Sé que pedir una clara no es una personalidad porque sigo a Indicatiu, una cuenta de Twitter hilarante de costumbrismo zenteniall, y el mote bajo el que se esconde Indigo Carbajal (Barcelona, 1999). Estudiante de derecho y ciencias políticas a caballo entre la UAB y Berkeley, Carvajal ha realizado trabajo de base en su barrio desde casales populares y asambleas feministas, aparte de militar en organizaciones como Arran o el Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans. También es una de las impulsoras de Ventall Revista, un fanzine monográfico desde donde hablar de afectos, vivienda o hedonismo.

Comemos con ella en Croma by Flash.

Indigo Carbajal en Croma By Flash / Foto: Montse Giralt

Me has dicho que esta es tu primera entrevista. ¿De qué no quieres que hablemos? Así nos lo sacamos de encima.
De las elecciones.

¿De qué elecciones?
De las del país de al lado.

No hablemos de las elecciones. Háblame, en cambio, del papel que tienen los bares en la creación de Ventall Revista. En la editorial del primer número, habláis del Bar Gelida como el lugar donde se coció la idea de sacar adelante este proyecto.
En aquel primer encuentro en el Gelida todo era muy embrionario. Todavía no habíamos incorporado a Judith (Pinyol), la diseñadora, y solo se trató del primer intercambio de ideas. También hemos tenido reuniones en varios bares de la calle Escorial, que para nosotros ahora mismo es el sitio donde pasa todo. Reunirse en los bares siempre es más divertido que reunirse en casa. Fue en los bares, tomando birras, donde empezamos a hablar informalmente de las distintas visiones del amor que había en el grupo, y de ahí surgió el tema del primer número: Problemes cardiovasculars i altres problemes del cor. Además, yo a Eugènia (Cardona) la conozco haciendo unos tragos en El Còctel, el podcast que tenían ella y Jana (Jubert), donde invitaban a alguien a tomar un combinado y a charlar. A Jana ya la conocía de antes, porque nos movemos por ambientes muy similares, de movimientos populares. Ventall Revista somos Judith, Eugènia, Jana, Paula (Lombardi) y yo.

Fue en los bares, tomando birras, donde empezamos a hablar de nuestras distintas visiones del amor, y de aquí surgió el primer número de Ventall

¿Dónde militabais?
En mi caso, estaba vinculada al SEPC, el Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans. Es un espacio que, una vez graduada, dejas atrás. Cuando cumples 22, 23 años, no solo sientes que eres demasiado mayor para continuar tu militancia en los mismos espacios, sino que también te encuentras con que no tienes tanto tiempo para dedicarle como tenías antes. Por no hablar de que, si tú empiezas a militar con 16 años, llega un punto en el que te quemas muy rápido. Son muchas horas de reuniones, mucho trabajo, muchos sacrificios; siempre faltan manos. Eso hace que el tiempo de vida que tiene la gente que milita sea muy corto. Entonces te gradúas, lo dejas de lado, y aquello pasa a formar parte de tu vida anterior. Ahora tienes trabajo, eres adulta, te tienes que centrar. Y sí que es cierto que es muy difícil mantener un nivel alto de militancia si trabajas 40 horas semanales, pero yo, nosotras, no queríamos que abandonar ciertos espacios se tradujera en dejar de lado el activismo. En Ventall Revista utilizamos mucho la frase de combatir la modorra. No queríamos que nuestra vida se redujera a trabajar, ir al bar, salir de fiesta e ir al gimnasio. Ventall Revista nace de esa inquietud, de las ganas de seguir haciendo cosas desde una perspectiva contrahegemónica y con aquella máxima de la revista catalana modernista Quatre Gats: "Los trabajos serán serios o en broma, siempre que la broma sea de buen gusto".

Ventall Revista en Croma By Flash / Foto: Montse Giralt

Ahora mismo vives a caballo entre Catalunya y Estados Unidos, donde estudias y haces de au-pair. ¿Cómo es la experiencia de cuidar a los niños de otros?
Trabajar de au-pair en San Francisco supone entrar en la vida de la clase alta, muy alta. Yo trabajo en barrios muy ricos, cuidando a niñas de todas las edades. Mientras estudiaba, he llegado a hacer entre 20 y 30 horas semanales. Muchas noches, también, porque los padres salían a cenar. Con los niños que tengo que cuidar este verano estaré viviendo en su casa, en Chicago. Son un bebé que todavía no tiene el año y otro niño de dos años y medio. Hay una situación bastante loca, mi madre flipaba cuando le conté: cuando vuelva con esta familia, como estarán viajando por tres destinos distintos de Estados Unidos, y han considerado que tres vuelos son demasiados para un bebé, me han pedido que me quede cinco días con el bebé, yo sola, en San Francisco, y que vuele con él, yo sola también, hasta Montana. Es un trabajo muy extraño. Pero como me gustan muchísimo los niños y tengo mucha mano con ellos, también me lo paso muy bien haciéndolo.

En Ventall utilizamos mucho la frase de combatir la modorra: no queríamos que nuestra vida se redujera a trabajar, ir al bar, salir de fiesta e ir al gimnasio

En el último número de Ventall, escribes que el primer mes que viviste en Estados Unidos "fue un puñetazo". ¿Hubo, también, puñetazos gastronómicos?
Comen muy mal, en Estados Unidos. En primer lugar, la calidad de los productos es muy mala. Allí la comida tiene más azúcar, más aditivos y más mierda de la que puedas encontrarte en cualquier país europeo. En segundo lugar, la comida es carísima. Yo iba al súper a hacer la compra y me encontraba las berenjenas a 3 dólares. La uva a 6 dólares. La carne, o era carísima, o era malísima. Después, aparte de todo eso, existe toda una cultura en la que la comida se ve como algo que entorpece tu día laboral. Comer, allí, no tiene las connotaciones comunitarias que le damos aquí. No se da ninguna importancia a lo que se come, que al final es lo que metes dentro de tu cuerpo. Es horroroso, era horroroso. Echaba mucho de menos la comida fresca, la fruta y la verdura a un precio asequible. Y las croquetas (ríe). Pero no era algo solo mío: mis compañeras universitarias, por falta de recursos, también comían fatal.

Indigo Carbajal en Croma By Flash / Foto: Montse Giralt

¿En qué universidad estabais?
En Berkeley, en la Universidad de California. Estaba haciendo mi quinto año de carrera, un doble grado de derecho y políticas; era mi último año de clase presencial. Llegué porque existe un programa de intercambio entre la Universitat Autònoma y Berkeley, pero en ningún caso era un país desconocido para mí: mi padre es americano, y yo también tengo la nacionalidad americana. Yo he pasado muchos veranos allí, visitando a la familia, y de pequeña me gustaba mucho ir. De pequeño todo el mundo quiere ser americano: las películas, las series y la música que nos gustaban venían de allí. Se me hacía muy glamuroso ir, de niña. Pero después te das cuenta de que es un país horrible, que no hay sanidad pública, que no tienes ni la mitad de derechos sociales que tienes aquí, que si te pones enfermo pierdes días de vacaciones. Es un estilo de vida muy deprimente y, en Berkeley, lo veías claramente, muy competitivo. Allí todo el mundo está obsesionado con el trabajo buenísimo y el sueldo estratosférico que tendrá al graduarse, y se olvidan de cuidar ningún tipo de espacio ni relación social. No hablo solo de gente americana: esta fiebre también la he visto en gente catalana que me he encontrado allí, y que estaban desesperados por un visado que les permitiera vivir el american dream.

Puedes ser feminista, anticapitalista y escuchar reguetón, es decir: tienes derecho a la contradicción

Una moda nacida allí, a la que hacéis mención en el último número de Ventall, es el de las trad-wives: las jóvenes que hacen de la subalternidad a su marido una identidad a reivindicar. De las contradicciones que os genera esta tribu de horneadoras de brownies, escribís: "Sentirse a gusto tomando el sol y comiendo unas fresitas en el balcón es sinónimo de la aceptación de la erosión de tus derechos sociales".
Para mi generación, el boom del feminismo, las huelgas del 8M, coincidieron con nuestra politización de los 15, 16 años. Cuando tienes esta edad, es muy fácil comerte discursos puritanos que ciertos feminismos incorporaron de forma un poco acrítica, como los que decían que no podíamos escuchar reguetón porque las letras eran machistas. Entonces, poco a poco te das cuenta de que puedes ser feminista, anticapitalista y a la vez escuchar reguetón. Es decir: tienes derecho a tener contradicciones. Otra reacción es actuar de forma reactiva e irte al lado contrario, que es donde estarían las trad-wives. Binarizar también es un problema, porque es perverso pensar que tienes que escoger entre el puritanismo o la sumisión. Depender de tu marido económicamente ni es algo nuevo ni es algo empoderante. Es una postura muy conservadora de base.

Pero a la vez cuestiona la necesidad de que dos personas pongan 80 horas semanales de sus vidas al servicio de un empresario. Si aíslas el sesgo de género, si no es la mujer la que tiene que renunciar a su carrera, no suena mal.
¿Quieres ser un trad-husband? (ríe) Creo que nadie quiere trabajar, pero debe haber un punto medio entre o ser un asalariado de por vida o depender económicamente de tu pareja. Depender económicamente de alguien no es una situación empoderante, y los discursos que las trad-wives están vendiendo a las adolescentes, eso de ser guapa y estar en casa mientras tu novio trabaja, son realmente retrógrados. Estamos sobreanalizándolo mucho, pero al fin y al cabo estamos hablando de una moda muy estética, muy poco pensada, y que se ha extendido sobre todo por TikTok, con vídeos de chicas de clase media haciendo sus rutinas, yendo de compras, cuidando de sus hijos... Es como volver 50 años atrás.

Indigo Carbajal en Croma By Flash / Foto: Montse Giralt

A pesar de provenir de movimientos de izquierdas, eres muy mordaz con la cultura de los cuidados. En uno de tus memes como Indicatiu, tuiteas: «Trends BCN: Movilizar a un grupo de 34 personas para que 2 ex no coincidan en un bar"».
Dentro de los movimientos políticos, hubo un momento donde se ponían los cuidados por delante de todo. Se creaban unas situaciones en las que no podías tener debates políticos con ciertas personas porque siempre se apelaba a las emociones del otro, a lo que le hacía sentir cómodo y lo que no. No hablo de gente enferma, claro: hablo de gente con un comportamiento absolutamente egoísta, incapaz de pensar en los demás. Militar supone una disciplina. En un espacio militante tú estableces unos compromisos, y había muchos momentos de «ahora no estoy bien», «ahora no puedo asumir esto», que eran excusas para dar largas y acabar siendo un lastre dentro de la organización. Yo he visto cómo se delegaban tareas a terceros porque la persona que tenía que hacerlas ponía sobre la mesa elementos muy ambiguos y muy emocionales. Al fin y al cabo, lo que se estaba haciendo era poner un estado emocional individual por delante de un proyecto político colectivo. Eso hacía que en algunos momentos todo se nos fuera un poco de las manos. Por miedo a cuestionar a cierta gente, se dejaba de trabajar en el proyecto político que compartíamos.

Dentro de los movimientos políticos, hubo un momento en el que se ponían los cuidados y los estados emocionales por delante del proyecto colectivo

Otro tuit: «Estoy intentando reducir las birras que me tomo entre semana, dice una persona que este fin de semana estará en el Primavera Sound sudando MDMA». ¿Teniendo en cuenta que estrenasteis la postadolescencia confinados, como se relaciona tu generación con la adicción?
Definitivamente, ha habido un proceso de aceleración de las ganas de fiesta después de la pandemia. Hay bastante más droga. Las drogas y el alcohol también se han utilizado como herramientas de evasión, porque la pandemia repercutió en la salud mental y contribuyó al aumento de la ansiedad. Aquí hay un doble filo: por una parte, hablar de salud mental y visibilizarla es importante; por otra, te encuentras gente que se apropia del discurso para utilizarlo a su servicio, haciendo que las palabras pierdan sentido. Hay personas que tienen problemas mentales de verdad que han quedado en segundo plano por culpa de gente que se autodiagnostica. Me he encontrado a personas obsesionadas con querer tener una patología y que, como decíamos antes, juegan la carta de la ansiedad para todo.

En otro de tus memes, decías que en una fiesta mayor, cuando alguien te dice que lo acompañes a la barra, en realidad te está diciendo: "Te tengo que transmitir una información crucial". ¿Eres más de acompañar o de que te acompañen a hacer confesiones a la barra durante una fiesta mayor?
De que me acompañen (ríe). Las fiestas mayores son interesantes porque te encuentras a gente que hace mucho que conoces y que, al mismo tiempo, también hace mucho tiempo que no ves. De repente, te cruzas con una persona con quien te liaste hace unos años, y es como: "Tía, tienes que acompañarme a la barra, no te creerás a quién me acabo de encontrar". Una fiesta mayor es como una obra de teatro donde te vas encontrando a gente que saben tanto de ti como tú de ellos. Es imposible no ir sin esa anticipación de «a ver qué vamos a encontrarnos ahí».