Paseando por las calles de Gràcia, bajando por la calle Verdi, encontramos la plaza de la Revolución, una de plazas más concurridas y privilegiadas de la villa por su proximidad a los cines Verdi y al Teatreneu. La oferta de terrazas en la plaza es considerable, igual que en la mayoría de las plazas de la villa, pero hay un bar que brilla con luz propia por encima de los otros, que respira autenticidad, es el Bar Canigó, que tiene 100 años de historia y que es regentado por la cuarta generación.

Durante estos más de 100 años el bar Canigó se ha ganado a pulso la confianza de los vecinos y las vecinas a golpe de cañas y gildas. La historia se remonta cuando Pep Parcerisas compró el local a principios del siglo pasado; en aquel momento era una bodega donde vendían vino y poca cosa más, pero con los años empezó a hacer alguna tortilla de patatas y algún guiso. Posteriormente, su hijo Miquel y su mujer Enriqueta empezaron a ofrecer desayunos y comidas. La tercera generación al frente del negocio fueron las dos nietas y el nieto de Pep, y por último, ahora encontramos a Sara Arias Parcerisas, bisnieta del fundador, que es quien dirige el bar con el apoyo de su tío, su tía y su madre, aunque esta ya está jubilada.

Es la hora del aperitivo y me siento con Sara en la esquina de la gran barra de madera, y tomo una caña y unas gildas. Comentamos que el barrio ha cambiado mucho en los últimos años, aunque en según qué lugares de la villa todavía se puede vivir aquella esencia de barrio difícil de encontrar. El Canigó es uno de estos sitios.
Durante estos más de 100 años el bar Canigó se ha ganado a pulso la confianza de los vecinos y las vecinas a golpe de cañas y gildas
Hace muchos años, el bar era frecuentado sobre todo por la gente de las fábricas de los alrededores —en aquella época se servían muchos desayunos—, pero las fábricas se fueron desplazando de lugar y el bar fue perdiendo clientela. Sin embargo, el Canigó siguió siendo un bar de los de toda la vida, donde los abuelos jugaban a la butifarra por la tarde y donde corrían el Soberano, el Anís del Mono y las farias en abundancia, también algún caliqueño de estraperlo. Los cantantes del Cor Gracienc lo utilizaban como local social y era donde ensayaban un día a la semana. Eso sí, hacia las seis de la tarde desaparecían las cartas y los caliqueños y el local se llenaba de grupos de jóvenes para tomar la cerveza y charlar. De hecho, al estar el barrio más animado, decidieron abrir también durante la noche como bar de copas.

Actualmente, la mayoría de la clientela es del país, muchos de los cuales pasan para ir al cine o al teatro o simplemente para dar un paseo por el barrio. Por la mañana, cuando hay sesiones matinales, muchos de los que los visitan pasan antes a tomar el café y vuelven para hacer el aperitivo cuando salen. Ahora mismo el local está casi lleno y Sara comenta que conoce prácticamente a todo el mundo, algunos de hace ya muchos años.

Así pues, el bar Canigó se ha convertido en un todoterreno sin perder nada su personalidad: puedes comer un bocadillo o una pasta con un zumo natural para desayunar y empezar el día, o, si lo prefieres, también puedes hacer un buen aperitivo con unos huevos rellenos, unas buenas anchoas o unos berberechos con un vermú de la casa. El momento álgido, sin embargo, va desde las seis de la tarde hasta las diez de la noche, que es cuando el bar bulle y se convierte en la catedral de la villa, un rincón de la ciudad que hay que preservar para llegar a celebrar los doscientos años... como mínimo.