Con un exilio que nada más acaba de empezar, Mercè Rodoreda está a punto de empezar otro: en el castillo de Roissy-en-brie donde se refugia junto a muchos otros intelectuales catalanes que huyen del fascismo español, y al enterarse de su flirteo con Armand Obiols, nadie quiere compartir la mesa comunitaria del comedor con ella. Como respuesta, la escritora optará por el histrionismo: caza una mosca, la mete dentro de una copa de vino y se la traga riendo escandalosamente. Esta imagen, y muchas otras, son recogidas en Al mig de la vida, jo, un retrato de Mercè Rodoreda firmado por la librera y crítica literaria Marina Porras (Rubí, 1991). Quedamos con ella en el Tandem Cocktail Bar (Calle de Aribau 86) para la segunda entrega de Entre copas, una serie de conversaciones en la periferia de la gastronomía.
Cuando estalla el éxito de La plaça del Diamant, Mercè Rodoreda recibe a los periodistas en su piso y toma güisqui con ellos. Tú y yo hemos quedado en el Tandem. ¿Por qué aquí?
Cuando me pediste por mi bar de referencia, la respuesta fue muy fácil y muy rápida. A menudo bromeo, pero este bar es como mi oficina: si tengo un encuentro pendiente con alguien, siempre lo hacemos aquí. Yo, por trabajo, tengo unos horarios un poco extraños, muy locos, donde el ocio y el trabajo se mezclan, y me va muy bien quedar aquí por la noche. El Tandem, para mí, es la mejor coctelería de Barcelona, y lo es porque se aleja mucho del concepto que mucha gente tiene cuando piensa en una coctelería: un sitio ruidoso, con la música muy alta, mucho jaleo. Este realmente es un lugar muy tranquilo, donde se puede hablar tranquilamente. Se está muy bien, y me gusta mucho cómo hacen las copas.
¿Qué te has pedido para beber?
Para la gente que sepa de cócteles, hace daño reconocerlo: nos hemos pedido uno sin alcohol. Hemos quedado al mediodía, y los dos tenemos que trabajar después, así que hemos pedido un Fantasía (cordial de lima, tónica, angostura, hojas de menta, piel y zumo de limón), que es un cóctel que me gusta mucho porque es muy cítrico.
¿Y si hubiéramos quedado por la noche?
Mi aperitivo preferido para antes de cenar; mi aperitivo preferido, de hecho, es un dirty martini. Es el clásico dry martini, pero con zumo de oliva. Me encanta: es seco, corto y al pie. Es ideal para cuando estás muy estresada y acabas de trabajar. Dices: a la mierda todo, me voy a hacer un dry. De aperitivo, también me gusta bastante el negroni, que es un clásico. Y una versión soft del negroni, que es el americano. Y después, bien entrada la noche, últimamente hago gin sours.
El dry martini es ideal para cuando estás muy estresada y acabas de trabajar. Dices: a la mierda todo, me voy a hacer un dry.
¿Cómo se relaciona tu afición a los cócteles con tu escritura y tu lectura? Te lo pregunto porque, cuando yo era abstemio, era un tanque de productividad.
A no ser que tenga una noche que se me complica, que no me pasa a menudo, puedo salir tranquilamente, hacer dos copas, volver a casa, y el día siguiente levantarme como si nada. Cuando salgo, para mí es un momento de desconectar; pero yo nunca bebo en casa, por ejemplo. No me hago cócteles en casa. Bueno, durante la pandemia sí que lo hice.
Durante la pandemia tuiteaste: "Se hacen pruebas de conciertos multitudinarios y yo solo quiero cenar y hacer copas y volver sin fijarme en los coches de policía, por caridad".
Sí, claro. O sea: yo, cuando pienso en descansar de verdad, pienso en lugares como este. Para mí realmente un plan ideal es estar todo el día trabajando y después poder tomar una copa tranquilamente. Para mí eso es lo máximo.
Cuando La plaça del Diamant pierde el Premio Sant Jordi, Armand Obiols consuela Rodoreda llevándola a los mejores restaurantes de Viena. ¿Qué restaurante te consuela a ti?
Mi plan preferido, quizás del mundo, es ir al sake bar del Dos Palillos. Es un sitio que realmente te puede curar de muchas cosas. En el Dos Palillos puedes reservar para hacer el menú largo, pero no la barra; la cosa es ir pronto, para coger un buen sitio. El sake bar te lo encuentras justo cuando entras, y tiene espacio para unos 8 o 10 comensales. A mí el menú de mesa del Dos Palillos me gusta muchísimo, pero es que la carta del sake bar me gusta todavía más.
En el libro se pone de manifiesto la preocupación que tenía Rodoreda con respecto a la bilingüización de Barcelona. ¿Crees que esta castellanización afecta especialmente a la restauración?
Sin ser ninguna experta, si hablamos de restaurantes como el Dos Palillos o como el Disfrutar, restaurantes buenos de verdad, eso lo cuidan mucho. Siempre hay alguien que te atiende en catalán. Pero en general, yo con eso no tengo muchos problemas, porque yo siempre hablo en catalán y no cambio. Yo lo hago así.
Es lo mismo que hacía, y que decía que había que hacer, Mercè Rodoreda.
Eso es hacia el final del libro; lo dice en una carta que le envía a Joan Sales, su editor y uno de sus interlocutores más constante. En los 70, muchas de sus conversaciones giraban en torno al cambio social y cultural de Barcelona, y sobre el tema de la lengua. A mí me sorprendió, que los dos estuvieran tan preocupados por eso. Tienen esta desazón porque el mundo que ellos conocían ya no existe. Se dice rápido, pero es perder un mundo, ¿sabes? Perder tu mundo. Nosotros lo vivimos muy diferente, el tema de la lengua, porque hemos nacido y crecido en otra época. Pero Rodoreda y Sales vivieron el nacimiento de todo esto.
Al mig de la vida, jo es un texto muy duro, pero al mismo tiempo las imágenes de Elisa Munso que lo acompañan son muy cuquis. Es todo un choque. ¿Es un encargo, este libro?
El libro me lo encarga Random House, supongo porque en La envidia salía bastante Rodoreda. Me dijeron que querían una especie de biografía, pero yo siempre lo he rebajado a retrato —mi apuesta es que en la portada pusiera retrato, en vez de biografía, pero no me he salido con la mía. Desde el principio me dijeron que sería un libro ilustrado, pero yo no sabía quién sería la ilustradora, ni cómo se acercaría. Yo me puse a hacer investigación de lo mío, y por lo tanto la unión entre las ilustraciones y el texto vino muy hacia el final. El contraste entre la cosa cruda y la cosa cuqui, de esta manera, es fortuito.
Mi plan preferido es ir al Dos Palillos. Es un lugar que realmente te puede curar de muchas cosas.
¿Y cómo la abordas, la elaboración de este retrato?
Rodoreda es un monstruo que ocupa mucho espacio en la literatura catalana. Yo de alguna manera quería hacer algo que se desmarcara de la cosa académica, de todas las biografías que estaba leyendo para hacer investigación, y entonces me encontré en una posición que no sabía exactamente qué hacer. Estaba agobiada de tanta información como tenía. Dije: para resolver este libro, me tengo que basar en correspondencia y entrevistas. Entonces, lo que he intentado es hacer un retrato de Rodoreda desde mi visión, pero cediéndole mucho la palabra a ella.
Me ha sorprendido mucho la relación de Rodoreda con su hijo: lo dejó en Barcelona de bien pequeño para irse al exilio y se desentendió, incluso, cuando lo ingresan ya de adulto en un centro de salud mental.
Con esto del hijo hay mucho debate. La profesora de literatura catalana Maria Campillo siempre dice que no estaríamos hablando de ello si quien lo hubiera hecho, quien hubiera desatendido a una criatura, fuera un hombre. En parte tiene razón, pero también me parece absurdo no explicarlo. Creo que con las biografías siempre hay una reflexión sobre si lo que se está haciendo es prensa amarilla o no lo es. Porque claro: estás hurgando en la vida privada de la gente. Sin embargo, ostras, si hay bastante información para explicar alguna cosa, esta cosa tiene que ser dicha. Sobre todo si, como en este caso, explicándolo, explicas cosas sobre Rodoreda; no ya como persona, sino como artista. Es muy ilustrativo de la relación que tiene con su trabajo.
Yo entiendo perfectamente porque lo hace, eso del hijo. Lo entiendo demasiado, de hecho.
Es que hay como un individualismo muy extremo en Rodoreda, que es el motor de su creación. Hay una mala leche de fondo a sus textos que, cuando revisas su vida, también la encuentras. Ella tiene una comprensión muy cruda de la naturaleza humana. Y yo creo que, como todos los escritores, tiene una cosa de vampira, de coger cosas de los otros. También tiene una visión muy cruda de su propia vida: se queda solo con aquello que le sirve, y aquello que no, enseguida se lo saca de encima. Es muy despiadado.
La visión que tiene de los hombres también lo es. Así como localiza un dolor de lengua que ahora tenemos muy presente, también encuentra ciertas debilidades masculinas.
La primera persona que me habló de eso fue Enric Vila: "La obra de Rodoreda está llena de hombres eunucos". Hombres muy débiles, sin cabeza; que no cumplen con su función en el mundo, para entendernos. Cuando me lo dijo Enric, claramente me di cuenta de que había un patrón. No se lo inventó ella, sin embargo: en Vida privada de Josep Maria de Segarra ya encontramos estos tópicos de señor desganado que no lucha por nada. Segarra ya lo veía. Josep Pla ya lo veía. La diferencia, sin embargo, es que Rodoreda lo coge desde una perspectiva femenina, y lo que saca es muy bueno. Su visión sobre los hombres es muy interesante, y todavía más cuando ves cómo liga vida y obra.
Si no encuentras metáforas, en el libro, es porque no se puede empatar con Rodoreda
Ahora que hablas de Enric, la crudeza del libro —cómo explicas cosas muy graves sin recrearte ni dramatizarlas— me ha hecho pensar en un capítulo de vuestro pocast, donde explicabas que te escupieron durante una Diada, dejándolo allí.
Eso fue cuando milité, durante un breve tiempo, en las juventudes de Convergència. Era antes de que Artur Mas fuera presidente; en el segundo tripartito, supongo. Estábamos en Rubí y fuimos a hacer la ofrenda floral, pasando por aquel tipo de pasadizo donde encuentras gente a ambos lados. Había alguien, supongo que de Iniciativa, que nos escupió cuando pasábamos por el pasillo. Él tenía cerca de 30 años, y yo unos 17. Recuerdo aquel escupitajo como una revelación. Aquel momento me hizo darse cuenta que no puedes ser sectario, porque si no acabas escupiendo a la gente (río). Con respecto a la sobriedad a la hora de explicar las cosas, también en el libro, como Rodoreda es tan ocurrente y escribe tan bien, decidí hacerlo todo muy limpio, muy aseado. Si no encuentras metáforas, en el libro, es porque no se puede empatar con Rodoreda.
Hay un punto muy interesante donde Mercè Rodoreda decide que no participará de los saraos literarios, y que Barcelona no es su sitio.
Una de las cosas más interesante que yo he descubierto de ella, y que no sabía, es la diferencia que hay entre el periodismo que hacía en los años 20 y 30, y lo que hace después como escritora. En los años 20, ella se pone como una vedette del sistema. Hace periodismo más preocupada por la imagen que proyecta que por el trabajo que está haciendo. Si las cosas hubieran ido de otra manera, Rodoreda podría haber acabado como una periodista random más. Si miras su obra previa a la guerra, la tía lo único que quería era hacerse un lugar allí en medio, portarse bien con todo el mundo, hacer ji-ji-ja-ja. El proceso de cómo gira todo eso es largo, y el desinterés por la sociedad literaria del momento es un camino que no hace sola. Es Armand Obiols, quien le dice: para de pensar en el cortoplacismo. Para de pensar en ganar este puto premio. Para de hacer eso. Escribe como si escribieras para que te leyeran dentro de 100 años.
Encuentro similitudes entre la apuesta que hace Rodoreda y la que haces tú. Pienso en el papel que ocupas dentro de un sistema literario muy a menudo lleno de sobrentendidos y de silencios. Lo digo porque no tienes ningún problema en publicar una crítica, incluso sabiendo que pocos días después compartirás mesa de debate con el autor.
Es que es la diferencia entre tomarte las cosas en serio o no tomarte las cosas en serio. La diferencia entre hacerlo y no hacerlo es tan grande, que para mí no hay explicación posible para decidir que es más importante no hacer las cosas en serio por pequeñas cosas del sistema literario. En el mundo del libro todo está montado al revés. Todo el mundo asume, y sabe, que hay una conversación pública y una conversación privada. Está la conversación oficial, que marca a quién toca reír las gracias, y entonces hay lo que dice la gente en privado. Y yo pienso: eso no sirve para nada, ¿sabes? No es que me quiera hacer a la valiente, ni ponerme de nosequé. Pero en la medida en que puedas, tienes que entender que, si te quieres dedicar a escribir, parte de tu trabajo es decir las cosas como las sientes. Yo, en cuanto veo a alguien más preocupado por lo que dirán que por su trabajo, sé seguro que lo que hace a aquella persona, lo que produce, no me gustará. Si tú no te tomas en serio a ti mismo, ¿cómo te tienes que tomar en serio tu trabajo?
Está la conversación oficial, que marca a quién toca reír las gracias, y entonces hay lo que dice la gente en privado. Y yo pienso: eso no sirve para nada.
Para llegar a conclusiones como estas, Rodoreda hace un proceso. ¿Tú también lo has hecho?
Como cualquier persona, he evolucionado, claro está. Yo empecé a escribir artículos sobre libros con 17 años, y obviamente eran artículos malísimos. Mi trabajo en la librería también me ayudó mucho, a la hora de aprender cómo funciona el sistema cultural catalán. Yo he cambiado mucho a lo largo del tiempo, y he ido trabajando progresivamente, para llegar al punto donde estoy ahora. Evolucionar está bien. Lo que no está bien es rendirte de entrada. Me parece ridículo.