Esta es una crónica larga y personal fundamentada en tres ejes básicos: el vino se bebe con moderación, escupirlo es una forma tan importante de probarlo como lo es beberlo y, sobre todo, disfrutarlo es una manera de fer país. No habría sido capaz de decidir escribir estas rayas sin ninguno de estos tres pilares que me aplico como un dogma inflexible, lo reconozco, ya que después de asistir en tres días seguidos a la Fira del Vi de Falset, la Fira de Nous Vinyataires Lliures del Penedès y la cata de las nuevas añadas de Familia Torres, lo más lógico es que hubiera muerto en un accidente de tráfico. O que hubiera sufrido una borrachera que todavía hoy me impidiera encadenar dos subordinadas seguidas. O todavía peor, que hubiera preferido no moverme de casa y quedarme en el sofá bebiendo un rioja o un verdejito en vez de tirarme 72 horas paseando por la Catalunya Nova entre copas, botellas y barricas de roble reconvertidas en mesas.
Día 1: Falset monamour
Mientras bajaba hacia Falset pensando que por fin ya no tendría que hacer la pirula en el peaje de Torredembarra para ahorrarme dos euritos, pensaba también en una evidencia: del Llobregat hacia abajo hay un territorio menos bonito que la Catalunya Vella y menos pomposo actualmente que las tierras de Ponent, descubiertas por miles de catalanes en las últimas semanas con más sorpresa que cuando Colón chocó con las indias gracias a Alcarràs. Eso es así, de acuerdo, pero en el Penedès, el Camp de Tarragona, la Conca de Barberà, el Priorat o la Terra Alta pasa una cosa que aunque no ocupe tantas portadas como ganar un Oso de oro en la Berlinale, es tan importante como el precio justo de los melocotones en la peli de Carla Simón: desde hace milenios, el vino no es una simple bebida, sino una forma de vida. Una cultura, vaya. Por eso Barack Obama escogió un blanco de la Conca de Barberà en una cena con Raul Castro, por eso en cualquier feria de vinos naturales del mundo decir 'el Penedès' es un motivo de reverencia y por eso la palabra 'Priorat' tiene un tag propio en diarios como el New York Times o revistas como la Decanter.
Poner los pies en la capital del Priorat y leer la palabra "celler cooperatiu" un Primero de Mayo puede ser más emocionante que beberse una copa de L'Ermita de Alvaro Palacios, quizás porque el día 1 de mayo, cada año, una pequeña voz ronca, profunda y con el rostro imaginario de un señor con barba frondosa que se podría llamar Karl Marx me torpedea todo el día con frases y pensamientos, como un cuchicheo interior al que hay que prestar atención. Por ejemplo, mientras bebía una copita del Vi de Vila 2017 de Cims de Porrera y los primos Adrià y Marc Pérez me explicaban que si el vino es una religión, para ellos la palabra 'cooperativa' es sagrada, automáticamente la voz interior me hizo entender que las ferias de vinos son tan importantes como una manifestación porque son capaces de convertir el vino, cultural y socialmente, en lo que nunca tendría que dejar de ser: una bebida del pueblo y para el pueblo.
El vino, en el Priorat, ha reescrito el presente y el futuro de una comarca que hace treinta años tenía los índices demográficos más bajos de Catalunya.
Decir eso a escasos kilómetros de Gratallops o Escaladei puede parecer contradictorio, ya que si alguna cosa hay en el Priorat es, precisamente, vinos que son más caros que el salario de dos meses, pero la magia de la Feria del Vino de Falset es ver que el vino de la zona, sea DOQ Priorat o DO Montsant, nunca ha perdido el hilo narrativo con su propio origen ni con su gente, cuando el vino de las mismas viñas que ahora alimentan botellas de 2000€ servía para llenar garrafas de plástico que la gente compraba a granel. El vino, en el Priorat, ha reescrito el presente y el futuro de una comarca que hace treinta años tenía los índices demográficos más bajos de Catalunya, pero es que además ha sido un polo de atracción por soñadores nacidos a centenares de kilómetros de la zona y que han encontrado, cerca de Falset y alrededores, un paraíso en el cual crear. Es un buen ejemplo el Gris granit de Celler Comunica, una bodega surgida en el Montsant y que tiene en este blanco de garnacha tinta/gris elegantísimo un vino maravilloso. Lo bebo, me llena el paladar de recuerdos cítricos como el limón o el pomelo y, mientras me doy cuenta que vale más que no se me acabe la copa si quiero conducir de vuelta con la seguridad de llegar sano y salvo a casa, lo escupo.
Día 2: Make Penedès great again
Hubo un tiempo en el que una gran marca de vino espumoso del Penedès hacía anuncios de Navidad que llegaban a la otra punta del mundo, pero mientras Paul Newman y Sharon Stone brindaban de manera lujosa, los campesinos gracias a los cuales existía la uva de aquellas burbujas se partían la espalda cultivando, cuidando y vendimiando una uva que cada año cobraban a precios más bajos. Ni aquel trato era cosa de una sola marca ni es un problema que haya dejado de existir, por desgracia, pero un día el hijo de uno de estos campesinos vio a su padre cabreándose como nunca antes después de una cosecha valorada de forma miserable y decidió empoderarse. A su manera, eso sí. Aquel adolescente se llamaba Ruben Parera, y ahora, veinticinco años después, me explica todo eso desde el interior de su bodega familiar Finca Parera dónde elabora vinos como el Fins els collons, al lado de la taberna gastronómica Mambo que recientemente ha inaugurado en Sant Llorenç d'Hortons y, sobre todo, en medio de una buena jarana que se ha inventado: la Feria de Nuevos Viñadores Libres del Penedès, una muestra de vinos naturales y vinos de mínima intervención con más de veinte elaboradores de la zona. "El vino natural no es una moda, es una revolución", me dice, "por eso ayer vinieron medio millar de personas, y hoy que es el lunes somos más de trescientos, pero tú eres el único de prensa que está aquí porque parece que no quieran que existamos". "Pero existís, por suerte", le confieso mientras le recuerdo que no soy periodista, sino un simple penedesense amante del vino que tiene la suerte de escribir.
Mientras pruebo el Xarel·lo amb pells magnífico de la bodega Enlaire Vins, una de las almas de este proyecto establecido en Subirats me dice que "el vino natural es la respuesta a un modelo obsoleto". Se llama Mar Capdevila y es una viñadora que decidió dejar su trabajo como profesora de Biología en un instituto para dedicarse en cuerpo y alma a la viña y al vino, "no sólo como trabajo, sino como manera de vivir". La gente asocia el vino natural con hippies que van todo el día descalzos, se marchan cada dos por tres miedo ahi con la furgoneta, tienen Walden de Henry David Thoreau en la mesilla de noche y hacen nudismo en la playa, pero más allá de estos clichés absurdos, si alguna cosa percibo hablando con elaboradores como Ivà Gallego de Paret Seca Vins, Anna Torné de la bodega A flor de pell, Roc Gramona de L'Enclòs de Peralba o Martí Torrellardona -que presenta en la Feria su proyecto personal, vinos La Fita-, es que nada de esto es una hippiada frívola, sino un mundo lleno de grandes profesionales de la enología que han trabajado años en el mundo del vino convencional, que tienen unos conocimientos técnicos inmejorables y que se han dado cuenta de que, en efecto, otro mundo es posible. También en el vino.
"Queremos humanizar el vino entendiéndolo como se entendía hace setenta años, pero con los conocimientos y los recursos actuales", me dice Laia Esmel, que junto con Jaume Vilaseca y Oriol Roig son el alma de la Bodega Dumenge. Me sirven una copa de Clos du Sant Jaume, un ancestral con crianza que proviene de una viña urbana: está dentro del pueblo de Sant Jaume Sesoliveres, rodeada de casas. "En el Penedès, la viña es tan vital como para ti lo son los pulmones", me dice mientras observo una pizarra que tiene detrás suyo y donde se lee "Make Penedès great again", un eslogan que toca la fibra a todos los que tuvimos una primera libreta bancaria en Caixa Penedès. Quien escribe estas rayas no es objetivo, me sabe mal confesártelo, pero no es hiperbólico afirmar que el Penedès es el epicentro del vino natural en la península Ibérica. "En el sur de Europa, diría yo, sino vete a la Feria Indígenes de Perpinyà y verás que los penedesenses somos una maravillosa plaga", opina Àlex Peris, autor junto con Joan Munné de Vinya Marcelino: un vino nacido gracias al premio más importante de Europa de cata a ciegas, ya que este dúo de Sant Pere de Riudebitlles fueron el año 2018 los ganadores del 12.º Premio Vila Viniteca de Cata por Parejas.
Para nada del mundo es hiperbólico afirmar que el Penedès es el epicentro del vino natural en la península Ibérica e, incluso, el sur de Europa
Cuando llegamos a la hora de comer, de repente se pone a llover e improvisadamente se monta una mesa con caballetes dentro de la bodega. Una veintena de viñadores comiendo en comunión en una escena que podría formar parte de È stata la mano di Dio de Paolo Sorrentino. Lástima que Sorrentino no es perfecto, sin embargo, ya que no nació en el Penedès, pero quien sí que ha sido capaz de crear una cosa casi perfecta es la persona que me acerca una botella de espumoso y me pregunta si quiero un sorbito: Ton Mata, autor de la Turó d'en Mota de Recaredo, seguramente uno de los tres mejores espumosos elaborados nunca en Catalunya. Hace dos horas que bebo y escupo sigilosamente todo lo que bebo, pero mi compañero de mesa me invita a probar el Vinua del Rascarà 2015, un espumoso sin sulfuroso y sin sulfitos de su proyecto personal Bufadors, y esta vez decido hacer bocanada larga. Se me pone la carne de gallina, le digo a Mata que el vino existe para emocionarnos y me dice que precisamente por eso él decidió un día dejarlo todo para hacer vino. "Por eso yo, que estudié Filología y me dedico a escribir sobre literatura o cine, también me atrevo a veces a escribir sobre vino: porque el interior de una copa y la emoción de un poema o un buen filme esconden la misma fascinación", le digo mientras le paso la sal.
Día 3: la tradición de hacerlo siempre bien
Con una extrema resaca emocional y patriótica encima -pero para nada del mundo etílica-, me levanto, compruebo que la cantidad industrial de Vichy Catalán que bebí ayer por la noche me ha funcionado de maravilla y me voy hacia el Centro de Visitas de Familia Torres, en Pacs del Penedès. Pasar de una feria de vinos naturales a una mañana en Torres es un cambio aparentemente más abrupto que hacer una obra de teatro en la plaza Major de tu pueblo y representarla al día siguiente en el Liceo, pero en realidad todo es lo mismo y el argumento no cambia: una bodega con más de ciento cincuenta años de historia está apostando por tratar la viña con unos preceptos muy parecidos a los de los viñadores naturales, es decir, minimizando o eliminando el uso de productos químicos y apostando por la viticultura regenerativa. De hecho, junto a la viña Mas La Plana, la más conocida de la finca, aparece un rebaño de ovejas y Miquel Torres nos explica que el ganado son los guardianes de los campos, que todas aquellas males herbes que vemos en la viña son cubiertas vegetales naturales y que, en definitiva, lo que se está haciendo es trabajar para que el suelo retenga carbono, devolviendo la vida en el suelo y frenando así la erosión. Eso es el presente y sobre todo será el futuro, pero hemos venido aquí a descubrir añadas del pasado. Concretamente de 2018 y 2019.
Después de esta primera explicación más técnica, por fin, pasamos a la acción: la presentación en primicia de las nuevas añadas de los vinos más emblemáticos de Familia Torres, o sea, los que integran la colección Antología Miguel Torres. Vinos que hablan de paisaje, de historia y de tradición, tres elementos indisociables en el talante de Torres. "Son vinos con más acidez, en los cuales prevalece la fruta por encima de la madera, buscando el mejor equilibrio para enaltecer la parte más hedonista", comenta Miquel Torres mientras probamos el primero de todos ellos, Milmanda 2019, uno de los mejores chardonnay de Catalunya y que en esta añada se muestra fresquísimo en nariz, con muchos aromas de fruta y una buena acidez. Lo bebo y lo escupo, por si las moscas. Sigamos con el Mas La Plana 2018, finísimo en boca, limpio y con pocos taninos, ya que aquel fue un año con mucha lluvia. Lo bebo, lo escupo y pienso en Pedri: si ahora que todavía es joven es buenísimo, de aquí a un par o tres de años será espectacular. Sin marcharnos del Penedès vamos hacia Les Arnes, junto a La Llacuna, donde en una viña de pizarras de siluro y licorella nace el Reserva Real 2018. Ya sólo el nombre da respeto. La misma lluvia que el Mas La Plana, pero un suelo diferente. Además, la presencia del merlot y el cabernet franco. ¿Resultado? Más goloso en la nariz, más maduro y aromas más afrutados. Lo bebo y noto la fruta, quizás la ciruela madura. Lo escupo y me vienen los tonos herbáceos.
Antes que hablábamos de la Catalunya Nova me he olvidado de decir que, mirándolo bien, no es casualidad que todos los monarcas de cuando éramos más de lo que somos ahora estén enterrados allí. Precisamente cerca de Poblet hay las viñas de donde sale el Grans Muralles 2018, que en la nariz es fresco como un atardecer lluvioso de primavera y en boca es eléctrico como un mordisco de fruta después de hacer el amor. Golosina pura. Divertido, fresco e intensito como este párrafo que servidor promete haber escrito después de beber, sí, pero sobre todo escupir el vino. Los lectores, cuando leemos cosas extrañas, creemos siempre que el escritor de turno se ha embriagado o va colocado, pero es mentira: a menudo no hay que emborracharse para ir más allá de las cosas, sencillamente hay que sentirlas tal como son, ya que no hay droga más fascinante que la autenticidad.
Escupir el vino hace daño, sí, pero es en realidad una manera de venerarlo y entenderlo mejor gracias a los aromas retronasales
Eso es lo que me pasa cuando llegamos a la última cata, la del Mas de la Rosa 2019, el vino DOQ Priorat que nace en la histórica finca Mas de Rosa de Porrera. Un vino delicado, elegante y que transmite una sensibilidad casi wagneriana, quizás porque la viña dibuja con su orografía una especie de anfiteatro de donde sólo puede salir una obra maestra. Escupirlo hace daño, pero es en realidad una manera de venerarlo y entenderlo mejor gracias a los aromas retronasales, al igual que decir "mucha mierda" en teatro es la mejor manera de decir "mucha suerte". A veces, decir lo contrario de lo que toca es más rompedor y genial que hacer lo que todo el mundo espera. Es todo cuestión de valentía. Por eso el vino cambió el Priorat, por eso el vino natural está cambiando el Penedès y por eso Torres hace más de un siglo y medio que, mientras parece que nunca cambie nada, constantemente lo va cambiando todo. En realidad, no hay nada más revolucionario que ser clásico y en el mundo del vino, como en la vida, no hay nada más clásico que ser revolucionario.