Cuando estamos de vacaciones todo es muy bonito y hay buen ambiente entre el grupo (da igual que sean familiares o amigos) hasta que llega la hora de comer o cenar y hay que elegir un restaurante. Momento al que se añade tensión si se ha hecho tarde y aprieta el hambre.

En estos casos siempre se repite los mismos patrones. Está el que dice eso tan sacrificado como un “a mi me da igual”. También el tacaño que solo dice lo de “yo voto por uno apañado”. Y, como no, el que desaparece de repente y no vuelve a asomar la cabeza hasta que el resto están sentados a la mesa.

Foto: Pixabay

Por último, el que se hace cargo de la situación y se dedica a mirar la oferta que hay en los alrededores y valorar opciones. ¿Eres tú? Pues aquí van unos consejos que pueden ayudarte.

  • El internet que todo lo sabe. Y donde de todo se opina. Ya sea en el propio Google o en web más especializadas como TripAdvisor pueden sernos de gran utilidad. Mi truco es leerme las reseñas que lo valoran muy negativamente. Si estas reseñas son del tipo “llegamos a las 4 de la tarde un grupo de 16 personas y no nos quisieron atender” o similares, le doy una oportunidad. Si por el contrario, entre estas hay varias que hablan de que el local está sucio, que la calidad no era aceptable o que las raciones son enanas, sí que lo borro de la lista y sigo buscando.

Foto: Pixabay

  • A la carta. Una de las cosas buenas que nos dejó la pandemia fue que casi todos los restaurantes digitalizaron sus cartas y están colgadas en alguna web. Aquí no solo puedes echar un ojo a los precios, que nunca está de más, también comprobar que lo que ofrece os gusta. Una red flag básica es desconfiar de los restaurantes que tienen cartas larguísimas. Eso quiere decir que los productos no son frescos. Así de simple.
  • Huye de la oferta agresiva. Nadie da duros a pesetas. Y esa frase tan de abuela es tan cierta como antigua. Por eso, cuando el restaurante tiene un cartel bien visible que ofrece un menú a la mitad de precio de lo que crees que debería costar… ¡corre! Seguramente, la ternera no sea ternera, la merluza no será merluza y… piensa mal y acertarás. Otra frase de abuela que queda aquí ideal.

Foto: Pixabay

  • Sobre el terreno. Si tanto las críticas como la carta te han convencido, llega el momento de entrar al local. Hazlo muy despacio, intentando ver qué comen y qué hay en las mesas. Si los platos están todos vacíos no te desesperes, eso es que has triunfado. Si hay comida, hay ciertos productos que marcan la diferencia como las patatas fritas o las coquetas. Es muy fácil diferenciar si son caseras o no (forma irregular, tamaño…)
  • El último consejo te sirve solo si vas a un lugar muy turístico y es muy sencillo. El restaurante de la Plaza Mayor de ese sitio, el chiringuito más molón del sitio más céntrico de la playa más concurrida o la cafetería junto al museo que te hace un descuento con la entrada suelen ser (en la gran inmensa mayoría de los casos) sitios pensados para aprovecharse del turista despistado o muerto de hambre. El perfil común es que son caros, no tienen productos de calidad y no tratan bien al cliente, sobre todo porque saben que no va a volver.

Foto: Pixabay

Y si aun así fallas, no te fustigues mucho. Los malos restaurantes suelen ser buenos camuflándose. ¡Suerte con el siguiente!