Empalagada, estoy, de San Valentín. Recordarnos que tenemos que amar a quien te acompaña a la vida no está nunca de más y en un mundo donde la intolerancia y la exigencia pasan por delante de todo, promover el amor es siempre un bálsamo. Pero el amor impostado, impuesto e importado de las tradiciones anglosajonas es una estrategia comercial que apunta más al bolsillo que a los sentimientos.
Generalizar es garantía de enfangarte hasta la nariz en un jardín de carnívoros, pero hemos venido a jugar y poco me equivocaré si afirmo que a los que hace décadas que convivimos con la misma pareja la tontería del San Valentín nos produce un rechazo próximo al asco porque el compañero de vida es más un compañero de deberes que de pasiones. Cupido, sin embargo, a nosotros ni nos ve. Esta no es la fiesta del amor, es la de las temperaturas altas y la desazón de los quien justo se están conociendo. Los angelitos saben que el objetivo fácil, las víctimas, de sus flechas son los que hoy están descubriendo rasgos curiosos y simpáticos del carácter del enamorado; los mismos rasgos curiosos y simpáticos que en un futuro muy próximo serán defectos insalvables que harán estallar por los aires la relación.
Este jardín de carnívoros en el que me he adentrado peligrosamente me está desviando de lo que hoy quiero hablar. La oportunidad de San Valentín es magnífica para defender que el amor es el ingrediente fundamental de la cocina. Y no me refiero a aquella frase que nos decían las madres cuando todas éramos unas tradwives sin alternativa: “A los hombres se les conquista con estratagemas, pero se les conserva por el estómago”. Cuando hablo de amor al plato no hablo de subyugación, de sumisión ni de deberes maritales, hablo de querer y de quererte.
La cocina es un idioma universal que sin palabras nos permite decir “te quiero”. Sí, me ha salido muy cursi, lo sé. Lo releo y me vienen ganas de vomitar, pero no soy inmune al embadurnamiento de cupidos y también tengo mi pequeño corazón. Es un idioma universal que entenderá no solo a quien quieres llevarte en el pajar, sino todos para los que cocinas. Es una muestra de amor y de con respecto a las personas, a los productores, a los alimentos, a las cosas bien hechas y, sobre todo, a ti mismo.
La cocina es un idioma universal que sin palabras nos permite decir "te quiero" y el amor en el plato no significa sumisión ni de deberes maritales, sino querer y quererse
Nos alimentamos para vivir, para nutrirnos y hacer funcionar el organismo. El alimento es la gasolina que da energía a la máquina que somos. Pero resulta que los humanos no somos solo seres funcionales, sino, precisamente, todo lo contrario. Somos un conglomerado de circunstancias no mecánicas. Somos muy extraños. No sé qué pasa por el cerebro de una hormiga, sin embargo, desde los albores de la historia, no hace otra cosa que lo que le dicta la naturaleza. Las personas necesitamos hidratos, proteínas y vitaminas para vivir, pero todavía necesitamos más autoafirmación, estima, tribu, cultura, conocimientos, estímulos y motivaciones.
Y está aquí donde entra la cocina. Si solo nos hiciera falta alimento para vivir, no comeríamos en comunidad, ya no nos harían falta alimentos de la naturaleza, pero, sobre todo, no tendríamos que cocinar. Lo resolveríamos con complejos nutricionales que nos garantizarían los nutrientes necesarios y nos harían ahorrar tiempo. De hecho, así lo hacemos. Cuando vamos de cara barraca abrimos un Yatekomo calentado al microondas y lo absorbemos delante del ordenador. Es la manera de ahorrar tiempo. Técnicamente, también nos nutrimos, pero nos morimos de pena. En la acción de comer sin pensar, solo para llenar el buche, falta todo lo que nos da vida. Falta liturgia, falta motivación, faltan todos los significados de la alimentación y, sobre todo, falta amor para uno mismo.
La principal motivación por la que cocinamos es para compartir mesa con los que queremos. Aunque sea porque te amas tanto o tan poco que necesitas la cocina para reforzar tu ego. Ah, y a los que celebran San Valentín con una cena a la luz de las velas con el Kenny G de fondo, les podéis servir comida de plástico, de aquel de los escaparates de los restaurantes asiáticos. Ni se darán cuenta de ello. Les sobra amor y les faltan sábanas.