Desde que el hombre empezó a cultivar y a criar animales, la preocupación ha sido siempre la misma: quedarse con las razas y especies más fuertes. Así, cuando tenían un animal con unas características muy valoradas, lo cruzaban para aprovechar sus genes. Con un objetivo similar se realizaron los primeros injertos, para tener lo mejor de dos plantas en una sola. 

La ciencia ha ido avanzando hasta que en un laboratorio se logró modificar genéticamente un organismo. Algo que ocurrió en 1973. Esto quiere decir que a un organismo se le modifica el ADN agregándole un gen de otro distinto. Así, el primero adquiere una propiedad del segundo que él no tenía. 

Un ejemplo. El maíz que se cultiva mayoritariamente en España está modificado para que sea resistente a unas enfermedades concretas y así evitar plagas sin utilizar pesticidas. Para ello, a la semilla del maíz se le añade un gen de una bacteria. 

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Más resistente 

Y este precisamente el principal objetivo de los alimentos transgénicos actuales, el ser más resistentes. Así, no solo no se deben utilizar tantos pesticidas con el peligro para el medio ambiente que esto conlleva, también se asegura la producción y la obtención de esa materia prima. 

El primer alimento modificado genéticamente fue un tomate y se puso a la venta en Reino Unido en el 1994. Su “súper poder” lograba alargar su vida útil, siendo más fácil el proceso para la industria y evitando el desperdicio de comida. Ni su sabor, ni sus propiedades nutricionales fueron modificados. 

Hoy en día, los productos transgénicos más producidos son el maíz y la soja, cuyo destino final es el consumo animal. De hecho, en España el maíz modificado genéticamente supone más del 80% de la producción total.

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¿Son seguros?

Esta es la gran duda a la que la ciencia se lleva enfrentando desde que comenzaron los primeros experimentos. Los organismos responsables de la seguridad alimentaria no han dejado de gritar a los cuatro vientos que nunca en la historia se han consumido alimentos más seguros para la salud humana como en la actualidad. 

Para que un alimento obtenga los permisos necesarios para poder comercializarse (sobre todo en Europa) necesitan pasar controles muy estrictos. Y, obviamente, los productos derivados de alimentos transgénicos lo son. 

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A favor

Además de tratarse de alimentos seguros, la industria sigue alegando que estas modificaciones solo traen beneficios tanto a la economía como al medio ambiente. Si se logran plantas resistentes a determinadas plagas sin utilizar pesticidas y productos químicos perjudiciales para otros organismos, está claro que el planeta sale ganando. 

Además, los pesticidas conllevan un coste, que se añade al producto final. Si estos no se utilizan será menor el coste y a esto añadimos que no se perderán cosechas. El resultado es más materia prima por menos dinero. 

En un futuro, los científicos quieren ampliar el catálogo de transgénicos con frutos que crezcan antes y sean más duraderos e incluso modificar su composición para hacerlos más nutritivos. Un plan con el que se podría luchar contra el hambre en el mundo.

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En contra

Ante los que defienden su uso y piden más investigación y nuevos proyectos encontramos a quienes se oponen. Su mayor argumento se basa en la poca investigación al respecto y denuncia que no exista ningún estudio realizado por medios independientes. Incluso hay quienes que acusan a las farmacéuticas de utilizar su poder para evitar que esto se lleve a cabo. 

Debido a esa falta de estudios y ensayos, son muchos los que no se sienten seguros. Para unos, 20 años de desarrollo desde el primer organismo modificado genéticamente no es suficiente tiempo como para demostrar que son seguros para salud humana. 

Otro dato importante que juega en contra de este tipo de experimentos es las posibles consecuencias que podría tener para el medio ambiente. Aunque bien es cierto que ahora mismo esas plantas son inmunes ante ciertos parásitos, no se sabe si debido al cruce de genes podrían hacerse resistentes y crear así nuevas súper baterías al mutar para poder atacar de nuevo. Además, también existe cierto temor a que estas plantas transgénicas puedan ser invasivas y dañar así el ecosistema. 

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Poner límite

Mientras que las primeras razones están basadas en suposiciones, sí hay una que pone a todos los expertos en el mismo bando, los límites éticos. 

La modificación genética ya es un hecho en plantas y también se ha probado en animales de laboratorio. Pero, ¿hasta dónde se puede llegar?