Barcelona es la ciudad turística por excelencia de Catalunya. Miles de personas nos visitan cada año para disfrutar de nuestra cultura, nuestro patrimonio y nuestra gastronomía. Un turismo que tiene un impacto económico directo muy positivo en algunos sectores, pero también un impacto social indirecto muy negativo en otros. En medio del debate, además de la Sagrada Familia o el Parc Güell, uno de los iconos más importantes de la ciudad es el mercado de la Boqueria, un espacio en transformación que poco a poco se ha ido adaptando al turismo. Para conocer de cerca la realidad del mercado, nos hemos acercado a la Boqueria para saber qué ambiente se respira en plena temporada alta de agosto.
La Boqueria en verano
Bajando desde Plaça Catalunya por las Ramblas, en un ejercicio a medio camino entre pasear y hacer slalom de turistas, llegamos a la Boqueria, el mercado más icónico de la ciudad. Lo primero que llama la atención —pero no sorprende— es la cantidad de gente que se reúne en la entrada del mercado. Franceses, ingleses, japoneses y alemanes que intentan capturar la mejor imagen del icónico escudo que da la bienvenida al recinto.
"A nosotros nos va de coña el turismo. Vivimos del turismo. Si no fuera por eso, este mercado se iría al garete"
Los primeros puestos ofrecen todo tipo de batidos, zumos y granizados; a continuación, los escaparates de empanadas, conos de patatas y platillos de fuet hacen salivar a todo el mundo que pasa y una vez llegas al medio, las ostras y las degustaciones de pescado ponen el punto final a una visita por el mercado más atípico de la ciudad. Entre la marabunta de turistas que inunda el espacio, destacan los rebaños de 'guiris' que hacen visitas guiadas, disfrutando de los puestos casi como quién va al zoo, y sorprende encontrar abuelas que se aventuran a venir a comprar en las pocas tiendas con el producto de siempre que quedan aquí.
Un mercado dividido
La transformación social que ha vivido la Boqueria los últimos años es del todo evidente. Un cambio en la clientela que ha sido positivo para algunos, pero que ha supuesto una sentencia de muerte para otros. Mucha gente está contenta con este modelo de negocio. De hecho, son diversos los puestos que afirman vivir del turismo y que no tienen cliente local, porque tampoco lo necesitan. "A nosotros nos va de coña el turismo. Vivimos del turismo. Si no fuera por eso, este mercado se iría al garete. No tenemos cliente local, hay muy pocos" afirman en la charcutería Can Vila.
"Estoy hasta el moño del turismo. He perdido clientela de toda la vida"
La otra cara de la moneda son las tiendas de toda la vida que ven el turismo como una lacra que los ahoga. En un puesto de embutidos, Maria (a quién llamaremos así aunque no sea su nombre real porque tiene miedo de que le llamen la atención) explica que "estoy hasta el moño del turismo. He perdido clientela de toda la vida. Ahora en la tienda sufrimos por si vendrá Pepita, Joan o Josep. Para mí eso es fatal". Si antes le venían 400 personas a comprar, ahora son menos de la mitad y los costes del producto local que vende se han encarecido mucho. Maria lo ve magro porque además no tiene relevo generacional. "Venir a trabajar aquí es muy duro, especialmente cuando ves que cada día hay más turistas".
Pero no todo es blanco o negro. En el puesto de Peix.cat, Jaume Ripoll, que hace 40 años que está en la Boqueria, afirma que "el mercado como tal "está muriendo" porque la gente compra de otra manera. Tengo muchas clientas que se quejan del turismo y dicen que por eso no vienen, pero parte de la clientela fija la seguimos teniendo". Hay menos gente del barrio, pero todavía hay. De hecho, la Boqueria sigue siendo un espacio de referencia para grandes chefs de la gastronomía catalana que vienen a buscar su producto aquí. En el puesto de Bolets Petràs nos encontramos con Albert Adrià conversando con los tenderos y comentando las últimas novedades de su restaurante, Enigma. Se trata del segundo mejor cocinero del mundo y un chef de estrella Michelin.
Cambio de paradigma
Sin duda nos encontramos en un mercado de contrastes. Turistas con poco poder adquisitivo —según explican muchos de los paradistas con quién hemos hablado— comparten espacio con chefs de primer nivel. La adaptación al turista es tal que hace pocas semanas se ha incorporado un nuevo servicio de información en el mercado. Parejas de trabajadores equipados con chalecos reflectantes pasean por el espacio para ayudar y orientar a los turistas que visitan la Boqueria.
El futuro del mercado está para ver, pero mientras tanto, el Ayuntamiento ya ha iniciado conversaciones con los comerciantes para debatir qué rumbo tiene que tomar la Boqueria. Desde el departamento de comunicación de mercados, Maria Ortega explica que "es un tema que tenemos sobre la mesa y que queremos abordar a corto plazo".
La transformación que vive la Boqueria es casi inevitable. Se trata de una consecuencia más del modelo de ciudad en que se está convirtiendo Barcelona. Al fin y al cabo, no podemos culpar a nadie por intentar sacar adelante su negocio si la única manera que tiene de hacer cajón es orientarse al turista. Pero no deja de ser triste ver cómo cada vez hay más espacios emblemáticos que acaban completamente captados por el turismo.