Bresca está en el Pallars Sobirà, en una de las estribaciones del Boumort, en una balconada excelente sobre Gerri de la Sal, y dominado por la visión de la Geganta, una carena en la otra banda de la Noguera que, poniendo poca imaginación, voces como una figura femenina inclinada. Bresca es un pueblo de aquellos tan bien puestos, pero que lo llevan con una elegante discreción: son veinte habitantes permanentes, y las casas rodean la piedra derecha donde había el castillo —uno grande con su correspondiente cuota de leyendas de espadas de oro y reyes moros.

Aunque nos hemos dado un hartón de rodar por estos mundos de Dios, en Bresca no habíamos estado nunca. Con el fin de calcular el tiempo de viaje, le decimos al navegador del coche que nos lleve. Con una insistencia exasperante, míster Google nos indica que el Bershka más próximo era el de Andorra la Vella y, en segundo lugar, el de la plaza de Sant Joan de Lleida. Como es natural, prescindimos del auxilio de la tecnología moderna y, con el espíritu indómito de los exploradores árticos, llegamos sin más dificultades después de atravesar el Cantó, donde una nevada de marzo ha dejado un palmo de nieve.

Municipi Bresca, en el Pallars, viñas y olivos en el Pirineo / Foto: Albert Villaró y Montse Ferrer
Operación Bresca / Foto: Montse Ferrer

En la entrada de Bresca —qué topónimo más dulce y delicado— nos espera Xandri Amat. Vinculado a Bresca desde pequeño, vive allí de manera permanente desde la pandemia. Xandri es editor por partida triple (Amat, Profit y Bresca) y puede combinárselo para trabajar desde el pueblo; eso sí, con el peaje de bajar una vez por semana a Barcelona. Pero desde hace siete años, ha dedicado todos los esfuerzos a levantar un proyecto estimulante para recuperar tierras de labranza, plantar viñas y olivos y, al final del proceso, hacer vinos y aceites de calidad. Así escrito parece todo muy sencillo. Soplar y hacer botellas. Llego, planto, recojo y elaboro, como diría Juli Cesar.

Municipi Bresca, en el Pallars, viñas y olivos en el Pirineo / Foto: Albert Villaró y Montse Ferrer
Olivos en las tierras de Xandri Amat / Foto: Albert Villaró y Montse Ferrer

Pero la realidad, ay, la realidad, es siempre muy tozuda y no pone las cosas muy fáciles. De entrada, había que recuperar los campos antiguos, las hazas y los bancales que el bosque había devorado después de años de abandono. No nos podemos ni imaginar el cambio que ha experimentado el paisaje del Pirineo en solo dos generaciones. La superficie forestal se ha multiplicado. Las antiguas artigas que con tanto esfuerzo hicieron nuestros antepasados para poder sembrar un poco de trigo, para plantar alguna viña y tener cuatro olivos para el autoconsumo, son reclamados, en cuanto dejan de ser cultivadas, por los pinos y las encinas.

Si la humanidad desapareciera, en veinte o treinta años la botánica, que es tozuda, habría reclamado todo aquello que en un momento fue suyo, y le sería igual que hubiera asfalto, cemento u hormigón. Imaginémonos la facilidad con que recupera el espacio agrario. Xandri ha tenido que luchar contra la sequía pertinaz instalando un sistema racional de regadío, ha tenido que combatir la voracidad de los miles de pájaros que, desde los árboles de delante, esperaban que la uva fuera lo bastante madura para devorarlo de un día por el otro. Se ha tenido que imponer contra los ejércitos de corzos, ciervos y cerdos salvajes, que se empeñan en hurgar, corroer y, en definitiva, obstaculizar los esfuerzos del campesino. Pero todo se puede vencer con constancia, imaginación y, sobre todo, barreras físicas.

Futura bodega de vinos en el Pirineo / Foto: Albert Villaró y Montse Ferrer
Futura bodega de vinos en el Pirineo / Foto: Montse Ferrer

Xandri ha conseguido hacer crecer las fabulosas arbequinas, pero también ha recuperado variedades de olivos locales —la negral, la llargueta...— prácticamente olvidadas y que hacen un aceite de categoría, de aromáticos polifenoles, que gana premios y se puede encontrar en algunas pocas tiendas de la zona. Y ya hace vino: la Geganta (y es que no se podía llamar de otra manera). De momento, son producciones modestas. Este año 400 botellas de vino, blanco y negro, que se multiplicarán por diez en los próximos años, sobre todo cuando se ponga en marcha la formidable bodega que se está construyendo en un extremo de la finca, con unas vistas fenomenales sobre el valle, donde habrá, además de las tinas y todo el equipamiento necesario para vinificar y embotellar, un espacio de cata y una tienda, una cocina y salas polivalentes.

Botella de vino y aceite / Foto: Albert Villaró y Montse Ferrer
Botella de vino y aceite de Xandri Amat / Foto: Montse Ferrer

Un nuevo polo de atracción, con una propuesta de explotación hecha a medida de esta montaña nuestra, tan castigada, tan dejada de la mano de Dios y de la administración de los hombres (que solo actúa con diligencia si es para poner palos en las ruedas). La vieja frase de los latinos que dice que la fortuna ayuda a los audaces se aplica perfectamente en este rincón de mundo. Salimos de Bresca con una botella de vino, una de aceite y la determinación de volver el próximo año, cuando la bodega esté en marcha. Siguiente parada: el Raier de Pobla. Nos lo hemos ganado.