Comisarios educados en la fe judaica que se zampan chorizos en tabernas españolas y se hartan de ostras antes de interrogar a testigos. Soldados americanos que desembarcan en Argelia cargados con pan de molde, chocolate y una extraña bebida denominada Coca-Cola. Palmeras heladas que parecen helados exquisitos de las mejores heladerías de Italia. Las imágenes son de El diable es va aturar a Orà, la última novela de Joan-Daniel Bezsonoff (Perpinyà, 1963). El escritor de más prestigio de la Catalunya Nord es autor de más de una docena de novelas, aparte de títulos de no ficción como la Guia sentimental de Perpinyà. Aprovechando que Renfe Internacional estrena un tren que conecta Barcelona con Narbona en menos de dos horas, nos encontramos con Bezsonoff en Les Grands Buffets.

Joan-Daniel Bezsonoff en Les Grands Buffets / Foto: Montse Giralt

¿Es la primera vez que come en Les Grands Buffets?
No, qué va. Vengo sobre todo en otoño, cuando no hay tanta gente. Es más placentero, no hay tantas colas y puedes aparcar. La última vez que pasé por los Buffets coincidí con unos gitanos catalanes de Narbona. Me puso contento oír catalán lejos de casa; cuando me dirigí a ellos, sin embargo, no les gustó nada. Lo sintieron como una violación de su intimidad. Se sentían espiados. El catalán era un idioma secreto y yo no tenía derecho a hablarlo. Me ha pasado lo mismo con alumnos. Yo soy profesor de catalán en el Lycée Pablo Picasso de Perpinyà, y allí hay alumnos que no solo tienen el catalán como optativa, sino que algunos lo tienen como lengua de enseñanza. Hacen media enseñanza en francés y la otra medio en catalán. Entre ellos, desgraciadamente, solo hablan francés. Les pregunté: "¿Cuándo lo habláis, el catalán?". La respuesta fue: "Cuando no queremos que nos entiendan".

En la Guia sentimental de Perpinyà dice que para que disminuyera el sentimiento de pertenencia a Francia por parte de los catalanes del norte, haría falta que la escuela catalana sustituyera a la francesa.
Es la única solución, y al mismo tiempo es irrealizable. Los catalanes enterramos mucho y bautizamos poco. En la Catalunya Nord mueren catalanes y nacen pequeños francófonos. Por mucho que La Bressola y Arrels hagan un trabajo admirable, aquí los niños viven en un ambiente francés. Sorprendentemente, la mayoría de mis alumnos son de ascendencia marroquí. Hay muchas chicas de ascendencia marroquí nacidas en el principado que, por motivos económicos y de oportunidades, emigran a la Catalunya Nord. Todas hablan español, pero también catalán, y sus hijos lo estudian al llegar aquí. Es una paradoja, pero sí: podríamos decir que a efectos prácticos nos están recatalanizando los marroquíes.

Los catalanes enterramos mucho y bautizamos poco. En el norte mueren catalanes y nacen pequeños francófonos

A usted podríamos decir que lo catalanizó el vino. En la guía recupera el siguiente recuerdo infantil: "Si surgía alguna palabra desconocida, a menudo relacionada con el cultivo de la viña, preguntaba el sentido y me acordaba para siempre".
La semal, las mastegueres, el somater: con la tecnificación de la viña, todo este vocabulario se ha ido perdiendo. A las hileras de viñas les llamábamos la "llaca", y "seguir la llaca" quería decir "ponerse a trabajar". La "mossènyer" era la mujer que mandaba a los viñeros. Cuando un joven no prensaba bien la cosecha, el amo cogía la uva sobrante y se la restregaba por la cara; eso se llamaba "mostissa". Los catalanes del sur decís "vete a cagar a la vía", y aquí decimos "vete a cagar a la viña". En los pueblos, como tener una vida privada era complicado, cuando una pareja joven quería hacer el amor secretamente, decían que "iban a la viña".

También relacionado con el vino, en la guía escribe que el hecho de que los campesinos quemaran camiones españoles en la frontera en 1976 hizo que la calidad de los vinos mejorara.
No soy ningún entendido, pero diría que sí, absolutamente. Antes los vinos eran más secos, y recuerdo que mi abuelo le añadía menta, naranja, granadina y anís. Fue por él y por mi abuela que aprendí catalán. Yo siempre digo que yo era francés y ellos hicieron que empezara a curarme. Al mismo tiempo, a mi abuelo le daba miedo que el catalán me perjudicara en los estudios. El catalán era su lengua, su familia venía del Empordà, pero él creía que la nuestra era una lengua sin futuro. Cuando él era pequeño, el niño que hablaba catalán en la escuela era castigado y agredido por el maestro delante de todo el mundo. En Francia, el catalán estaba connotado como una cosa de maleducados. Había una frase muy conocida que era "soyez propres, parlez français", que significa "sed impios y hablad en francés". Los franceses saben muy bien lo que tienen que hacer para eliminar una lengua. Los españoles no saben tanto.

Jean-Daniel con Louis Privat, propietario de Les Grands Buffets / Foto: Montse Giralt

Creo que viene muy a cuento recuperar la cita de Edouard Herriott que usted recupera en la guía: "La política es como el andouillette. Hace falta que huela a mierda, pero no mucho".
Viene muy a cuento sobre todo porque estamos en Les Grands Buffets y el andouillette es un embutido francés. Pero si lo que quieres es hablar de política, te diré que yo en Francia soy conservador y en España soy de izquierdas. La razón es que la derecha francesa es civilizada y la española es absolutamente impresentable. Eso, sin embargo, no hace mejor a los políticos catalanes: los actuales son muy malos, muy flojos. No saben gestionar el antes y el después de lo que ha significado el procés. Mucha gente que antes se sentía española, ya no, ni volverá a sentirse así. No es sano que se les haga continuar bajo el estado español. Es una situación que hace falta que se acabe, de una manera o de otra. Yo ya estoy harto de ir por el mundo explicando el rollo de Ramon Muntaner, de Jaime I, de los Segadores. Te acaba cansando, eso de ir por la vida haciendo el apóstol. O que te insulten. El otro día la tuve por Twitter con un español.

¿Cuál fue el motivo de la discusión?
Se enfadó porque yo decía que la existencia de la Catalunya Nord es la prueba de que Catalunya es una nación. Si no fuera por nosotros, Catalunya sería un conjunto de provincias españolas. Por pequeños que seamos, nosotros somos la prueba de que se puede ser catalán sin ser español. Sabes esta gente que os dice: "¿Qué pone en tu DNI?". Pues en mi DNI no pone español. Por eso es tan importante que se conserve el catalán en la Catalunya Nord. Mucha gente nos dio las gracias por haber custodiado las urnas del 1 de octubre, y yo pensaba: si no lo hacemos nosotros, que somos catalanes, ¿quién lo hará? ¿Los japoneses? Era nuestro deber. Llamarnos buenas personas, por haber hecho aquello, es básicamente llamarnos franceses.

Joan-Daniel Bezsonoff en Les Grands Buffets / Foto: Montse Giralt

"Haría falta que todos nuestros hermanos del sur ya no nos consideraran como francesitos", pone en la Guia sentimental de Perpinyà, "sino como catalanes adultos".
Lo que más me molesta es cuando me habláis en francés, cuando yo nunca me dirigiría a vosotros en español. Eso me ha pasado muchas veces. Me dicen "enchanté" y los contesto "mucho gusto". Durante un acto que hice en el principado, una actriz catalana me saludó diciendo: "Hola, francesito". Le contesté: "Hola, españolita". Se enfadó mucho. Ahora mismo estoy escribiendo una crónica sobre cómo me he convertido en un autor catalán en la Catalunya Nord, que titularé: Yo no soy español, pero vosotros sí que lo sois (ríe). Intento explicar cómo una persona como yo se ha podido convertir en un escritor que invitáis a comer a Narbona. En casa soy un don nadie, pero para vosotros soy Don Daniel.

Nosotros le hemos invitado a Narbona, pero si fuera usted quien nos invitara a Perpinyà, ¿a qué restaurante nos llevaría a comer?
Al Mas Rumbau.

Aquel restaurante donde ponen canciones de Maria del Mar Bonet.
Exactamente. Y se come muy bien. El dueño ha muerto, desgraciadamente. En la puerta tienen un cartel que pone "Ouverts toute la vide", abiertos toda la vida. No cierran ningún día del año. Hacen cocina catalana, cocina tradicional, que es la que me gusta a mí. No me gusta la nouvelle cuisine, todo eso son puñetas; a mí me gusta que haya manduca. Una buena paella, un buen arroz, y comerlo con los amigos, en un ambiente donde puedas explicar gilipolleces; eso es un paraíso. El Mas Rumbau lo es. Van muchos viejos. Para saber si en un restaurante se come bien, hay que fijarse en si van viejos. Si van los viejos, puedes estar seguro de que se comerá bien. Porque la comida es el único placer que nos queda a los viejos. Otra señal inequívoca, que un restaurante es de fiar, es que haya comensales habituales; gente que tutea al camarero, que hablan con el dueño. O, simplemente, que desde fuera, por las ventanas, puedes ver a los comensales riendo.

Si no fuera por la Catalunya Nord, Catalunya sería un conjunto de provincias españolas. Por pequeños que seamos, nosotros somos la prueba que se puede ser catalán sin ser español.

¿Quiere que pidamos otro gin-tonic?
Me encantaría tomar otro, pero no sería sensato, porque tengo que volver en coche a Perpinyà. Me encantan los gin-tonics, me hacen cerrar los ojos de placer. Me recuerdan a Vicenç Pagès Jordà, en paz descanse. Hay una foto muy bonita donde salimos él y yo con Màrius Serra, los tres haciendo un gin-tonic en Besalú. Me ha costado mucho, superar su muerte. A menudo sueño con él. Esta semana justamente he soñado con él. Sueño que está muerto, pero él no lo sabe, y yo no sé cómo decírselo. Hago venir a un cura: "Padre, padre, mi amigo no entiende que está muerto; debe ser obra del demonio, hay que hacer alguna cosa". Es un sueño extraño y recurrente.

¿Os sentabais a la mesa muy a menudo, con Vicenç?
Él no era mucho de manduca. Aquí habría comido una cebolla, un café y basta. Nuestros encuentros eran de una hora, o una hora y media. Él no se entregaba, él se prestaba. Solo veías la mitad de Vicenç. Me pasaba a mí y le pasaba a todo el mundo; se protegía así. Yo le tenía mucho afecto y, en cambio, me daba la sensación de que él a mí me admiraba sin amarme. Y aunque me hacía sufrir, aquella distancia, aquel recelo, lo echo muy de menos. Es injusto que alguien muera tan joven, todavía más cuando hace, como hacía él, una vida tan sana. Vicenç hacía deporte, hacía aikido, siempre que podía subía por las escaleras. Me inspiró un chiste de mal gusto: desde que ha muerto Vicenç Pagès Jordà, siempre cojo el ascensor (ríe).

Joan-Daniel Bezsonoff en Les Grands Buffets / Foto: Montse Giralt

Ya no sube escaleras. ¿Qué más ha dejado de hacer?
Vivir en pareja. Yo dejé a mi mujer para salvar mi obra. Para escribir, yo necesito soledad total, que nadie me moleste, desconectar el teléfono. El proceso de escritura implica horas y horas de silencio y de espera. Por eso es tan difícil que un escritor haga vida de familia: "aut liberi aut libri", o los niños, o los libros. La grafomanía, escribir, es un vicio. Y no sé si es uno bueno. La literatura no te quita la tristeza, incluso creo que la aumenta. Ya lo dije una vez, perdona la autocita: yo dejaré de escribir cuando sea feliz. Y parece que tengo muchos años de escritura por delante.