Xaime Martínez (Oviedo, 1993) es escritor, músico y activista por el movimiento social de reivindicación de la lengua asturiana. El año 2018, su poemario Cuerpos perdidos en las morgues fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura, concedido por el Ministerio de Cultura y Deporte del Gobierno de España. Algunos periodistas asistieron boquiabiertos al hecho de que una distinción como esta le fuera concedida a un escritor que, como Martínez, había decidido dejar de escribir en castellano para hacerlo exclusivamente en asturiano. La obra más reciente de Xaime, La fuercia, es una sátira sobre el vacío de los escritores becados envuelto en un celofán de western moderno. Está escrita, claro está, en lengua asturiana.

Foto: Carlos Baglietto

Estamos bebiendo un vino tinto, Cara Nord Trepat 2021, DO Conca de Barberà. ¿Qué te parece, Xaime?
Es un vino excelente. Es afrutado, pero con un sabor etéreo, como si casi no lo hubiera probado. Es un vino diferente, con una ligereza muy interesante. Me hace pensar en los vinos que se hacen en mi pueblo, en el Bierzo leonés, que también tiene, como las montañas de Prades, inviernos muy fríos y veranos muy cortos. De hecho, había un dicho popular que decía que había once meses de invierno y uno de infierno.

Estamos haciendo esta entrevista en una habitación de hotel. ¿Dónde te gustaría, sin embargo, que te hicieran las fotos para ilustrarla? ¿En qué local emblemático de Barcelona?
Hombre, claramente en la horchatería Tio Che. Me gusta mucho la horchata. Beberla es como lamer una piedra, como beber un zumo de piedra; tiene uno no-sé-qué mineral. Para mí representa una manera de hacer que quedó decapitada por la modernidad. La horchata perdió la batalla contra las bebidas azucaradas industriales, y las horchaterías me gustan mucho porque presentan una vía alternativa. Ahora que los productos de leche vegetal están tan de moda, creo que es momento de reivindicar la horchata de chufa.

Recogiste el pan de los sin techo en las calles del Gótico, el pollo asado de los charnegos en las calles del Raval, los fideos y la sangre de los chinos en las calles de Gracia; recogiste el corazón de Barcelona con la única intención de devorarlo. Eso confiesas, en verso, en uno de los poemas de Cuerpos perdidos en las morgues.
Escribí este poemario durante primer año en Barcelona, donde vine para estudiar en la UAB. Este fragmento del libro expresaba cómo me sentía entonces. Yo era una persona que venía de fuera, y eso se me igualaba con los turistas que depredan la ciudad. Yo al mismo tiempo era y no era como ellos. Me sentía diferente, y mucho más cerca de los inmigrantes asturianos, gallegos o murcianos que habían venido a trabajar décadas atrás. Era una sensación escindida entre la participación que yo hacía de un mundo intelectual, y la identificación con una forma de habitar la ciudad que, desgraciadamente, no era la que tienen todos los que han venido de fuera. Se mezclaba una situación privilegiada, la del estudio de humanidades, con una situación económica precaria, que es inherente al estudiante becado.

El ramen tiene muchos paralelismos con el pote asturiano. Es un caldo absolutamente neurótico.

Tengo entendido que el descubrimiento del concepto esmorzar de forquilla te alucinó.
Me interesó mucho, porque es algo que la intuición atribuiría a la costumbre de una persona que trabaja la tierra. Nos remite al mundo rural de desayuno fuerte antes de emprender un trabajo físico, pero te lo encuentras en un contexto urbano. También llama la atención como esta tradición todavía no ha sido atravesada por la idea del gastrobar, ni de brunch. El esmorzar de forquilla me parece una muy buena opción para las personas que nos gusta desayunar dos veces. Durante mi etapa viviendo en Barcelona, el local donde probé los esmorzars de forquilla más brutales sin duda fue el Bar Gelida.

Cuando acabas la carrera, entras a trabajar en las oficinas de PlayGround Magazine. Una vez me dijiste que, por lo mucho que te gustaba ir de restaurantes, a mitad de mes ya te habías pulido la nómina. ¿Era una exageración?
No, era completamente verdad. Digamos que siempre he sido una persona muy rumbosa. De pequeño me gustaba mucho un libro de El Barco de Vapor donde un guardabosques se pasaba los primeros quince días del mes comiendo increíble, perdices arriba y abajo, invitando a todo el mundo, y las dos semanas siguientes se veía obligado a vivir de forma muy austera. Mi dinámica vital es muy parecida. Cuando recibo mi sueldo, me cuesta mucho ahorrar nada, y eso me obliga a vivir la segunda mitad de mes como un auténtico guardabosques (río). Es quince días de bohemia, pero de bohemia forzada, porque no tendría por qué vivir así. Ahora sin embargo, en comparación con cuándo vivía en Barcelona, se puede decir que tengo bastante más autocontrol.

¿Este autocontrol es extensivo con tu obsesión por el ramen?
Ya no estoy tan obsesionado como antes, por el ramen. Hace años que exploro la cocina china y japonesa, leyendo libros y tratando de cocinarla, y eso me ha hecho descubrir un buen puñado de platos con caldo que no son necesariamente ramen. El ramen, eso sí, fue la puerta de entrada a una cocina, la asiática, que me ha acabado fascinando. Al fin y al cabo, estamos hablando de cocido, un caldo con hidratos, verduras y proteínas. Para mí, tiene muchos paralelismos con el pote asturiano, en el sentido que también es un caldo hecho a fuego lento, con carne y col. Una cosa muy fascinante de cómo preparan el ramen en Japón es que todo lo hacen por separado: por una parte, el caldo; por la otra, los fideos; después, la carne y el jengibre confitado. Son elementos separados que se unen, y eso, si prestas atención en el plato, lo puedes percibir perfectamente: se ven los estratos y las diferentes preparaciones. Eso me gusta mucho, del ramen: su dimensión de caldo absolutamente neurótico.

Foto: Carlos Baglietto

Ahora que hablamos de elementos separados que se unen en forma de neurosis colectiva, querría que nos explicases qué es exactamente Rinoceronte García.
Es un heterónimo colectivo con que, otros poetas y yo, queríamos parodiar aquello que se denominó «poesía de la experiencia», la poesía oficial; la poesía del régimen. Reírnos de ella nos permitió cerrar una etapa de nuestra formación, porque es el tipo de poesía que sale en los libros de texto escolares y la que te ponen a las pruebas de acceso en la universidad. Hablo de una poesía muy vinculada a ciertos círculos de poder, de editoriales y de premios. En el estado español, el ejemplo clásico, aquel que ocupa cargos orgánicos cuando se tienen que ocupar, sería Luís García Montero. Él fundó una estética que a mí me parece empobrecedora dentro de la poesía española, pero no fue ni mucho menos el único. La voluntad de Rinoceronte García era parodiar a aquellos poetas, pero también parodiarnos nosotros mismos.

Rinoceronte es autor de Principios organizativos del patarrealismo salvaje, la sinopsis del cual reza: "Un poeta desayuna solo en el Burger King una mañana lluviosa de diciembre". ¿Es cierto que os concedieron y después denegaron un premio por este poemario?
Sí, tal cual. Estaba dotado con 6.000 euros, que era un montón de dinero para nosotros. Cuándo se enteraron de que éramos un grupo de gente, en vez de un único poeta, no les gustó nada. Intentaron ingeniárselas para retirarnos el premio, y al final la excusa que encontraron es que habíamos publicado alguno de los poemas en Facebook, y eso supuestamente violaba la categoría de inéditos que tenían que tener todos los textos presentados. Finalmente, el libro nos lo acabaría publicando la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker. Incluso ellos se pensaban que el poemario era una performance, que todavía no lo habíamos escrito, y que por descontado no nos habían denegado ningún premio (ríe).

El asturiano tiene 300 lectores objetivos ahora mismo. No porque haya 300 hablantes, sino porque solo se nos ha alfabetizado en lengua castellana.

Un premio que sí ganaste, de todas todas, fue el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández. La noticia estuvo rodeada de polémica por unas declaraciones donde afirmabas que no tenías intención de continuar tu carrera literaria en lengua castellana, sino que querías dedicarte a escribir en asturiano.
Años antes que se anunciara el premio, yo ya había tomado esta decisión por motivos políticos, pero también estéticos. Son dos lenguas, la castellana y la asturiana, que están en momentos evolutivos muy diferentes, y el asturiano ahora mismo ofrece unas posibilidades estéticas que no ofrece el castellano. El asturiano es una lengua literaria mucho menos fijada, mucho menos regular. A todo eso, hay que sumarle mi compromiso político e ideológico. La polémica estalló porque se supone que yo, por todo eso que te explico, no tendría que haber aceptado un premio como el Nacional de Poesía. Cuando querían buscarme las cosquillas, preguntándome cómo era que aceptaba un premio por un libro en castellano, si lo que yo quería de ahora en adelante era escribir en asturiano, yo siempre les daba la misma respuesta.

¿Cuál era?
Que era, precisamente, porque quería escribir en asturiano, que aceptaba el premio. Con esto de los premios tengo la misma noción de que tenía a Thomas Bernhard: como no puedes evitar la humillación que supone presentarte a ellos para ganar dinero, lo que tienes que hacer es aprovechar este dinero al máximo. Tienes que tener en cuenta que el sistema literario asturiano prácticamente no existe; hay muy pocas editoriales. Para mí sería más cómodo escribir en castellano. Para empezar, porque la gente me leería. La literatura asturiana tiene 300 lectores objetivos ahora mismo. No porque haya 300 hablantes de asturiano, sino porque solo se ha alfabetizado en la población en lengua castellana. Entonces, lo que haces cuando tomas una decisión como la mía es escribir en una lengua que la mayoría de gente de tu alrededor no entiende, y que en ningún caso leerá. Eso genera incomodidad, pero una muy concreta. Es una incomodidad política con consecuencias estéticas. Como punto de partida para fundamentar una obra literaria, yo esto lo encuentro de lo más interesante.

Háblame por favor de las consecuencias estéticas de este acto político.
Pienso que, de alguna manera, al intervenir en una lengua literaria que se encuentra en un proceso de formación y revisión continua, podemos ampliar la imaginación de esta lengua. Lo pienso como escritor, pero también como traductor. Cuando traduces un texto al asturiano, como la historia que tiene detrás es de minorización y de pérdida de léxico, de construcciones morfosintácticas congeladas por el proceso de sustitución lingüística, muy a menudo te encuentras que no tienes bastantes herramientas, porque te han quitado una parte de la historia asociada en la lengua. En castellano, puedes utilizar «maleta» o puedes utilizar «valija». La primera palabra es un galicismo, y la segunda es la forma patrimonial que más se usa en América Latina. ¿Por qué? Porque la lengua tiene una historia externa que va interviniendo. La historia del asturiano, sin embargo, es simplemente una historia de desaparición. Por eso intervenir es ensancharla, hacer más lugar a la imaginación, a las cosas que es posible decir en esta lengua. Para mí, eso es un acto político.

Foto: Carlos Baglietto

Tu primera novela en asturiano es La fuercia. Te leo un fragmento: "Prestába-y lleer en bares, especial si teníen la Ruleta de la Suerte o Espeyu Públicu en televisor, y inda más si podía arrampuñar partes de la conversación a las personas que lu arrodiaben". ¿Eres un cotilla de barra de bar?
Me gusta mucho coger cosas que oigo decir a la gente y fijarlas en mis libros. En La fuercia aparece una conversación que oí, cuando se puso de moda decir que The Simpsons predecían el futuro, donde un señor les decía a unos chicos que no era tanto que The Simpsons predijeran el futuro, sinó que directamente sabían lo que pasaría. Que no era adivinación, sino conspiración. En pocas frases, detecté una personalidad absolutamente rota. Aquel hombre pensaba que The Simpsons eran un síntoma más de la dominación del mundo en manos de Gerorge Soros y los reptilians.

Bien, no deja de ser un programa emitido por la Fox, y la Fox no deja de ser un centro de poder en los Estados Unidos. En cualquier caso, creo que pensamos que The Simpsons son más subversivos de lo que realmente son.
Pero este señor, que era uo facha, no era nada consciente de que a la Fox también lo son. Y tanto da, si The Simpsons son subversivos o no lo son, porque lo que son en última instancia es una prueba que, como decía Mark Fisher, no se nos permite pensar un afuera del capitalismo. La crítica, cuando se hace desde un marco de poder, se desactiva al instante, porque el sistema la reabsorbe. The Simpsons, que a menudo hacen bromas sobre el hecho de estarse emitiendo desde una cadena como Fox, son la mejor prueba.

¿Esta afuera del capitalismo del que hablas, podrían ser las lenguas minorizadas? Antes decías que tu público objetivo eran 300 personas.
Las lenguas minorizadas no interesan al capitalismo, sencillamente. El escritor asturiano Pablo X. Suárez decía que la gran ventaja y la gran desventaja que tenemos en Asturias son que nadie nos hace caso. Entonces, eso te permite decir lo que quieras, porque lo que dices no importa a nadie. Podríamos decir que es complicada, la relación del asturiano con el mercado.

Complicada, o que está "a milenta putas millas de tar bien". La frase yo la he sacado de La fuercia, pero tú la robas de Pulp Fiction. Me conectó con un amigo mío que estaba acostumbrado a verla en catalán, porque la edición en DVD te daba la opción.
Yo esta línea de diálogo la traduje directamente del castellano: "No estoy bien, estoy en mil putas millas de estar bien". Ni siquiera sé cómo es el diálogo original en inglés, porque cuando yo vi Pulp Fiction, de adolescente, la vi en castellano. Pasar de escribir en castellano a escribir en asturiano se meterte en un proceso de traducir el mundo. Eso es una cosa bella. Y también muy solitaria.

El hecho de ver como pasos la frase de un gángster de película por el filtro asturiano, me hace preguntarte: ¿encontrar nuevos registros en qué escribir es uno de tus retos?
Este es el eterno dilema de las lenguas minorizadas: ¿la realidad, la tenemos que retratar o la tenemos que ampliar? Eso siempre genera tensión, porque tratar de decir cosas nuevas siempre la genera. A mí me preocupa, porque tú no quieres falsear la realidad, pero al mismo tiempo la realidad es muy triste y te gustaría mejorarla. Es difícil, porque siempre te encuentras entre el realismo y la utopía, y te ves en la necesidad de habitar un espacio nuevo. En La fuercia me inventé la idea de un Asturias imperial, porque creando esta utopía —o distopía—, imaginando que Asturias tiene todo este poder, yo podía escribir sin preocuparme por la situación real del país. Podía escribir como escribiría Flaubert.

Pasar de escribir en castellano a escribir en asturiano se meterte en un proceso de traducir el mundo. Eso es una cosa bella, pero solitaria.

Hace unas semanas le pregunté a Júlia Bacardit si traduciría su libro y me dijo que no. ¿Tendrá traducción al castellano, La fuercia?
¿Te dice algo el nombre de Joanna Newsom? Es una cantante de folk alternativo que ha decidido no colgar su música a Spotify. Solo la puedes escuchar a su web, o comprando sus vinilos. Me parece una decisión muy valiente, la que ha tomado ella. Si eso lo hiciera yo, sin embargo, la única cosa que pasaría es que mi público se reduciría a cero. Como dice Bourdieu, para hacer una revolución hace falta que tener mucho capital. Tienes que saber dónde estás, y no es lo mismo publicar únicamente en catalán que publicar únicamente en asturiano. La situación de Catalunya y la situación de Asturias no son comparables. La literatura catalana tiene proyección internacional, mientras que en Asturias la mayoría de población no sabe leer en asturiano. Para mí, si quiero que mi familia los entienda plenamente, que mis libros tengan traducción es importante. Y La fuercia tendrá.

¿Lo traducirás tú mismo?
Sí, justo ahora estoy trabajando. Lo publicará Malas Tierras, que también publicaron la versión en castellano de Los ángulos muertos de Borja Bagunyà. De la misma manera que te digo que me apetece traducir mis libros, también soy consciente de las problemáticas que hay detrás de ello. También he debatido mucho, pensando en mi próximo poemario, en la posibilidad de hacer una edición bilingüe. Sería útil, pero también una derrota antes de empezar a jugar. Lo que tengo claro es que soy Xaime Martínez, no Joana Newsom.