En esta búsqueda constante por encontrar los alimentos, los hábitos, las costumbres y los productos más saludables, así como el seguir los consejos que nos ayuden a llevar una vida más sana y que nos permitan enfermar menos y envejecer mejor, manejamos mucha información. Estos años hemos aprendido que existen grasas buenas y malas, que el azúcar blanco es lo más parecido al veneno y que las legumbres son una fuente de proteínas a la que debemos dar prioridad.
Pero, ¿qué pasa con los horarios? En cualquier dieta, independientemente de su objetivo, se marcan los alimentos que sí o no se pueden consumir, la preparación e incluso en cuantas tomas al día, pero muy pocas veces se habla del cuándo. Y sí, la hora a la que se consumen los alimentos es tan importante como el qué se come. Y solo por eso deberíamos revisar nuestros horarios y replantearnos el momento en el que desayunamos o cenamos.
Empezar por el final
Mi primer cambio importante se hizo en la última comida del día. Que aquí cenamos tarde, y es algo que se sabe en todo el mundo, pero, que lo llevemos haciendo toda la vida, no es razón para no cambiarlo. No hay que llegar al punto de algunos países europeos en los que la cena está servida a las 18 h. Pero tampoco normalizar el hacerlo a las 22 h. Son muchos los expertos que coinciden que sobre las 20 h sería la hora perfecta. Y aquí van las razones y las consecuencias.
Un buen descanso es esencial para la salud, tanto física como emocional. Y para lograr esto es vital haber terminado la digestión. Así, entre que terminamos de cenar y nos acostamos deben transcurrir mínimo dos horas. Si termino sobre las 20.30 o 21 h, podré dormir plácidamente sobre las 23 horas. Esto también quiere decir que, si me levanto a las 7 h de la mañana, me aseguro las 8 horas de sueño aconsejadas.
Bueno para el corazón
Cenar más tarde de las nueve de la noche, se asocia a un aumento de un 28 % del riesgo de padecer enfermedades cerebrovasculares, como el ictus, en comparación quienes lo hacen antes de las 20 h. Esta conclusión es el resultado de varios estudios. Y sí, en todos coinciden en que las cenas tempranas son positivas a la hora de cuidar nuestra salud cardiovascular. Y hay más. Si dejamos esas dos horas después de la cena, nos aseguramos una correcta digestión y esto también se traduce en la posibilidad de quemar más calorías y, por lo tanto, controlar el peso de manera más eficaz.
¿Qué ocurre cuando cenas temprano (y ligero)? Que al día siguiente te sientes mucho mejor. Has descansado más y no duele tanto el sonido del despertador. Estás más activo y eso se traduce en que durante la mañana serás mucho más productivo, lo que también logrará que suba tu autoestima, te sientas más positivo, alegre… ¡Una maravilla que parece sacada de un anuncio de cereales de desayuno! Y aquí está la clave, en el desayuno, y no en esos cereales que estás pensando.
Si te levantas pronto, desayunarás antes. Lógico. O no tanto. Porque en infinidad de casos, al despertarse con el tiempo justo y más dormido que despierto, se comete el grave error de no desayunar. Si, por el contrario, no solo te levantas pronto, sino que desayunas con calma, los beneficios suben como la espuma. Al desayunar temprano, evitas periodos prologados de ayuno, lo que puede ayudar a mantener estables los niveles de azúcar en sangre. Esto contribuye a evitar picos de glucosa que pueden afectar negativamente la energía y el estado de ánimo.
También logras despertar al metabolismo y que se ponga lo antes posible a trabajar para llenarte de energía. Y, no menos importante, el desayuno temprano suministra nutrientes esenciales al cerebro, mejorando la concentración y el rendimiento cognitivo. Después de todos estos datos, ¿lo vas a intentar?