Existen varias maneras de introducir una sustancia en el cuerpo. Dependiendo de las características físicas de cada droga y de la necesidad de experimentar sus efectos en un plazo más o menos corto de tiempo, habrá que inclinarse por un tipo de entrada u otro. La vía oral o digestiva, por ejemplo, que es la que comporta la ingestión de la sustancia, es la más lenta de todas. Cuando, por ejemplo, bebemos alcohol etílico en lugar de inyectárnoslo (por cierto, una praxis extendida entre aquellos que tienen experiencia con otras drogas inyectadas como la heroína), introducimos unos elementos de resistencia (la boca, el esófago, el estómago, el intestino delgado o incluso la comida que hayamos ingerido junto con el alcohol) que afectan a la velocidad en que sus efectos se manifiestan. A la manera de un divertimento, hay jóvenes, especialmente en países anglosajones, que optan por ingerir alcohol por los ojos mediante un gota a gota, o incluso introducirse tampones bañados en alcohol por la vagina o el ano, en ambos casos, con consecuencias imprevisibles con relación a irritaciones, infecciones y, por descontado, intoxicaciones etílicas. Como decía, el hecho de que nos declinemos por una vía u otra de administración tiene que ver con la velocidad en que una determinada droga actúa. Pero no nos olvidemos de que somos seres socioculturales, y que una determinada vía de administración solo tiene sentido en un determinado contexto de un marco histórico. Así por ejemplo, si nos trasladáramos un siglo atrás, en una noche cualquiera para los tugurios de Barcelona, el tabaco nos lo esnifaríamos (el llamado 'rapé') y los alcaloides de la hoja de coca fluirían de la misma manera que hoy —Barcelona es la capital europea donde más cocaína se consume—, pero diluidos en vino. ¿O no os suena un tal Vin Mariani, a base de vino de Burdeos y hojas de coca de Bolivia, del cual el Papa Lleó XIII era un firme adicto?
"Sin embargo, ¿por qué diablos seguimos consumiéndola bajo la apariencia de un café, si podríamos ingerirla mediante una pastilla de cafeína pura?"
Del café a la cafeína
Se dice que una droga es una sustancia que al introducirse en el organismo humano puede modificar temporalmente la percepción, el conocimiento o el estado de ánimo, y generar adicción. La heroína o el alcohol, por ejemplo, funcionan como arquetipos de esta definición. Pero lo cierto es que hay un abanico casi infinito de sustancias que se adecuan, entre las cuales la cafeína, la teína o la guaranina, que son en realidad la misma molécula, tienen un papel más que protagoniza. Desde tiempos inmemoriales, la cafeína consumida a partir de la infusión de los frutos del café, té, guaraná o nuez de cola, para citar solo algunos ejemplos, ha acompañado a los seres humanos (y algún animal como la civeta de palmera común, de cuyo tubo digestivo salen unos granos de café que alcanzan hasta tres mil euros el kilo) a llevar a cabo sus actividades diarias con una cierta estimulación. O mejor dicho, provocando un incremento del estado de alerta, que se traduce en un flujo de pensamiento más rápido y preciso, y un aumento de la atención y de la capacidad de coordinación corporal. Por lo tanto, por amargo que sea su sabor, es como si la cafeína estuviera aquí para amortiguar nuestras amarguras. ¿Pero, por qué diablos seguimos consumiéndola bajo la apariencia de un café, si podríamos ingerirla mediante una pastilla de cafeína pura? En primer lugar, nadie duda de que un buen café provoca, más allá de una estimulación, un placer sensorial. Y que hacer el café, con todas sus connotaciones, se convierte en uno de los rituales más arraigados a nuestra sociedad. Sin embargo, en la mayoría de los cafés que se consumen, diría que más que saborear, lo que se pretende es absorber la cafeína. En parte, porque su sabor es repugnante, o vomitivo directamente. Quien haya paladeado un buen café de origen tostado con precisión, recién molido y con la extracción adecuada, es plenamente consciente que la mayoría de los cafés que circulan, desde el que te preparas cada mañana con una cafetera italiana al café expreso del bar de la esquina, pasando por aquel contenido en cualquier cápsula de café, valen tanto como una raya de ceniza. O mejor dicho, como una raya de ceniza adulterada con cafeína artificial.
Cafeína sintética
Reconozco que no tengo mucha experiencia con el consumo de cafeína artificial. Básicamente, porque una parte del sueldo me la gasto en café de especialidad, que es justamente aquel que me estimula a la vez que me provoca un estruendo de buenas sensaciones en el cuerpo. Y porque aparte de café, también bebo hierba mate, que es esta hojarasca amarga, rica en cafeína, que los argentinos y argentinas trajinan de aquí cabe allí dentro de una calabaza. Pero bien, si crees que la cafeína sintética podría tener un sentido a tu vida, considera: de entrada, quítatelo de la cabeza si eres menor de edad, estás embarazada o crees que puedes estarlo, tienes problemas de corazón, hipertensión, intestino irritable, incontinencia, osteoporosis, Parkinson, glaucoma, o cualquier problema psicológico del tipo ansiedad, estrés, insomnio, paranoias o cosas por el estilo; no te pases de los 400 mg al día si no quieres acabar taquicárdico o sudante la gota gorda como los sardanistas del Sónar, ni se te ocurra combinarla con otros estimulantes, alcohol o drogas; empieza con una dosis más bien baja, y ve subiéndola progresivamente hasta que notes sus efectos, pero no sus complicaciones (las mencionadas más arriba); y sé muy consciente de que puede generarte adicción. Con estos cuatro consejos, junto con los que te dará tu médico o médico a quien te recomiendo acudir para plantearle la idea, diría que ya estás listo o lista para embarcarte en esta peripecia. Ahora bien, también puedes seguir zampándote ceniza dos veces al día, o hacer como yo y pasarte a la calabaza directamente.