Barcelona es de estas ciudades donde, cuando se pasea por el Eixample, tendría que haber carteles donde se leyera: "No mires adelante, levanta la cabeza y camina mirando los magníficos edificios". Es precisamente en uno de estos majestuosos edificios donde nos comeremos un arroz de estos para recordar (y no, no es ni un arroz de montaña, ni un arroz con pescado, ni una paella valenciana). Paseando por el Eixample nos detenemos ante el número 48 de la calle de Casp, levantaremos la vista y veremos la preciosa Casa Calvet, una de las primeras obras de Antoni Gaudí. Para algunos, considerada la obra más conservadora del artista (aunque en la fachada hay marcados elementos modernistas), para mí la casa donde se encuentra el restaurante chino más precioso, elegante y de aire lujoso que hay en la ciudad. Cenaremos en el China Crown, que está situado en los bajos de la Casa Calvet, el espacio que era el despacho comercial del propietario, y la decoración os dejará con la boca abierta.
Solo entrar en el China Crown os sorprenderá un gran espacio, de techos muy altos y que conserva muchos elementos originales del primer propietario del edificio, como algunas lámparas y bancos. La decoración es elegante y evoca clase y distinción, y pronto entenderéis que esta clase tiene mucho que ver con el estilo de cocina. Uno de los elementos que más sorprende es una colección de trajes de seda chinos, enmarcados y de unos colores muy vivos. Se trata de réplicas exactas de trajes de la última época imperial china y es que sí, hoy para cenar degustaremos cocina imperial. China Crown ofrece un viaje a través de auténticos sabores tradicionales de la gastronomía mandarina y los deliciosos y sofisticados platos que comían los Grandes Emperadores hace más de 400 años. ¡Empezamos que ya me están invadiendo los aires de superioridad!
¡Fans de sus empanadillas chinas en todas sus versiones!
Empezamos con dos platillos de estos para comer con dos cucharadas (o con dos intentos de bastoncillos chinos). Primero unas originales vieiras marinadas con zumo de lima, ajo, jengibre, cilantro y guindilla de Hunan, una provincia montañosa del sur de China, que si buscáis las fotografías en Google tendréis la necesidad de visitarla, y unos saquitos de pato con crudités de verduras. Solo os diré que después de probar este pato, tendréis la necesidad de probar más platos con esta carne. Llegan los dumplings —o gyozes o crestas japonesas: el primero es un xiaolongbao imperial relleno de shiitake y verduras selectas, el preferido, que para quién no lo sepa, el shiitake es una seta asiática que tiene una textura que puede recordar a la carne. Probamos también un xiaolongbao de secreto ibérico con foie, que quien me conoce sabe que todo lo que lleve foie y trufa me encanta, y un Ku Chai Kuih, que es otra variedad de empanadilla china, hecho de pasta de arroz y rellena de gambas y cebollino chino.
Un arroz digno de un domingo en familia
El plato que se lleva la palma es, sin duda, el Ku-Bak China Crown, un arroz crujiente picante con marisco, pollo y huevo. Un camarero llega a la mesa con una especie de cuenco que es de una vajilla traída expresamente desde China, el recipiente está coronado con un huevo poco hecho y empieza el show cooking. El camarero, con un soplete, acaba de cocer el huevo y tuesta los granos de arroz, y entonces lo mezcla insistentemente para que en cada cucharada se encuentren todos los condimentos. Ya nos lo dicen que más que un arroz con condimentos, es condimentos con arroz, pero nos da completamente igual. El arroz combina granos tostados con otros que no tanto, por lo tanto, es sorpresa cuando llegará el momento crujiente, la consistencia es melosa, podría recordar a un risotto, pero el grano está más al dente, y al final se nota un ligero toque picante. De verdad que no tendría ningún inconveniente en, de vez en cuando, cambiar el arroz del domingo estilo paella, por el Ku-Bak China Crown.
Para acabar los salados, un pato Imperial Beijing, entero, entre dos personas, porque cuando una cosa está tan buena no peligra atiborrarse demasiado. Llega un camarero que se nota que ha emplatado centenares de patos en esta vida porque lo despedaza con una facilidad admirable. Comer pato Beijing es todo un ritual: se coge un pequeño crepe y se pone un poco de salsa hoisin que es a base de soja fermentada, se pone encima un poco de pepino y cebolla china, y se acaba con un par o tres de trozos del pato. Se enrolla (con más o menos maña) y para dentro! El pato tiene la piel crujiente y es tierno y jugoso, y como más se acerca la carne a la zona de la cola, más grasienta, es por eso que te recomiendan espolvorear un poco de azúcar al crepe cuando se comen los trozos de carne de esta zona. El pato Imperial Beijing es una delicadeza que se tiene que probar a toda costa si se viene al China Crown.
Acabamos con dos postres: un xiaolongbao de chocolate negro, que podríamos decir que es la versión china del coulant, ya que cuando te lo pones en la boca es cremoso y el interior está deshecho, y unos lichis con salsita de maracuyá y una bola de helado de jengibre. Este segundo es excepcional, fresco y delicado. El lichi, de sabor exótico, es originario de China, y en este plato se sirve deshuesado, con una salsita tirando a ácida de maracuyá y una bola generosa de helado de jengibre, que por sorpresa mía es dulce y casi no pica, solo un poco al final, que le da un toque especial a los postres. El China Crown plasma la esencia del gran Imperio Chino y es un homenaje a la alta gastronomía imperial china. Una comida en este precioso local os hará sentir como una Gran Emperatriz o Emperador, no os lo perdáis. ¡Hasta pronto gourmeters!