Podría publicar el artículo que escribí el año pasado o el de hace dos años o lo que ya escribí el año 2015. Lo he escrito tantas veces que incluso me aburre, pero siempre hay quien no ha oído hablar nunca, por lo tanto, para una única persona de que quede que no esté al caso, este artículo ya está justificado. Otra historia es que esta persona lo lea, está claro. Me refiero al despilfarro alimentario, un problema que se está cronificando a escala mundial, un problema que nos interpela en todos. Hay cuestiones preocupantes en las cuales difícilmente podemos incidir. Por ejemplo, en el caso de donde van los residuos nucleares, solo podemos clamar, exigir a los estados que lo gestionen correctamente. En cambio, en la reducción y la lucha contra el despilfarro alimentario, todos tenemos la solución.

Hay tres datos conmovedores que tenemos que tener presentes. Tiramos 1 de cada 3 alimentos producidos mundialmente; con el 25% de lo que tiramos podríamos combatir el hambre crónica del mundo; y finalmente el sistema alimentario – con el despilfarro al frente – es la principal causa de la emergencia climática.

Interpelamos a los consumidores, les pedimos que sean conscientes con la compra, que opten por productos de proximidad, que hagan lista de la compra para evitar tirar alimentos innecesariamente. Les damos ideas para aprender a cocinar íntegramente los alimentos, sin rechazar ninguna parte comestible. Todo está muy bien, sí, pero los primeros que tenemos que revisar y adaptar el sistema de trabajo en clave de aprovechamiento alimentario, garantizando la calidad de los productos que vendemos somos los que formamos parte de la cadena de valor de los alimentos.

Claro y plano, los que nos ganamos la vida vendiendo alimentos, las empresas que gestionamos alimentos, los que movemos volúmenes importantes de productos. Y los restaurantes somos un eslabón muy importante de esta cadena. Por eso, este año volvemos a hacer GASTRORECUP, la campaña de concienciación de la restauración que aborda esta problemática tan compleja.

Durante más de dos semanas, hasta el 5 de octubre, 50 restaurantes de todo el país ofrecemos una comida con alimentos rescatados. Alimentos rechazados del circuito comercial por causas muy diversas. Insisto en no llamar productos sino alimentos porque contienen nutrientes y sabor y su función son nutrirnos. Tirarlos es evitar que hagan su función. El objetivo de la campaña es impactar al comensal con la calidad y la cantidad de alimentos rechazados, pero también sensibilizar y hacer reaccionar al restaurador, para darnos cuenta de que no podemos ni permitirlo ni girar la mirada.

Tiramos 1 de cada 3 alimentos producidos mundialmente; con el 25% de lo que tiramos podríamos combatir el hambre crónica del mundo; y finalmente el sistema alimentario – con el despilfarro al frente – es la principal causa de la emergencia climática

Hace unos días, en Catalunya Radio, me pidieron que opinara sobre un vídeo que muestra un restaurante que sirve el marisco a paladas. Los del equipo de digital grabaron mi reacción ante la imagen de cómo los camareros del restaurante llevan el marisco en una carretilla a las mesas y con una pala de obra, lo sirven a las bandejas o platos. Me impresionó y lo critiqué con mucha virulencia. Cuando publicaron el vídeo en las redes sociales, me cayeron hostias por todas partes. El artículo de hoy no es para buscar el perdón de los acarnissadors, sino al contrario. El artículo de hoy es para volver a manifestar que me parece asqueroso y que va absolutamente en contra de los valores del sector de la restauración. Los que hemos escogido libremente este oficio, el de los fogones, amamos a los alimentos (aunque suene un poco cursi) y valoramos el trabajo de los productores, que no es poco. Aparte del trabajo, producir alimentos (o pescarlos, tanto es) tiene un coste medioambiental que no nos podemos permitir en un contexto de emergencia climática.

Es absurdamente simple y fundamental entender el dato aterrador que con el 25% de lo que tiramos podríamos combatir el hambre crónica del mundo nos tiene que golpear hasta hacernos reaccionar. Como restauradores no solo tenemos que tener valores y amor por el trabajo (y no solo tenemos que buscar el provecho económico), también tenemos una responsabilidad social y moral. En nuestro entorno, muy cerca, también hay quien no tiene acceso al derecho fundamental a una alimentación saludable. Si no podemos revertirlo, no tiremos sin inmutarnos nutrientes y sabor.