"Si el amor tiene que ser una ecuación de clase, cultura y familiaridad trazada con regla y cartabón, yo renuncio". La cita es de Dietari sentimental (Editorial Medusa), el debut dietarista de Júlia Bacardit (Barcelona, 1991). Impulsora junto con Anna Pazos del podcast Les Golfes, la periodista irrumpe en el panorama literario con un libro breve, directo y apasionado. Aprovechamos la ocasión para citarnos con Bacardit en el Buenavista Bar (Calle Sant Crist 23) y empezar una serie de conversaciones sobre beber, comer y escribir: Entre copas.

Foto: Carlos Baglietto

Estamos bebiendo un Costalara del 2020, un vino ecológico de Pagos d'Anguix. Es negro, porque creo que es lo que bebéis tú y Anna Pazos cuando grabáis Les Golfes, verdad? ¿Qué te sugiere, por cierto, este Costalara?

Me sugiere que es mejor que la mayoría de vinos que bebo (río). ¿Qué debe costar, entre 10 y 15 euros? ¿Un poco más? ¿Más de 20? Uau, es bueno de verdad. Pues sí, lo has acertado: en el podcast bebemos vino tinto, siempre. Tengo amigos abstemios (no muchos), amigos que son más de cerveza, y amigos que son más de vino. La amistad con Anna Pazos es más de vino. Las conversaciones con ella previas a la existencia del programa, las que nos hicieron pensar que grabarnos hablando tenía sentido, iban acompañadas de una copa de vino tinto. Sin embargo, como te decía, esto del beber depende mucho de con quién y en dónde estás. En el Raval, por ejemplo, no me arriesgaría a pedir vino en un bar.

¿Todavía vives, en el Raval?

De momento sí. Realmente no sé qué pasará con mi vida los próximos meses, pero me quedaría. Llevo un año y me gusta, la verdad; al menos para el tipo de vida que hago ahora, claro está. Vivo en un estudio mono, no tengo criaturas; duermo con tapones, eso sí. La única cosa molesta es el ruido, que siempre lo hay, aunque sea un tercer piso.

Las conversaciones previas a la existencia del programa Les Golfes siempre iban acompañadas de una copa de vino tinto

¿Vives allí sola o lo compartes, el estudio?

Vivo allí sola.

Te lo pido porque en Dietari sentimental dedicas algunas páginas, a tus compañeros de piso, y también a sus hábitos culinarios: "El crepitar del ajo en la sartén, la pasta y el aceite de oliva, la masa de pizza de harina integral que se hincha dentro del horno".

Este es Dennis, y su cocina italiana. Como pasa con muchos otros italianos, algunos de los rasgos característicos de Dennis son el amor a la comida, a comer bien y a hacérselo todo él. Lo incluí dentro del dietario porque me frustraba como de dicotómica era nuestra relación: Dennis era amable y nos cocinaba, pero aun así yo tenía muy pocas ganas de convivir con él. Cocinaba muy bien, pero me daba mucha pereza compartir piso.

Otro capítulo donde la comida es importante está cuando te dejas las llaves dentro del piso, y tu vecina sube a casa para llevarte la merienda: un yogur, un brioche, una naranja, fuet... Se parece mucho a la idea de poliamor que defiende a Brigitte Vasallo, y me ha gustado encontrármela en un dietario donde tu vida sentimental es troncal.

Pues en eso sí que estoy de acuerdo, con la Vassallo. Esta vecina es la abuela charnega que no he tenido nunca, y la incluí en el libro para agradecerle el gesto. Y porque aquello fue importante para mí. Cuando pensé llamar Dietari sentimental al libro, no lo hacía solo por los amantes que salen: también era porque todas las cosas que hay escritas tienen un valor sentimental, me afectan en el plano sentimental de alguna manera. Esta vecina es un ejemplo. Cuando hablo de lengua, lo mismo: hablo desde un plano sentimental, en el sentido que hablo de eso porque, de alguna manera, me preocupa.

Foto: Carlos Baglietto

En el libro escribes: "La lengua y este deseo de preservarla y este miedo de perderla y miedo de quererlo demasiado, el miedo de tener tanto miedo de extinguirme, todo eso me preocupa". ¿Dietari sentimental tendrá traducción al castellano?

He prohibido la traducción al castellano del libro. Por contrato. No quiero contribuir a la bilingüización de la literatura catalana. Como el componente es sentimental, eso me hace tenerlo todavía más claro. Cuando publiqué El precio de ser madre, que era un libro más periodístico, no me importó que me lo tradujeran, y he vendido más en castellano que en catalán. España ya lo tiene, esto: puedes no vender mucho en castellano, pero en comparación con el catalán siempre parecerá que has vendido un poco más. Pero con Dietari sentimental tuve muy claro que no quería traducción al castellano. También por el momento en que estamos, en un retroceso clarísimo del catalán.

¿Crees que hay capítulos del libro que no tendrían sentido, en castellano?

Bien, cuando hablo del dolor de lengua, yo creo que sí que puede resonar en vascos, gallegos y otras personas bilingües del estado español. Pero de momento la decisión que he tomado es bastante firme. Eso no es venderle un reportaje en castellano a un medio español: hablamos de contribuir de la desaparición del catalán aquí, en casa. Esta decisión, esta negativa, es una cosita pequeña que los escritores podemos hacer por nuestra lengua. La única aportación que puedo hacer, la única pequeña victoria, es que mis amigas castellanohablantes me lean en catalán, en vez de leerme traducida. Y no es por superioridad moral: si lo hago, es porque para mí eso es muy importante, es personal y me hace daño de verdad. Y ya no hablemos de cuándo la traducción sale a la vez que el libro original.

Foto: Carlos Baglietto

¿Lo encuentras redundante?

Lo encuentro innecesario. Hace innecesario escribir en catalán. Es una cantidad de trabajo absurda, sobre todo si hablamos de literatura. Yo he trabajado en el sector editorial catalán y me he concienciado mucho: hay una cantidad enorme de gente catalanohablante que lee en castellano porque creen que esta es la lengua culturalmente válida. O porque crecieron con el fucking franquismo. Es que, un momento: venimos de dónde venimos. Podemos hablar de globalización y de cosas que caen por su propio peso, pero cojones, que mi abuela no sabía escribir en su lengua, tío. Bueno, en fin. Es una cosa personal: ¿quiero que la gente que habla en castellano y tiene curiosidad, me lea en catalán, sabes qué quiero decir? Lo pueden hacer; si les interesa, que lo hagan. Y si no les interesa, no pasa nada.

Sobre quién te lee y quién no: me ha sorprendido cómo algunos de tus amantes aparecen a Dietari sentimental con nombres y apellidos, y algunos otros no. Me da la sensación que hay parte de tus amantes a quienes consideras potenciales lectores, y otros a quiénes no.

Tienes razón. Del chico del principio, R, podría haber puesto su nombre, porque no me leerá nunca en la vida. Pero qué pasa: que cuando yo escribí este fragmento, lo publiqué en una web y pensaba que, si lo compartía en redes, él se podía enterar. Después está el caso del escritor con quien tengo un amorío platónico, de quien no pongo el nombre porque él me lo exigió. También es un texto que publiqué antes. El tío se ve que tenía una alerta de Google con su nombre, y al verlo se ralló muchísimo. «No, no, no; quita, quita». En este caso lo cambié por petición explícita del retratado. En el Baye Saliou sí que lo he expuesto, y él no lo sabe. Ahora mismo hay gente en la ciudad donde vive que saben su nombre y su historia. ¿Es injusto eso, no? Un poco sí que lo es.

He prohibido la traducción al castellano de 'Dietario sentimental', porque no quiero contribuir a la bilingüización de la literatura catalana

Sobre Baye Saliou, hay un momento en que hablas de su paso por Lívia, y de cómo se lo miraban las mujeres árabes confinadas en casa. El juego de espejos es muy potente, pero también hay quién podría decir que estás paternalitzant su mirada.

Me impactó mucho, cuando Baye me explicó esta historia. Ahora: ¿que si está mal que yo, desde mi privilegio, escriba esto o aquello otro? Me da igual. Todo eso del privilegio está muy bien para hacer artículos aburridos; para escribir, olvídate. El único pesar que tuve es cuando hablaba de la inmigración como fenómeno, porque es un terreno delicado. Pero con respecto al resto del contenido del libro, no me he cortado en ningún momento. ¿Por qué lo tendría que haber hecho? Porque por ejemplo, para mí ser cisgénero no es un gran privilegio, ¿sabes? Es una putada no serlo, estamos de acuerdo; pero eso no quiere decir que sea un privilegio ser una mujer cis.

¿En este sentido, dirías que Les Golfes te ha servido como campo de probatura con respecto a buscar dónde están los límites de la conversación pública? ¿De aquello de lo que se puede hablar, de aquello que lo que se puede escribir, y de aquello de lo que no?

Totalmente. Con Les Golfes se ve mucho eso, de hasta dónde puedes llegar. Pero también pasa el contrario: hay presión al ponerte a escribir después de haber hablado tanto. Muchas veces pienso: ¿lo sabré hacer? O: ¿sabré hacer otro libro? Porque al final, Dietari sentimental lo escribo entre 2018 y 2021. La voz del libro está muy condicionada por mi momento vital: un poco estresada, una pizca confundida; insatisfecha. La pandemia me coge por el medio, pero no estaba insatisfecha por|para la pandemia. Lo estaba por no haber sabido poner límites con muchas cosas. Ya no solo son las mis encuentros y desencuentros con los tíos: también estaba el caos constante de compartir piso, de un compañero que entra y otro que sale; de estar estudiando y trabajando al mismo tiempo, porque no te gusta el trabajo que haces y, al mismo tiempo, los proyectos personales que se te amontonan... Era una época infeliz por todo eso.

Foto: Carlos Baglietto

¿Si el caos de la vida líquida lleva a la infelicidad, la respuesta es hacerse tradwife? ¿La salvación está en el conservadurismo?

Yo soy una tradwife, pero sin marido que pague (río). Claro que no, eso es un rollo. No querría que desde fuera se me viera como una persona conservadora, no porque me dé miedo que alguien pueda pensar que soy de derechas, sino porque, en el fondo, todo dejaría de ser interesante. Me haría dejar de pensar. Lo que sí que he superado es eso de sentirme permanentemente en una tribu urbana; el "yo me prometí no cambiar nunca". Ya me ha pasado, esa edad. Quiero decir: tengo 31 años. Si me quisiera hacer de derechas, ya me habría hecho. El problema es que serlo es comulgar con muchas cosas opresivas. Y que sigo siendo el anarco que estaba, en algunas cosas. En otros, pues ya no.

Esta parte anarco, o más punkarra, aparece de vez en cuando en vuestro podcast. En un capítulo incluso te lanzas a cantar Solo contra todos de Último Asalto.

A mí de esta canción me gusta la letra, pero sobre todo me gusta la fuerza que tiene. Los componentes de Último Asalto eran skins, cosa que yo no, porque me faltaban los amigos. Ser skin es una cosa muy tribal, con un grupo muy definido. Si estás solo, no puedes ser skin. Puedes ser punki, porque los punkis van a su rollo; pero no skin. Y yo no lo era, pero sí que me fascinaba mucho todo aquel mundo. Incluso la imagen que tenían las tías, las skingirls, que me parecían de lo más elegantes. Esta idea de una mujer femenina, fuerte, elegante; eso me gusta. Y de alguna manera conecta con mi sensibilidad como escritora. Elegancia. Fuerza. Feminidad.

La imagen de las skingirls conecta con mi sensibilidad: elegancia, fuerza, feminidad