Con la llegada del frío y el inicio del invierno, los catalanes esperan con ansias un evento gastronómico que ha perdurado durante generaciones: la temporada de calçots. Este producto tan característico de la región es más que una simple cebolla tierna, es el centro de una auténtica celebración, la calçotada. No hay duda de que disfrutar de una buena calçotada es una experiencia que va mucho más allá de comer, convirtiéndose en un ritual que reúne familia y amigos alrededor de una tradición profundamente arraigada en Cataluña.

El auténtico ritual catalán de los calçots

El calçot es una variedad de cebolla que se cultiva de una manera particular para conseguir su forma alargada y tierna. El secreto está en ir "calzándolos" (cubriéndolos de tierra a medida que crecen) para que se mantengan blancos y tiernos. Aunque la tradición tiene sus raíces en la región de Valls, en la comarca del Alt Camp, hoy en día los calçots se disfrutan en toda Cataluña, sobre todo entre los meses de noviembre a abril.

El calçot es una variedad de la cebolla / Foto: Restaurante Masia del Pla

Según la leyenda, fue un agricultor de Valls quien, a finales del siglo XIX, descubrió que al asar estas cebollas de una forma particular, el resultado era un delicioso manjar. Desde entonces, el calçot se ha convertido en un símbolo de la gastronomía catalana y el protagonista indiscutible de las calçotades.

El ritual de la calçotada

La calçotada es mucho más que un plato típico, es una experiencia social en la que el acto de cocinar y comer los calçots se convierte en una fiesta. El primer paso para disfrutarla es la cocción: los calçots se asan directamente sobre una parrilla a fuego vivo, preferiblemente con sarmientos (ramas de vid), que aportan un toque ahumado especial. Se colocan en filas y, cuando la capa exterior está completamente quemada, se retiran del fuego, se envuelven en papel de periódico para que mantengan el calor y se dejan reposar. Aquí empieza la diversión: los comensales se sientan alrededor de la mesa con baberos puestos y se disponen a devorar los calçots, que se comen de pie, con las manos. El proceso es sencillo, pero ritualista: se agarra el calçot por la parte superior, se le quita la capa exterior quemada con un movimiento firme, y se sumerge en la deliciosa salsa romesco, elaborada a base de tomate, almendras, avellanas, ajo, y aceite de oliva.

La calçotada no es solo una excusa para disfrutar de buena comida, sino un verdadero ritual de convivencia

Mucho más que calçots

Después de los calçots, la tradición dicta seguir con una parrillada de carne: butifarras, costillas de cordero y longanizas, acompañadas de vino o cava. El ambiente festivo continúa con sobremesas largas, risas y buen humor.

La calçotada no es solo una excusa para disfrutar de buena comida, sino un verdadero ritual de convivencia. En Cataluña, la vuelta de la temporada de calçots marca el inicio de meses de reuniones al aire libre, donde el protagonismo lo tiene una simple cebolla tierna convertida en un manjar. Si tienes la oportunidad de participar en una calçotada, prepárate para una experiencia gastronómica única que combina tradición, amistad y mucho sabor.