La genética no solo está detrás del color de ojos, la altura o la inteligencia. También es culpable de algunas patologías tan dispares como la diabetes, la esclerosis, el glaucoma o cierto tipo de colesterol. Pero hay más, en nuestros genes también está escrito cuántas tazas de café somos capaces de aceptar y con cuantas copas de vino empezamos a dar traspiés. En el caso del café, el gen al que señalamos es el CYP1A2, ya que se encarga de metabolizar esta sustancia psicoactiva.
La genética y el café
La cafeína es un estimulante que logra que nos sintamos más despiertos e incluso atentos y activos. Esto lo consigue bloqueando a la adenosina, quien es responsable de decirle a tu cerebro que descanse. Por lo tanto, sin nadie que le diga a tu cabeza que estás cansado y con sueño, seguirás despierto y espabilado.
Dependiendo de la genética, encontramos personas que metabolizan la cafeína muy rápido (se toman tres cafés seguidos y se pueden ir a dormir), con un nivel medio (se toman un café y bien, pero con tres empiezan las taquicardias) y, por último, lo metabolizan muy lento (con un café por la tarde ya saben que no van a dormir bien). De hecho, las personas con metabolizadores lentos suelen tener un mayor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares, dato que demuestra lo mucho que les afecta esta sustancia durante tanto tiempo en su organismo.
Del insomnio a la resaca: un factor
Obviamente, esto solo es un plus, entre otros muchos factores. Por ejemplo, uno muy importante y que marca una gran diferencia es la costumbre. Por muy rápido que sea tu metabolismo cuando se encuentra con la cafeína, si tu organismo no está acostumbrado a esa sustancia, la respuesta no será la misma que el que es consumidor habitual. Así pues, la genética solo nos ayuda a explicar el porqué, ante unos mismos hábitos, el cuerpo responde de forma muy diferente.
La cafeína no es la única sustancia que afecta a nuestro sistema central, ni la única que muestra grandes diferencias entre personas. Otro gran misterio es el porqué una persona está en plenas facultades tras dos vinos y otra, tras una cerveza, ya presenta síntomas de embriaguez.
De nuevo, la genética es un factor, entre otros. Y, al igual que con la cafeína, lo acostumbrados que estemos por beber alcohol también marcará en qué momento se nos suben los colores y la lengua comienza a trabarse. Volviendo al metabolismo, al hablar de alcohol debemos saber que la sustancia que más nos afecta es el etanol. Primero, se descompone en una enzima llamada alcohol deshidrogenasa, siendo los genes ADH1B y ADH1C los que se ocupan de ella y lo convierten en acetaldehído. El segundo paso es que el gen ALDH2, el que ayuda a convertir el acetaldehído en acetato, compuesto que puede excretarse fácilmente.
Dependiendo de tu carga genética, este proceso será más o menos rápido, tal y como ocurre con la cafeína, y explica el porqué a unas personas el alcohol les sienta peor que a otras. Y sí, los test genéticos que tanto se anuncian en la actualidad te pueden aclarar cuál es tu caso y ayudarte así a saber cuando no tomar más café o si es buena idea pedirse una copa.