Si viajas a un país donde casi no se desayuna o bien el desayuno es una comida magra y poco interesante, quizás una tostada de salmón con aguacate a precio de oro es una opción. Si viajas a los Països Catalans, con una larga y suculenta tradición de desayunos de tenedor, optar por una ensalada de kiwi con chia o unos huevos benedict en vez de una butifarra con secas, una escalivada con anchoas o un buen fricandó es una auténtica gamberrada.
Nos encontramos para desayunar y charlar con Mònica Escudero en el Bar Sant Josep, en una esquina recóndita del barrio del Farró de Barcelona. Nos partimos unas manitas de cerdo y una carrillera, que es una gran manera de empezar el día. Escudero es una barcelonesa de cuajo, del Camp del Arpa, que viene de la escena de clubs de finales de los noventa, se estrenó como periodista en la mítica revista A Barna y ha trabajado de freelance para otras publicaciones sin nunca dejar de hacer una de sus otras actividades preferidas que es pinchar discos. Después dirigió la revista Barcelonès y desde el 2015 que es coordinadora de El Comidista.
Escudero es una activista del cocinar: es su pasión y lo encomienda con sus artículos y recetas claros y comprensibles. Charlando de lo que ha pasado en los últimos años, comenta que el confinamiento fue un momento muy bonito de recuperación del cocinar, aunque es cierto que a toda la gente que se puso en masa a cocinar lo dejaron en cuanto pudieron. En cambio, con la pandemia el reparto a domicilio llega, nunca más bien dicho, en todas las casas y la gente, como las funestas reuniones online, se acostumbra e incorporan esta opción a sus vidas:
Respuesta (R): Ha habido una gran despersonalización de la gastronomía del día a día con el delivery, con Glovo, con empresas disfrazadas de economía colaborativa que al final son una estafa para el trabajador, gente con trabajos precarizados que precariza otra gente pidiendo comida barata y mala en casa. No digo que no puedas pedir cosas buenas por Glovo, seguro que puedes, pero lo han monopolizado de manera tal que para mucha gente no hay ninguna otra opción, y ellos mismos son los que promueven generar dark kitchens de donde salen igual una ensalada de mozzarella o un ramen.
Pregunta (P): ¿De estos últimos, años, de cosas bonitas, qué destacarías?
R: Me quedo con todo el trabajo que se está haciendo en el Parc Agrari del Baix Llobregat y esta reivindicación de los alimentos de proximidad, de conocer un poco lo que comemos y de dónde viene, el orgullo de qué viene de cerca, de entender lo que cuesta, de ser capaz de decir "prefiero comer la mitad de veces alcachofas, pero que sean unas buenas alcachofas, de calidad y cuando me las coma diga uau", que sepa que la persona que las vende cobra un precio justo, y otro día ya comeré calabaza, que también es del Prat, pero vale una tercera parte. También creo que con el tema de las verduras y las legumbres la gente se está poniendo las pilas y empieza a entender que tienen que ser la base de nuestra alimentación y que son una maravilla si las tratamos con gracia y cariño.
P: ¿Alguna declaración para la posteridad?
R: Para mí, comer y cocinar es lo más político que podemos hacer, todo lo que consumimos es político, de hecho, existir es político, pero comprar, decidir dónde ponemos nuestro dinero, lo es mucho. Realmente puedes influir mucho decidiendo lo que comes, y cómo, y por qué: tomar conciencia.
P: ¿Y una recomendación, por acabar?
R: El libro y la serie de Netflix Salt Fat Acid Heat, de Samin Nosrat, una cocinera que enseñó a cocinar de ni más ni menos que Michael Pollan. ¡Y el restaurante peruano Warike del Poblenou!