Pocas cosas generan tanto consenso en el mundo de la gastronomía como esa sensación universal de aún tengo hueco para el postre. Da igual cuántos platos hayas comido o lo contundente que haya sido el menú, llega el momento del dulce y mágicamente aparece un espacio reservado, como si el estómago tuviera un compartimento secreto solo para pasteles, helados o chocolate. Esta idea, tan común y aparentemente irracional, no solo es una anécdota compartida en muchas mesas, sino que tiene una explicación científica muy concreta, respaldada por la neurociencia y que seguro que te sorprende.

Tener hueco para el postre tiene una razón científica

Durante años, este fenómeno se consideró una simple debilidad del paladar o un acto de gula, pero un estudio publicado en la revista Science demuestra que el cerebro humano está biológicamente preparado para dejar sitio al postre, incluso cuando ya estamos saciados. Investigadores del Instituto Max Planck para la Investigación del Metabolismo y del University College de Londres han descubierto que las neuronas que nos dicen que ya hemos comido suficiente (las POMC, ubicadas en el hipotálamo) también se activan frente a estímulos relacionados con el azúcar. Y aquí es donde ocurre lo sorprendente: no solo provocan saciedad, sino que también liberan beta-endorfina, una sustancia que genera una intensa sensación de recompensa y placer.

Dulces / Foto: Unsplash
Dulces / Foto: Unsplash

Es decir, justo cuando el cuerpo dice ya no más comida, el cerebro dice, pero si hay azúcar, mejor que mejor. El azúcar, al contrario que otros nutrientes, activa este sistema de recompensa de forma muy potente, desencadenando un impulso difícil de resistir. Por eso, aunque el cuerpo no necesite más energía, el cerebro sigue buscando ese pequeño “chute” emocional que proporciona un trozo de pastel o un bombón.

Durante años este fenómeno se consideró una simple debilidad del paladar

Este mecanismo, según los expertos, tiene sentido desde un punto de vista evolutivo. El azúcar era un recurso escaso en la naturaleza, pero muy valioso por su capacidad de ofrecer energía rápida. Por ello, nuestro cerebro desarrolló estrategias para aprovecharlo siempre que fuera posible. Hoy en día, el acceso constante a alimentos azucarados ha convertido esta ventaja evolutiva en un arma de doble filo. Aunque ya no necesitamos correr tras una fruta madura o esperar a que las abejas nos dejen una pizca de miel, seguimos atrapados por esa programación cerebral que hace casi imposible decir que no al postre.

El dulce suele ser muy tentador / Foto: Unsplash
El dulce suele ser muy tentador / Foto: Unsplash

Este hallazgo abre nuevas vías para comprender y tratar problemas como la obesidad, ya que explica por qué el control del apetito general no es suficiente cuando el azúcar entra en juego. La próxima vez que alguien te diga que tienes debilidad por lo dulce, ya tienes una buena excusa: es tu cerebro, no tú, el que tiene hueco para el postre.