Martí Sales (Barcelona, 1979) es escritor, traductor y cantante. Muchos lo conocen como frontman de los Surfing Sirles, un grupo de garaje que ya no existe, pero que cuando parpadea todavía deslumbra —el pasado diciembre se agotaron las entradas para verles hacer ruido en la Sala Apolo. Los dos libros más recientes de Sales son Aliment (Club Editor) y Alcohols: Aproximació als graus (Vibop Edicions), este último escrito a cuatro manos con Núria Martínez-Vernis. Del primer texto, salió un grupo llamado La Cuina donde se hacían odas lujuriosas a los calçots hurtando los riffs de Wicked game. Del segundo, una performance donde el público se sentaba en corro, como si fuera una reunión de alcohólicos anónimos, y un cubo de quintos y un abridor como la cuerda de un ahorcado hacían el resto.

M.F.K. Fisher, una de las heroínas que desfilan por las páginas Aliment, decía que la mejor manera de crecer es comer y hablar tranquilamente con buena gente. Y si es un bar tan genial como Bar La Cañada, añadimos, todavía mejor. 

👨‍🍳 Descubrimos los mejores callos de Catalunya en un restaurante de Barcelona

 

Martí Sales, Bar La Cañada / Foto: Eva Parey

Pongo la grabadora en marcha, Martí.
Sí, adelante. Lo que te decía: la literatura, la música; son cosas que hacemos porque sí. Porque no podemos no hacerlas. Vivimos en un mundo donde todo lo haces para conseguir no-sé-qué. Yo no escribo para conseguir nada. Yo escribo porque no puedo no-escribir. Pero, ¿para ganarme la vida? ¿Qué quiere decir, «ganarse la vida»? Vete a la mierda: la vida ya nos ha sido dada, tío. Nos la hemos encontrado, la vida; no te la tienes que ganar. Entonces, cuando oigo cosas así, pienso... En fin. ¿Qué tal, Víctor, cómo estás? ¿Estás contento? ¿Estás enamorado?

Yo sí que estoy enamorado. Mucho. En Aliment, confiesas que, después de una larga temporada de supervivencia culinaria, empezaste a cocinar por amor. ¿Tú todavía estás enamorado?
Y tanto. Parece mentira, pero ya llevamos 9 años. Y hostia, la peña normalmente dice que el amor es una pasión que quema rápido; pero yo me sigo despertando, o lo miro en ciertos momentos del día, y pienso: me vuelves loco. La gente dice que eso es estar enamorado como un teenager, como si relegáramos el enamoramiento y la pasión solo a los años de adolescencia. Como si no pudieras flipar durante toda tu puta vida. Porque esa es otra de las cosas que nos inculcan, ¿verdad? Tú puedes hacer loco hasta los 20 años, pero si te comes un tripi en los 50, eres un colgao... ¡De qué! Y enamorarse, lo mismo. Y jugar, lo mismo. Y aprender, lo mismo. Son las tres cosas que nos arrebatan cuando crecemos. Y para mí son las constitutivas de la vida: enamorarte, aprender y jugar. Imagínate vivir sin eso.

El amor ha perdurado, pues. ¿Y la cocina?
También. Yo empecé a cocinar relativamente tarde, y todavía tengo muchas cosas por aprender. Pero como aprender es una cosa que quiero hacer el resto de mi vida, no me da ninguna vergüenza preguntar cómo se hacen las cosas. Si quiero hacer un escabeche, solo lo he hecho una vez a la vida, y no me acuerdo de la receta, llamo a mi madre o a mi hermano, y les pregunto cómo se hace el escabeche. Saber cocinar, aprender, es muy importante. Si tú no sabes cocinar, si tú no eres capaz de nutrirte y de alimentarte, tendrás que depender de alguien más que te lo haga, y tú no puedes delegar en uno tercero una de las cosas más básicas de la vida. Si lo haces, estás atado de pies y manos. Es un derecho, como lo es la vivienda. No se puede especular con una cosa que necesita todo el mundo, como es tener un techo. Tenemos derecho a una sana y sostenible, por eso no podemos dejar la alimentación en manos de multinacionales y de peña que quiera ganar pasta con ella.

¿Qué quiere decir, «ganarse la vida»? Vete a la mierda: la vida ya nos ha sido dada, tío. Nos la hemos encontrado, la vida; no te la tienes que ganar.

En Aliment hablas precisamente de como la costumbre de comer canelones por Sant Esteve se inició con una campaña de El Pavo para imponer su producto el año 1911 por encima de lo que siempre habíamos comido: arroz a la cazuela.
Arroz de aprovechamiento, claro está. Para que no nos den gato por liebre, tenemos que saber en qué temporada crecen los alimentos, como cocinarlos, cuánto cuestan. La burbuja gastronómica donde vivimos se aprovecha de la ignorancia de una sociedad que cada vez cocina menos. Como la gente no sabe cómo se hace un capipota y cuánto cuesta, pagan 15 euros por un capipota. Cóbrame 15 euros por un arroz, si quieres. O por un plato de pescado fresco. Pero por un capipota, no. Y por un bocadillo, menos. Y por tres tacos, menos.

Esta lacra de la que hablas está muy extendida en Barcelona, pero este local no la sufre. Estamos en el Bar La Cañada. ¿Por qué has querido que nos encontremos aquí?
Porque está Juanpe (González), que es un amor y que, como dices, se niega a sustentar la burbuja gastronómica internacional. Él quiere vivir de esto, le gusta tener un bar, y a mí me gusta ir a un bar dónde la gente que trabaja le gusta. Yo no quiero ir a un local diseñado desde un despacho por una gente que habla del bar como «el producto», y que nunca pisará el establecimiento. Este lugar es lo contrario: hay hermandad y hay entusiasmo. Es como lo que decíamos antes de la literatura: tú puedes escribir porque te mola mucho hacerlo, encaje o no con los cánones de moda, o puedes escribir para ganar el Premio Ramón Llull. Yo escribo por la primera razón.

Ganar el Premio Ramón Llull no es tu ambición, de acuerdo. Pero, como escritor, tienes que tener alguna. ¿Cuál es?
Escribir bien.

¿Y lo has conseguido, en tu opinión?
No. Quiero decir: voy consiguiendo cosas; es un camino infinito, escribir bien. Releo muy poco mis libros, porque es como: ¡«Argh! Mierda»!. Quiero escribir mejor, pero este «mejor» tiene un techo muy alto. Después están los objetivos propios que tienen que ver con lo que tú tienes ganas de explorar o de enfrentarte. Otra de mis ambiciones es hacer libros que solo pueda hacer yo. Esta sería mi aportación a la biodiversidad del mundo. Si el libro lo puede hacer alguien más, que lo haga alguien más. Y no hablo de mi voz narrativa, sino de mis lecturas. A mí lo que me vertebra es ser un lector empedernido. Entonces, escribo cosas que me parece que pueden estar bien y que pueden aportar.

Martí Sales, Bar La Cañada / Foto: Eva Parey

Te cito una de las que escribes en Aliment: «Del Cola Cao se tiene que saber dos cosas: que es 75% azúcar y que es inflamable». ¿Contra qué lanzarías un cóctel molotov de Cola Cao, Martí?
Hostia, acabaríamos antes diciendo contra qué no. No sé ni por dónde empezar: contra todos los negocios con fiscalidad escápula, contra todas las multinacionales, contra todos los agentes del mal que se esparcen por el mundo, contra todos los que se dedican a exportar pobreza. Contra los que producen ropa hecha por pobres en la otra punta del mundo para vendérsela a pobres de aquí. Contra un Starbucks o contra un McDonalds. Todo eso tendría que quemar rápidamente.

Ya que hemos entrado en esta longitud de onda, te canto otra cita de Aliment: "El mercado es un reflejo de la sociedad. El mercado no lo ha matado ni la Semana Trágica ni la Guerra Civil ni Franco. Lo ha matado el individualismo capitalista". ¿Cuál es tu mercado?
Mi mercado de referencia es la Abaceria, en el barrio de Gracia. Allí tengo la pescadería de Nuri y de Eduard, que venden pescado de costa, de aquí; que cada día venden el pescado que toca, el que hay. En su pescadería no encontrarás salmón, por ejemplo, porque salmón no hay en el Mediterráneo. Sí que encontrarás merluza. Nuri y Eduard me han enseñado lo que es una araña y lo que es una rata, que son pescados cojonudos.

Aparte de volcar experiencias personales, Aliment también está lleno de citas de otras autoras. Me ha gustado mucho descubrir M.F.K. Fisher, que era contraria al lugar común que, cuando tienes gente a comer, se tienen que sentir como en casa.
¡Claro está, porque no están en casa! Y porque no estar en casa te hace perder la comodidad. Hemos hecho, de la comodidad, nuestro dios. Es lo que nos hace mover, o no mover, y lo que vertebra nuestras vidas en negativo. Y lo que nos dice la Fisher, que nos sorprende tanto, porque estamos tan aferrados a la comodidad, es una cosa maravillosa: que hay alguien que, invitándote a su casa, puede hacerte descubrir muchas cosas que antes de ir no sabías. La última vez que yo me he sentido así fue en La Borda, la cooperativa de vivienda en cesión de uso que hay en Labordeta, Sants, donde viven Elena y Núria. Me invitaron a comer en la cocina comunitaria que tienen, y Elena hizo una crema de coliflor buenísima. A mí la coliflor no me acaba, y me da mucha rabia cuando un alimento no me gusta. ¡Pero es que aquella crema era extraordinariamente buena! Y le pregunté: ¿«Cómo lo has hecho para que me guste tanto esto»? Me explicó que lo había aprendido de Pablo Albuerne, un gipsy chef que hace vídeos de cocina muy sencilla, de calle. Aquel día, yo no estaba en mi casa, pero me acabé sintiendo muy acogido, y probé una cosa muy buena que yo nunca habría cocinado.

Yo no quiero ir a un local diseñado desde un despacho por una gente que habla del bar como «el producto», y que nunca lo pisará aquel bar.

Hablemos de bebida. Antes de pasar a Alcohols, te quería preguntar por un pedo depresivo que expones en Aliment, dónde estás de cañas por el Carmel con un grupo de amigos "hablando de farras pasadas y eludiendo calvarios actuales". ¿Las farras eran mejor antes?
Yo, desde muy pequeño, he sufrido de nostalgia. Pero hasta puntos patológicos. Cuando me di cuenta de que eso era así, tuve que armarme contra este sentimiento tan paralizador y tan carca. No es que las farras antes fueran mejores, es que cuando nos las corríamos por primera vez, estábamos descubriendo el mundo. ¿Eran guays, aquellas farras? No sé si eran tan guays. Yo, si tuviera una máquina del tiempo, no volvería a mi adolescencia; ahora mismo estoy mucho mejor que entonces. Desde muy joven, he luchado para que todo aquello que me flipaba no me dejara de flipar pasados los años. Evitar los «no me da la vida», los «ui, qué resaca», los «ya verás lo que te vendrá». Pavo: ¿estáis muertos, ya? Pues moríos. Dadle el ticket de la vida a alguien que lo aproveche un poco más que vosotros. Yo ahora mismo estoy a la mitad de mi vida, y lo que intento es renovar mi relación con el mundo de la mejor manera posible, sin acumular manías ni dejar que estas manías me definan. Y sé que es posible, porque conozco gente que pasa de los 70 y que son alternativa

¿En quién estás pensando?
En Enric Casasses. Tiene 73 años, y es un tipo que escucha, que cambia de opinión, que aprende, que está en los sitios sin prisa, que no despotrica de la gente. El otro día estábamos en una mesa con otros poetas donde todo el mundo estaba rajando, y él estaba allí como callado; cuando hablamos, me dijo que aquello no le molaba nada. Y pensé: tienes toda la razón. Me toca mucho los cojones que un grupo de gente se tenga que vincular a través de la mierda. ¿Qué coño es eso, de dedicar tiempo de nuestra vida a criticar los otros? Cuando te decía antes que yo estoy mucho mejor que cuando era adolescente, no hablo en un sentido material, sino en el de haber aprendido algunas cosas valiosas. Es necesario aprender a vivir con menos angustias, con más hermandad, con más desprendimiento y con más conciencia. Nos están inculcando que hay una única manera de vivir y de hacerte mayor. El otro día me puse un rato los Rich Kids on LSD, que hacían hardcore punk, y pensaban: "Hostia, Martí, que tienes 43 años, esto ya no toca" (río)

Martí Sales, Bar La Cañada / Foto: Eva Parey

En Alcohols dices que la literatura es peligrosa para los escritores: "Tú empieza a escribir y lo más probable es que acabes emborrachándote cada noche en el bar de abajo". Qué vino primero: ¿la sed de bebida o la necesidad de explicar historias?
Mucho antes la necesidad de explicar historias. Yo empecé a escribir antes de empezar a beber. La cosa, con el beber, es que nunca sabes la sed con la la que beben los otros. La frase, que originalmente es un dicho popular castellano, nos la dijo, a mí y a Núria, Víctor Nubla, y la incluimos en Alcohols. ¿"Quién sabe la sed con la que beben los otros"? Es decir: qué necesidades tienen y cómo las sacian. No sabes quién tienes en frente, ni qué le está pasando; no juzgues, acompaña. ¿"Quién sabe la sed con la que beben los otros"? Es una frase increíble.

¿Con qué sed bebía, Francisco Casavella? Tengo entendido que erais compañeros de barra de bar mucho antes de que te enteraras, de que era un autor publicado, y uno muy bueno.
Hace muchos años, yo hacía de camarero delante del Oucomballa, en un restaurante que se llamaba El Pebre Blau. Era hacia el 2000 y el Born ya estaba absolutamente hipsteritzado. Después de currar, a la una de la madrugada, el único lugar donde podías ir sin que te preguntaran si eras diseñador era el Barcota. En aquel bar conocí toda una serie de peña increíble, todos muy acostumbrados a la conversación. Y a la cocaína, también. Y uno de ellos era Francis, que para mí solo era Francis. Un día, charlando con una amiga, yo le decía: "He conocido en un tío muy simpático, que se llama Francis". Y ella hizo: ¿"El Casavella? ¡Este tío escribe muy bien! Tienes que leer El triunfo, que es buenísimo". Y lo leí y aluciné. La siguiente vez que coincidimos en el Barcota fue como: "Hostia, Francis, hijo de puta, ¡habérmelo dicho"!

No es que las farras antes fueran mejores, es que cuando nos las corríamos por primera vez, estábamos descubriendo el mundo.

Estamos hablando de hace más de dos décadas. ¿Tu relación con el alcohol ha cambiado?
Absolutamente. Es muy importante que la manera de relacionarse sea consciente, porque el alcohol es una puta droga durísima. Nos intoxica. No digo que ser consciente te ahorre los problemas; pero digamos que, si tú despliegas una serie de mecanismos para relacionarte, es diferente que si bebes y bebes y bebes, y no te has parado nunca a pensar que eso es una cosa un poco complicada. Yo tengo reglas, como no beber durante el día. También había hecho aquello de un día a la semana, una semana en el mes, un mes al año. O un día sí un día no: si hoy es que sí, y mañana es mi cumpleaños, pues haré años y no beberé. Esta arbitrariedad te acaba entrenando, y con los Surfing Sirles tuve que entrenarme mucho. Yo trabajaba entre semana, y estaba muchos momentos que no podía seguirles el ritmo.

Hay una imagen en Alcohols que me ha llamado la atención: estás bebiendo en la calle y compartes tus auriculares con un vendedor de latas ambulante. Me hizo pensar en cómo la borrachera nos activa un altruismo que tendríamos que tener más a menudo.
Eso es un desastre, claro está. Hay que salir de esta rueda capitalista —donde la única droga permitida es precisamente el alcohol— de ahora ve y curra en trabajos de mierda, ahora ve y suéltate el fin de semana, ahora ve y ten resaca, ahora ve y ten culpabilidad todo el lunes. Creo que vamos muy mal, si el alcohol es la única manera que tenemos de relacionarnos desde la generosidad. El alcohol no tendría que ser la condición sine qua non por la cual yo puedo charlar con el del lado. Hemos recibido muchas mierdas por vena, como que acercarte a alguien con naturalidad es invadir su espacio personal, o ponerte a ti en peligro. Empiezo a pensar en ello cuando veo cómo se mueve por el mundo una persona como Roger Pelàez. Si la gente tiende a apartarse de los locos, de los yonquis, de los homeless, Roger hace al revés: se les acerca, charla con ellos; hace que no se sientan rechazados.

Martí Sales, Bar La Cañada / Foto: Eva Parey

En tus libros utilizas muchas imágenes gastronómicas extraídas de películas: la intoxicación alcohólica de Superman III, aquel pelar de patatas agónico de El caballo de Turín de Bela Tarr... ¿Por qué te gusta tanto utilizar este recurso?
Yo agradezco mucho cuando, en medio de un libro, el autor me cuela un diálogo donde alguien habla de uno disco o de una peli. Yo, desde que escribí Dies feliços a la presó, intento hacerlo siempre que puedo. Me parece que está muy bien utilizar todos los medios posibles para transmitir información, ya que tenemos tanta, y de tan mal tamizada, y tan insulsa, y tan nociva, que si me estás leyendo y puedo compartir conocimiento guapo contigo, pues perfecto; como de Bela Tarr no te hablarán al Telediario, pues ya te hablo yo. De adolescente estaba flipado por John Frusciante, el guitarrista de los Red Hot Chili Peppers, y leí una entrevista donde hablaba de sus influencias: Eddie Hazel de Funkadelic, el saxofonista Eric Dolphy... Los busqué y fue como: "Buah, tio, Frusciante, muchas gracias". Creo que cualquier espacio puede ser bueno para recomendar cosas que te parezcan importantes.

Recomiéndanos algunas, por acabar.
El chucho del Ideal. Horace and Pete. El Lluritu 2. The Dawn of Everything. Los bocadillos de lomo con queso del Morryssom. La mala dicció de Jordi Oriol. El segundo volumen de cuentos de Víctor Català. El Coral romput del Estellés interpretado por Ovidi Montllor. Biografies il·lustres de personatges breus de Víctor Nubla