Cuando pensamos en cine, lo primero que nos viene a la cabeza, además de películas, son las palomitas. Crujientes, adictivas, y económicas: las palomitas, sean dulces o saladas, son las reinas de las salas de cine. ¿Sin embargo, te has parado alguna vez a pensar por qué comes palomitas en el cine? ¿Por qué no comemos olivas o frutos secos? Hoy, día mundial de las palomitas dulces, te explicamos el origen de esta tradición.

¿Por qué comemos palomitas en el cine?

Año 1929, Estados Unidos de América. La actual primera potencia mundial pasa por una de las peores crisis económicas y sociales de su historia. Después de los felices años veinte, la población estadounidense ha caído en la ruina total y no tiene recursos ni para pagarse la comida. Una de las pocas alternativas para evadirse de la realidad es acudir a las salas de cine y disfrutar de una película en blanco y negro.

Charles Chaplin en 'Tiempos Modernos'. / Foto: Fundación Juan March

Un cambio muy significativo que, sumado a la pobreza generalizada, hizo que las palomitas acabaran triunfando gracias a la idea visionaria de una pionera americana

Dos años antes, en 1927, el cine estrenaba las primeras películas con sonido. Una novedad muy relevante para la época porque permitió a las clases populares, a menudo analfabetas, acceder a las salas de cine que hasta entonces estaban reservadas a las clases altas que sabían leer los subtítulos de las películas mudas. Un cambio muy significativo que, sumado a la pobreza generalizada, hizo que las palomitas acabaran triunfando gracias a la idea visionaria de una pionera americana.

El modelo de Julia Braden

Si comemos palomitas en el cine es, en gran parte, gracias a Julia Braden. Se trata de una visionaria que, como en tantos otros casos en los Estados Unidos, supo aprovechar una necesidad social para hacer negocio. Las clases populares, antes de entrar al cine, compraban una papelina de palomitas en los puestos callejeros que había en la entrada de las salas.

Un negocio con tanto éxito que la mayoría de salas acabaron incorporando a sus cines para gestionarlos directamente

Como el maíz era barato, abundante y saciaba las famélicas barrigas de los obreros, Braden convenció a un cine para poner un puesto de palomitas dentro del edificio para sacar beneficio del hambre de la gente. Al cabo de un tiempo, en 1931, ya tenía cuatro puestos funcionando a pleno rendimiento. Un negocio con tanto éxito que la mayoría de salas acabaron incorporando a sus cines para gestionarlos directamente.

Gracias a la idea de Julia Braden, a los cambios tecnológicos en los cines y a la situación social de la época, la tradición que nació hace un siglo ha perdurado hasta el día de hoy.