Juliana Canet (Cardedeu, 1999) es una de las defensoras más firmes de la idea del libro de bolso: aquellas publicaciones pequeñas, del tamaño de una palma de la mano, que puedes cargar todo el día dentro del zurrón sin morir de dolor de espalda. Cuando quedo con ella en un bar-restaurante próximo a Catalunya Radio, le pido que me enseñe qué libro carga hoy. "Llevo esto", dice, haciendo aparecer un ejemplar de El nadador de John Cheever. Nos lee la nota que le ha dejado el editorial Cal Carré: "Juliana, hay lecturas que son como un complemento de moda". También, podríamos añadir, hay voces literarias que son como un zumbido: un run-run incesante que hay que concretar en forma de libro. Canet, que se ha estrenado como editora con la curduría de Fusta i resina (Columna) de Ofèlia Carbonell, lo sabe perfectamente. Hablamos, de este debut y de mucho más, entre el tintinear de los cubitos de los gin-tonics de la Farga.

Juliana Canet en la Farga/ Foto: Pau Venteo

¿Por qué has querido que quedemos en la Farga?
Te diré, en primer lugar, que esta es una Farga que yo no conozco. O sea: yo es la primera vez que me tomaré una cosa con alcohol aquí. Yo en la Farga solo bebo cafés, compulsivamente, todo el rato, y como unos dónuts gigantes que para mí son los mejores dónuts de Barcelona, tan grandes que a la fuerza los tienes que compartir. El café quizás cuesta un ojo de la cara, pero te lo hacen muy bien. Y los dulces son buenísimos. Era bastante lo que necesitábamos.

¿Qué quieres decir, con «era bastante lo que necesitábamos»?
Somos muy poco aventureros, yo y mis compañeros del programa, y al principio exploramos muy poco la zona; lo que más nos importaba de un bar era su proximidad con los estudios de Catalunya Radio. Enseguida nos tiramos al bar más próximo, y el bar más próximo era horrible. Estuvimos secuestrados allí tres años. No había manera de marcharse, era una relación tóxica. No nos gustaba nada: típica carta muy pequeña, pocas cosas y muy caras y muy malas, siempre hacía frío. Nunca encontrábamos el equilibrio, pero seguíamos yendo. Hasta que nos atrevimos a cruzar la calle Beethoven y descubrimos nuevos lugares que nos funcionaban mucho más. Hoy he vuelto, a este bar de mierda y ¿sabes cuándo quedas con un exnovio con quien has tenido una relación muy intensa? Que de golpe lo ves y dices: «Oh, mira que bien, ya me he desenganchado cien por cien de esta persona». Pues volver a este bar ha sido un poco así. Ya ni conozco a las camareras.

¿Con los ex tenemos que quedar en bares o tenemos que quedar en cafeterías?
Yo ahora estoy en una etapa de no quedar con los ex. Mira, de hecho te diré una cosa: yo la mayoría de quedadas postruptura con mis ex las he tenido en este bar horrible que te comentaba. O sea, imagínate cuántas cosas han pasado allí. Si puedes ahorrarte quedar con un ex, ahórratelo. Pero si tienes que quedar, queda por la mañana nunca por la noche. Queda antes de comer, así tienes la excusa perfecta para marcharte enseguida.

Juliana Canet en la Farga/ Foto: Pau Venteo

Es curioso que digas eso, porque creo que los millenials y la generación Z estamos demasiado acostumbrados a prolongar la relación con las exparejas.
Sí, los cuidados y todo eso. Mira, yo tengo mucha gente en la vida, y bastante trabajo me cuesta mantenerla como para además intentar cuidar relaciones con otros con quien no me he sentido querida. Lo que no puedo hacer es esforzarme por relaciones que ya están perdidas, y llegar a este punto es una cosa que me ha liberado muchísimo. Porque yo sí que lo notaba, este peso generacional y este discurso que nos han intentado colar, portarse bien con todo el mundo y no tener conflictos con nadie. A mí me va bien tener conflictos con la gente y me va bien sentir rencor, porque el rencor me protege de la gente que me ha hecho daño. Si un ex te ha hecho daño, fuera. Si has tenido una ruptura agradable, de puta madre. Yo trabajo con un ex, nos vemos cada día, y no hay ningún problema. Pero dilatar en el tiempo una relación malsana es una absurdidad.

Quizás no hay que hacer tantos cafés. Pienso lo mismo.
Aquellos cafés no tienen nunca ningún sentido. Solo sirven para hacer una revisión de lo que has hecho durante todo aquel tiempo. Quedar por compromiso con una persona a quién hace años que no ves para explicarle que si ahora el trabajo tal, que si ahora el otro amigo tal... Una enumeración de sucesos que no tiene ningún sentido haber de comunicarle a aquella persona. A mí las relaciones que me gustan son las de la cotidianidad... (El camarero nos informa de que no hay Seagrams y la Juliana le dice que entonces cualquier ginebra estará bien) ¿Lo has visto, que parecía que fuera yo quién no tuviera la ginebra? Ese suspiro...

Si tienes que quedar con un ex, hazlo antes de comer, así tienes la excusa para marcharse enseguida

Son muy serviciales. Yo no la hacía tan formal, la Farga. Solo he entrado a hacer cervezas. ¿Por qué te has pedido un gin-tonic, por cierto?
Es de mis bebidas con alcohol preferidas. Yo, sin embargo, casi nunca bebo. Hoy porque hacemos esta entrevista, pero yo nunca me pediría un gin-tonic como quién se pide un Cacaolat. Después de este gin-tonic, iré del revés. Porque tengo el cuerpo muy poco acostumbrado a estas batallas. A mí, desde bien pequeña, nunca me han gustado las bebidas con sabores fuertes, ¿sabes qué quiero decir? La Fanta, la Trina, la Coca-Cola; no me gustan nada. Y como el alcohol tampoco es una cosa que me guste en términos gastronómicos, pues me tiene que apetecer mucho. De la misma manera, te tengo que decir que ir un martes a tomar una copa al Tandem Cocktail Bar, de vez en cuando, también cae.

La entrevista a Marina Porras la hicimos al Tandem.
Yo voy mucho con ella, a tomar copas. Cada vez cuesta más encontrar el momento, porque somos dos mujeres muy ocupadas, pero de vez en cuando lo conseguimos. Vamos por la noche, pero es un lugar donde puedes llegar a primera hora de la tarde y encontrarte a gente tomando güisquis y leyendo. Los sitios como el Tandem tienen una energía muy propia, un ecosistema muy propio, con un tipo de gente muy concreta. Me gusta ir, encontrarme con Marina, conocer al camarero. Es como una sensación de estar protegida que me gusta mucho.

Juliana Canet en la Farga/ Foto: Pau Venteo

¿Qué haces a la hora de comer un día normal?
Siempre hay excepciones, porque mis horarios son súpercanviantes, y lo que yo considero un día estándar no siempre acaba siéndolo, pero normalmente como en casa, una verdurita; me muevo bastante en este universo. Después vengo a la radio, hago el programa, y normalmente ceno fuera. A menudo vamos a un sitio que se llama Bar Kamel, que tardamos cuatro minutos en llegar. Por aquí hay mucho italiano y mucho restaurante de sushi, pero en el Kamel te hacen una tortilla a la francesa, pinchos de tortilla de patatas, croquetas, alcachofas; tienen bastante oferta. Y además está bien de precio, teniendo en cuenta que estamos upper diagonal; aquí, te despistas y te clavan 25 euros por una pizza. Después, los días que como fuera, voy al Velódromo. Voy una media de dos veces por semana. Se come bien y los camareros me caen superbien. Me conocen mucho y saben lo que quiero. Cuando vas tantas veces a un lugar, te sientes en familia. Un poco como el Gelida: me he pegado buenas juergas, allí. De hecho, a mi novio, Guillem, lo conocí en la terraza del Gelida. Es él, quien me ha enseñado a disfrutar de la gastronomía de Barcelona. Lo poco que sé, lo sé gracias a él.

¿Dónde te ha llevado, Guillem?
Donde no me ha llevado, Guillem. Me ha llevado a Dos Pebrots, al Dos Palillos, al Coure, al Nairod, al Gresca, al Deliri. Para mucha gente quizás son los clásicos, pero según como cuesta llegar. Yo, antes de empezar a salir con él, hacía tres años que vivía en Barcelona y nunca había ido a ninguno de estos restaurantes. Fue gracias a él, que descubrí todo este universo. Él es muy inteligente, escucha a la gente indicada y tiene mucha intuición.

Cuando quedo con las autoras a las que edito, acabamos hablando de nuestras vidas antes que del libro

El conocimiento situado también es importante: tú, que eres de allí, ¿qué restaurante de Cardedeu me recomendarías?
Supongo que es de justicia que te recomiende el Pla de la Calma. Es más un bar que un restaurante, pero tienen un menú de puta madre: por doce pavos tienes una ensalada fantástica y un segundo estupendo. Tienen muchas opciones vegetarianas también, que eso a mí durante unos años me fue muy bien. También puedes ir a hacer copas hasta tarde. Yo cuando vivía en Cardedeu iba mucho, al Pla de la Calma, hasta la saciedad.

¿Y dónde quedaste, con el Ofèlia Carbonell, cuando le pediste que escribiera Fusta i resina para la colección Brunzits?
En la Granja Petitbo del Passeig Sant Joan, que es donde quedan las chicas de comarcas que no saben exactamente dónde quedar (se ríe). También hemos venido mucho aquí, a la Farga, a trabajar el libro. Pero está pasando una cosa curiosa: cada vez que quedo con gente que escribe para Brunzits, hablamos más de cosas de la vida que del libro. La edición pura la hacemos por mail, pero cuando quedo con las autoras, acabamos hablando de nuestras vidas personales. Con Ofèlia hemos hablado mucho de los nervios que teníamos las dos, porque ella se estrenaba como autora y yo lo hacía como editora, así que los nervios y las inseguridades eran compartidas. Glòria Gasch, de Columna, también ha hecho este trabajo de escucha conmigo, y he podido hablar mucho con ella de las cosas que me daban agobio y de las que me hacían ilusión.

Juliana Canet en la Farga/ Foto: Pau Venteo

En algún punto te oí decir que querías dejar de hacer radio. ¿Era para poder explorar otros campos, como ahora haces con la aventura editorial que supone Brunzits?
En algún punto, no: en todos los puntos (se ríe). A mí lo que me pasó es que de muy pequeña me aparecieron muchas oportunidades. Eso es una suerte, un privilegio, y una pasada; pero te hace entrar en una dinámica de no poder decir que no a nada. Yo podía haber dejado pasar algunos trenes, y no habría pasado nada; pero como tenemos interiorizado este discurso de aprovechar cuantas más oportunidades mejor, porque no sabes cuándo la volverás a tener... Se tiene que tener huevos para decir que no, porque te hacen sentir que el próximo año no tendrás trabajo. Es por esta razón que, en ciertos momentos, me he sentido atropellada y he echado de menos tener espacios para plantearme si me quería dedicar a la comunicación, si dentro de la comunicación quería hacer radio, si dentro de la radio quería hacer esto o aquello otro... Entre mis amigos es una broma muy recurrente, eso de que cada año quiero dejar la radio, y que cada año acaba siendo mentira. Es difícil marcharse de un lugar donde te hacen propuestas que te gustan mucho y donde trabajas con un equipo que es a tu puta familia. Pero, sinceramente, no era mi gran ambición hacer radio. No era mi sueño.

¿Cuál era, tu sueño?
Dedicarme a leer, trabajar de leer. Aunque no sé si llamarle «sueño». Estoy un poco en contra de la idea de vocación, y de tener que tener una. O la idea de intención. Había una pregunta que me hacían mucho al principio de todo: «¿Cuál era tu intención cuando empezaste a hacer vídeos en catalán?» Una pregunta absurda, sin ningún tipo de sentido. Lo hago todo en catalán porque pienso en catalán, porque toda mi vida ha sido íntegramente en catalán, y porque no hay ningún ambiente donde hable castellano. Yo en mi casa siempre he escuchado Catalunya Radio, he visto series de TV3 y los dibujos del Super3; es normal que estos sean mis referentes. Es lo que he mamado en mi casa. Los referentes españoles los que incorporado de mayor. Vaya, excepto La Oreja de Van Gogh.

Hacer un programa de radio no era mi sueño: lo era dedicarme a leer, trabajar de leer

Explícame eso de La Oreja de Van Gogh.
Si no me equivoco, mi padre le regaló a mi madre el disco Lo que te conté mientras te hacías la dormida. En mi casa lo escuchamos en bucle. Yo te puedo cantar de la primera hasta el bonus track, todas las canciones, en orden. Es una enfermedad, lo que tengo con este disco. Cuando me conecté a Internet por segunda vez —la primera fue para buscar fotos de La mágica Do-Re-Mi—, me pasé toda la tarde buscando más canciones de LODVG.

¿Incluso las de la etapa posterior a la salida de Amaia Montero? ¿Te interesa, aquello?
No solo me interesa: es que me sé todos los discos. Y todavía soy fan ahora, hoy, una fan de verdad. Sé que soy de una especia rara, pero a mí es que me gusta desde el primer disco de Amaia hasta el último de Leire. He tenido la suerte de entrevistarlos en la radio. Fue muy emocionante para mí. Son la hostia: podrían realmente tenérselo creído e ir de sobrados, pero fue como si estuviera hablando con mis tíos el día de Navidad. Además con aquella cosa vasca; en fin, muy heavy. Maravilloso.

Juliana Canet en la Farga/ Foto: Pau Venteo

Unas mesas más allá de donde estamos nosotros está Xavier Trias. ¿Qué opinas, de lo que pasó a la constitución del Ayuntamiento de Barcelona?
Yo no voto en Barcelona. ¿Qué opino, sin embargo? Que estoy contenta, porque tengo la razón.

¿Votas en Cardedeu?
No voto. No voté en las municipales. Pero sí: estoy empadronada en Cardedeu.

Es curioso que, en muchas entrevistas de esta sección que he ido haciendo, hay bastante gente que apuesta por la abstención como gesto político. Y en Twitter está cogiendo impulso.
Sí. Pero no lo puedes decir muy alto. Lo que pasa es que yo lo entiendo, el discurso del miedo. Es que es normal. Es que yo también tengo miedo. Todas las decisiones implican un riesgo. Todas. Puedo comprender que la gente esté nerviosa, pero es necesario poder debatir todas las opciones con normalidad, también la abstención. Pero quizás Twitter no es ese espacio.