Sant Llorenç del Munt, donde abrieron el restaurante de La Mola. Eran otros tiempos, pero el negocio funcionaba bien. Vendían alguna pieza de carne y ofrecían comida a los excursionistas que frecuentaban la zona. Medio siglo después, con la segunda generación al frente, el restaurante recibe cada vez a más clientes (300.000 al cabo del año) y tiene el relevo garantizado. Si alguna vez cierra el restaurante de La Mola, no será por falta de clientes ni por ganas de seguir el negocio, sino por un infortunio que aún ahora están a tiempo de solventar.