Hay alimentos que comemos simplemente porque nos encantan y otros que, aunque también nos gusten, los elegimos sabiendo todo lo bueno que pueden hacer por nuestra salud. Es lo que pasa, por ejemplo, con las naranjas cuando llegan los primeros síntomas de resfriado, o con ese impulso de llenar el carro de fruta al empezar el año. Sabemos que nos aportan vitaminas, minerales y otros compuestos que ayudan a reforzar el sistema inmunológico o a prevenir enfermedades, y eso ya es motivo suficiente para incluirlos en la dieta.
La mejor forma de comer tomate para aprovechar sus beneficios
Uno de los grupos de nutrientes más valorados por sus beneficios son los antioxidantes, esos compuestos que ayudan a proteger nuestras células del daño causado por los radicales libres. Es decir, defienden a nuestro organismo de agentes externos que le hacen envejecer. Además, su consumo habitual se ha asociado con un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares, algunos tipos de cáncer y el envejecimiento prematuro. Estos nutrientes, tan valorados, están presentes en muchos alimentos de origen vegetal como las uvas, los frutos rojos, el brócoli o las espinacas. Y entre todos ellos, hay uno que destaca por su versatilidad, su sabor y su presencia constante en nuestra cocina: el tomate.

El tomate no solo es uno de los ingredientes estrella de la dieta mediterránea, también es la hortaliza más consumida en España. Se calcula que cada persona toma más de 14 kilos al año, ya sea fresco o en forma de salsa, conserva, zumo o incluso kétchup. Además de ser un básico en recetas tan nuestras como el gazpacho, el salmorejo o el pan con tomate, lo interesante es lo que aporta a nivel nutricional: carotenoides, licopeno, vitamina C y E, folato y una buena cantidad de compuestos fenólicos. Todo eso lo convierte en un verdadero cóctel antioxidante.
Ahora bien, si lo que nos interesa es aprovechar al máximo esos antioxidantes, la gran pregunta es: ¿cuál es la mejor forma de tomarlo? Porque no todo depende del alimento en sí. Según un estudio de la Universidad de Barcelona llamado Efecto del aceite en la biodisponibilidad de los compuestos fenólicos del tomate, la forma en la que preparamos y combinamos el tomate puede influir muchísimo en la absorción de sus compuestos más beneficiosos.
Lo que dice la ciencia
Según esta investigación, no basta con incluir tomate en nuestra dieta: la forma en que lo consumimos puede marcar una gran diferencia. Y no, no es lo mismo tomarlo crudo en ensalada que cocinado o en salsa. El estudio señala que el procesado térmico (es decir, cocinar el tomate) puede aumentar la biodisponibilidad de algunos de sus compuestos más beneficiosos, como los carotenoides o el licopeno. En otras palabras: cuando cocinas el tomate, tu cuerpo puede absorber mejor esos antioxidantes.

Además, se ha comprobado que añadir una fuente de grasa saludable (como aceite de oliva) ayuda aún más. La grasa actúa como vehículo para que estos compuestos pasen al organismo de forma más eficiente. Por eso, platos como un buen sofrito con aceite de oliva virgen extra o una salsa casera tienen más ventajas de las que imaginas. En cambio, cuando el tomate se toma crudo, muchos de estos compuestos antioxidantes no se aprovechan igual, especialmente los polifenoles y otros fenoles presentes de forma natural en el fruto. Aunque siguen siendo saludables, su absorción por parte del cuerpo puede ser mucho menor si no se acompaña de grasa o no se ha cocinado previamente. Así que ya sabes: si quieres aprovechar al máximo todo lo bueno que ofrece el tomate, nada como pasarlo por la sartén con un buen chorro de aceite de oliva. Saludable, sabroso y con beneficios que van mucho más allá del paladar.