Si ya es difícil resistirse a comer una patata frita, más todavía lo es comerse solo una. Abrir una bolsa y terminarla sin pestañear (y sin saber cómo ha ocurrido) es algo que nos ha pasado a todos. Los científicos hablan de “hambre hedónica” para referirse a ese momento en el que comes sin hambre, pero con una tremenda sensación de placer. Y es que, ¿por qué cuando estamos aburridos y queremos picar algo, simplemente para matar el gusanillo, nunca se nos ocurre buscar un poco de brócoli o nos comemos con verdadero gusto una manzana? Y es que si hay una verdad universal esa es que no hay problema que no sea vea menos oscuro después de disfrutar de unas patatas fritas y una cerveza bien fresquita sentados en una terraza. Y esto no solo lo digo yo, también la ciencia. Al menos la parte de lo placenteras que son esas patatas fritas.
El experimento
En Universidad de Erlangen (Alemania) llevaron a cabo un estudio con personas sanas. Primeros se les dieron patatas fritas mientras se sometían a una resonancia magnética. Los investigadores comprobaron que se iluminaba el núcleo accumbens cuando se degustaba este sabroso snack. Después de ese producto calórico, probaron con calabacín y (efectivamente) no se iluminó nada de nada.
Las patatas fritas son adictivas debido a una combinación específica de grasas y carbohidratos
La tecla
Esa parte que se estimuló durante el experimento, llamada núcleo accumbens, se encuentra en la región subcortical y se encarga de gestionar el circuito de recompensa de una persona. En el caso de la comida, solo se activa con determinados alimentos que logran que el núcleo accumbens segregue dopamina, conocida como la hormona del placer, pero también involucrada en las adicciones. Ni todos los alimentos logran que se segregue dopamina ni todos en la misma cantidad. Y aquí es donde los investigadores dieron con la respuesta a otra pregunta: ¿qué alimento es más adictivo?
Porcentajes exactos
Las patatas fritas son adictivas debido a una combinación específica de grasas y carbohidratos. Este mismo experimento se realizó con ratones de laboratorio y dio unos resultados muy similares. En concreto el porcentaje que más afectó al placer y la recompensa era el de: 35% de grasa y un 45% de carbohidratos. En el caso de los humanos, a esta receta le sumaban un ingrediente: la sal.
Esta mezcla provoca la liberación de dopamina de forma casi instantánea, lo que genera placer y nos impulsa a comer más, incluso cuando no tenemos hambre y, más aún, cuando sabemos que no nos hace ningún bien, hablando de hábitos saludables. Mientras creemos que lo verdaderamente adictivo es el azúcar, la sal no se queda atrás y esto la industria alimentaria lo sabe y por eso refuerza con un extra de sal todo tipo de productos procesados. Esos que catalogamos como sabrosos.
Los estudios han demostrado también que, tanto en ratas como en humanos, la adicción a la comida y a las drogas comparten mecanismos similares en el cerebro. Unos más que otros. Otro dato interesante de este estudio sobre el poder que tienen las patatas fritas en nuestro bienestar está relacionado con la intensidad de ese efecto. Los investigadores descubrieron que cuanto mayor es el IMC (índice de grasa corporal) mayor era la respuesta del núcleo accumbens. Es decir, las personas obesas sienten mayor placer con la comida a la vez que sufren una mayor adicción, sobre todo a los productos calóricos. Una pescadilla que se muerde la cola.