Barcelona es la capital de la cultura gastronómica catalana. Rellenada de elementos que dejan los sibaritas y turistas boquiabiertos. Restaurantes, cocineros, platos y tradiciones que se enmarcan en el cenit de la cocina catalana. De entre todos estos ítems, uno de los que resalta en mayúsculas en las agendas de los locales y extranjeros es el mercado de La Boqueria de la Rambla. Este supuso el inicio de una historia de amor de toda la vida con los mercados de alimentación al aire libre de estilo europeo.
La Boqueria: ocho siglos de historia
Este mercado fundado en 1217 se proclamó hace unos meses ganador del 2024 Global Tastemakers en el Mejor Mercado de Alimentos y Bebidas, entre los mejores destinos culinarios del mundo. El mercado más antiguo de Barcelona, fundado ya hace ocho siglos, sigue siendo el punto de mira de los viajeros que viven para comer. Continúa siendo, en todos los sentidos de la palabra, deslumbrante. De hecho, no hay mejor manera de conocer una ciudad que explorando sus famosos mercados. Tanto si se trata de uno que hace siglos como de uno que es relativamente nuevo, sirve los mejores manjares que ofrece la ciudad. Un escaparate que resume y aglutina lo mejor de lo mejor de aquella región y que te permite descubrir la esencia de aquella zona que visitas a través de las paradas del mercado, de la gente que se mueve y de aquello que se ofrece.
Una entrada siempre abarrotada de caminantes, marcada por arcos modernistas con su nombre formal, Mercat de Sant Josep, te encuentras con la estimulación de todos los sentidos posibles. Las frutas frescas, enteras, mojadas y mezcladas, perfuman el aire, entre el cual ahora son más de 200 paradas repartidas por todo el mercado. La fruta seca y los frutos secos se derraman en cajas adosadas, tentando cualquier visitante a clavar las manos directamente para sentir el esmalte suave y probar la suavidad de las ciruelas.
Es incluso divertido ver a los turistas hipnotizados delante estos puestos intentando identificar la mercancía del vendedor. "¿Qué es eso, caña de azúcar entera? ¿Una cebolla tierna bulbosa, llena de sabor para hacerla a la brasa?". Pero no solo los extranjeros quedan desconcertados ante tanta historia gastronómica, económica, social y cultural de Barcelona, sino que el público local también se deja enamorar una vez cada ciertas semanas o meses por los paradistas de la Boqueria.
Carniceros que recorren el aroma de grandes especies hasta las salchichas secas que flotan entre ellas, cuidadas y blanqueadas con la sal justa para que un olor de medida que pasas te haga volver a revolver cola para ver qué te acabas de perder. Continuando el camino cabe en la lonja del pescado, donde el pavimento se vuelve resbaladizo a medida que el hielo bajo las capturas del día se funde con las horas. Aquí, navajas bien empaquetadas, pescaderos que empuñaban enormes mostradores hilando pescado por encargo o utilizando cuchillos más pequeños para cortar una ostra al momento: una refrescante merienda con trozos de limón y servilletas para los zumos.
Al fin y al cabo, recordar que tenemos un tesoro muy valioso por visitar a cualquier momento del día y que es una joya en todos los ojos internacionales. Desayuno, vermú, comer, merendar o cenar, lo que sea, con una buena copa de vino catalán, una tabla de quesos o el vermú con las olivas de todo el país y bravas suculentas, un pequeño bocadillo de pan crujiente fresco con jamón salado que es irresistible. Solo por este motivo, este mercado del siglo XIII sigue siendo relevante. Las posibilidades que alguna parada no sea excepcional son escasas: ¡La Boqueria, competitiva y hambrienta, escupe talento!