Adentrarte en el exclusivo Hotel W de Barcelona es siempre un placer. Y tanto si tu visita es consecuencia de una celebración tipo bodorrio o similar como si se debe únicamente a las ganas de sentirte turista por unas horas, las dos opciones son válidas y ya te adelanto que estás en el lugar adecuado.
Para vuestra información, os diré que el Hotel W dispone de cerca de 500 habitaciones, por lo tanto, hablaríamos de unos mil clientes por noche. Como es obvio, la mayoría de estos clientes visitan la ciudad y muchas de las comidas durante su estancia en Barcelona las hacen en reconocidos (o no) restaurantes de la ciudad. Pero también es cierto que, sobre todo por la noche, el viajero aprovecha el hotel para recuperarse y, por qué no, probar su propuesta gastronómica. Así, dentro del Hotel W, junto con las propuestas de los restaurantes Fire, el nuevo hotspot de la ciudad donde el fuego es el elemento principal, y el restaurante Noxe inspirado en el Japón más auténtico, ahora podemos disfrutar de la cocina de Perú en su nuevo espacio, el restaurante Coya. La idea no es nueva, cabe decir que el primer Coya irrumpió en Londres el año 2012 y después abrió locales en Mayfair, Dubái, Abu Dhabi, Montecarlo, París, Marbella, Mikonos, Doha o Riad...
Entramos en el restaurante Coya, en la primera planta del Hotel W. La cola del mostrador no es pequeña; veo mayoritariamente extranjeros, que supongo que están alojados en el hotel. Entramos, el espacio es inmenso y está lleno hasta los topes, hay poca luz y todo está cuidadosamente decorado con elementos de Perú, no falta nada: tejidos de colores típicos, instrumentos musicales, botellas artesanas de pisco, toros de Pucará, muñecas andinas, estatuas de los dioses incas y máscaras.
En una punta del restaurante encontramos la barra, que, a diferencia del local, está muy iluminada, donde un par de barmans elaboran incansablemente combinados y aperitivos. Nosotros pedimos un par de pisco sour, el famoso cóctel reconocido como símbolo del Perú.
Agostina, responsable de la zona donde estamos sentados, nos explica que todos los platos son para compartir y nos propone una cata transversal para probar el máximo de platos sin reventar, y, claro, nos dejamos aconsejar y llevar por la magia del Perú y su gastronomía. Sorprendidos por la cantidad de gente que llena el restaurante, se lo comentamos, nos explica que tienen 250 mesas y a veces cubren dos turnos; en verano abren la terraza con 200 mesas más, una locura.
Así pues, nos llenan la mesa con el guacamole con crujientes que nos prepara delante de nosotros el jefe de sala cuchara en mano; el trío de ceviches, el de corvina con trufa, ponzu y cebollino, el de lubina con cebolla roja, boniato, trigo blanco y el de atún con chimichurri. Qué maravilla.
De segundos, probamos el arroz nikkei con lubina chilena, una comida de dioses, y la presa ibérica glaseada de guayaba, miso y piña.
Cerramos la comida con un delicioso suspiro de coco hecho con merengue y crema de coco, salsa de mango y fruta de la pasión.
Nos despedimos de Agostina, pero también del chef Tyrone Cabral, que nos ha pasado a saludar. Le pregunto: "¿Qué hace un cocinero italiano en un restaurante peruano en Londres?", donde ha pasado una larga temporada. Veo que lo pillo con la guardia bajada y no sabe qué responderme, reímos juntos.
Mientras me voy, pienso que el otro día me dijeron: "Te sorprenderá", refiriéndose a mi visita al restaurante Coya; y sí, realmente sorprende, es un lugar especial donde pasar una buena velada y disfrutar de la mejor cocina peruana sin moverte de casa, que no es poca cosa.