La obesidad es uno de los temas que más preocupan a las autoridades sanitarias y por ello no dejan de lanzar campañas sobre los peligros de estar por encima del peso saludable. Esto provoca otro problema que empieza a ser igual de grande que el primero, el que casi la mitad de la población vive en una dieta eterna. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud) el 45% de la población está a régimen, porcentaje que sube ligeramente en el arco mediterráneo. Precisamente donde el sobrepeso es también alto.
Entonces, ¿qué hacemos mal? Varias cosas, pero la primera radica en el concepto erróneo que tenemos de la comida sana. Para muchos, comer más sano es eliminar por completo los hidratos y reducir las proteínas para dar prioridad a los vegetales. Esto es un error garrafal.
¿Para presumir hay que sufrir?
Eso que nos han enseñado desde pequeños no es aplicable a la hora de elaborar un menú sano que nos ayude a mantenernos en nuestro peso. Para perder peso no hay que pasar hambre y una dieta sana no incluye restricciones drásticas. Obviamente, deben ir fuera las grasas saturadas y los azúcares refinados (comida preparada y todo tipo de bollería), pero no hay que renunciar ni al pan ni a la pasta, tan solo elegir su versión integral, rica en fibra. Y mucho menos decir adiós a las proteínas, la verdadera gasolina de nuestros músculos.
Para perder peso no hay que pasar hambre y una dieta sana no incluye restricciones drásticas
Parece que saciante y sano son dos conceptos totalmente opuestos y la verdad es todo lo contrario. La lista de ejemplos es tan amplia como variada. A la cabeza, las proteínas. No podemos seguir una dieta sana si no incluimos una proteína en cada plato, ya sea pollo, pavo, pescado o legumbre. Eso sí, siempre eligiendo las partes más magras y eliminando toda la grasa posible. Los frutos secos también son muy contundentes y sanos, al igual que las frutas.
El hambre emocional: la raíz del problema
Y llegamos al verdadero culpable de esa hambre voraz que nos entra cuando decimos que estamos a dieta, nuestro propio cerebro. Sí, el mayor saboteador de nuestra salud nos juega muy malas pasadas en más de una ocasión y el hacernos creer que no nos alimentamos bien y que tenemos hambre constantemente es su mayor éxito. Por eso, antes de darle más vueltas a lo que hemos comido o hemos dejado de comer, el primer paso es intentar buscar el porqué de esa hambre voraz constantemente, ir a la raíz del problema.
Por otro lado, también ayuda el planificar al detalle los menús para asegurarnos de que estamos incluyendo los nutrientes esenciales. Aquí, el famoso plato de Harvard es una gran ayuda. Es tan simple como dividir el plato en cuatro partes, dos deben estar ocupadas por vegetales, una por hidratos y la última por proteínas.
¿Necesitas ejemplos? Pechuga de pollo a la plancha, con arroz integral y judías verdes. Salmón con guisantes y ensalada de brotes verdes y tomate. Pescado al horno con un poco de patata y menestra de verduras. Huevo revuelto con ensalada de tomate, atún, aceitunas y maíz y una tostada de pan integral con un poco de aceite de oliva virgen. Garbanzos con zanahoria, puerro, patata y espinacas. Y recuerda, las dietas restrictivas no son sanas y su efecto rebote es tan perjudicial para la salud física como la emocional.