Hace unos días Innovi, el clúster del sector vitivinícola catalán, celebró la Wine Innovation Week, una semana llena de actividades, debates y mesas redondas para reflexionar sobre el presente y el futuro del vino en nuestra casa. Algunos lectores quizás ya sabéis que hace ya 13 años que no bebo alcohol. Lo dejé, radicalmente, después de una borrachera monumental sin ningún tipo de motivo. Era una cena con dos amigas, empezamos con un par de cervezas, después tres botellas de vino y acabamos con uno (o unos) gin-tonics. Las amigas no bebían demasiado, de manera que lo más probable es que de las tres botellas de vino, yo me bebiera quizás más de dos. Al día siguiente no me podía levantar y tanto las paredes de la habitación como el techo giraban como una noria. El trabajo me reclamaba y salí de la cama arrastrándome hasta arrimarme al grifo de la cocina. Patética resaca.
Fue aquella fatídica mañana que decidí que nunca más volvería a beber, "como tantas otras veces ya has dicho", me lanzó mi pareja. De camino al trabajo, lo vi. Vi a aquel joven sucio, despeinado, medio adormecido, sentado cabizbajo en la esquina de la calle, derramadas alrededor las pocas pertenencias que tenía, y aquel maldito brick vacío de vino barato. Me quedé pintiparada delante de él y en aquel momento nos miramos y me vi reflejada en sus ojos. Aquellos jóvenes ojos claros vidriosos me mostraron el cruel poder destructivo del alcohol. Y me eché a llorar. "Nunca más, Ada, nunca más", me dije.
Hace más de 13 años que soy abstemia y cada día que pasa estoy más convencida de que es la mejor decisión que he tomado a la vida.
Por eso me sorprendió tanto que me invitaran a una de las mesas redondas de la Wine Innovation Week. Primero me pareció que no era pertinente, pero después pensé "qué caray, ve, es un reto". Aplaudo su valentía y, por qué no, también la mía. Fue un espacio en el que pude explicarme bien, que pude completar el vídeo viral en el que, descontextualizado, parecía que quería quemar un sector, una cultura, en definitiva, un patrimonio importantísimo del cual tenemos que velar.
En la mesa redonda se habló de la tendencia de los vinos bajos en alcohol que, déjame decir, me parecen muy acertados, pero sobre todo se habló de la responsabilidad del sector de no banalizar el consumo y, sobre todo, alertar la población para evitar el uso del alcohol. Este último punto es, según mi opinión, primordial. Todas las culturas han utilizado sustancias enajenantes que nos eleven puntualmente a un estrato superior, alejado de las obligaciones terrenales, para celebrar en comunidad. El apunte a destacar es que el uso de los psicotrópicos para generar sentimiento de pertenencia a un grupo era puntual, nunca periódico ni sistemático.
Ahora bien, necesitar utilizar sustancias para desarrollar las actividades cotidianas, eso es dependencia y aquí tenemos un problema. Si te hace falta beber para relajarte, divertirte, inspirarte, relacionarte o el motivo que sea, el problema es grave porque la adicción en el alcohol no solo mata, sino que impacta virulentamente tu entorno social.
Vino, pan y aceite son las tres patas que sustentan la tríada mediterránea
Hace falta ritualizar el consumo. Vino, pan y aceite son las tres patas que sustentan la tríada mediterránea, la base de nuestra cultura. Pero no es solo la cultura que legitima el sector vitivinícola, sino que somos un país productor de vinos y licores de gran calidad y tradición que genera una próspera industria con un volumen de exportaciones muy importante. Ritualizar el consumo de vino y licores es una muestra de admiración en el trabajo de los elaboradores. Ritualizar el beber transmite a las nuevas generaciones de consumidores que el vino se disfruta en compañía complementando una buena comida. Seamos responsables.