Casa López es un bar de toda la vida, ubicado en plena Vila de Gràcia, concretamente en la calle del Topazi, junto a la plaza del Diamant, que no es ni bonito ni feo. Está decorado como lo estaban los bares en los años setenta, con una barra de obra forrada de aluminio, mesas y sillas lacadas de color marrón, las paredes llenas de recuerdos, entre los que se encuentra un banderín del CE Europa, alguna foto y poca cosa más. Todo se mantiene inamovible en el tiempo, pienso que en cualquier momento puede entrar por la puerta el Pescaílla, Moncho o el mismísimo Gato Pérez, vecinos del barrio los tres —cuando estaban vivos, claro está—, a tomarse un vermú con aceitunas y a arrancar unas rumbas haciendo palmas y tocando la guitarra, pero sé que no será así.
El local lo abrió una pareja, que él era de Guadalajara y ella de Burgos, en el año 1976, pero años más tarde, y como es normal, les llega la hora de la jubilación y deciden traspasárselo a la cocinera que tenían por aquel entonces, Antònia, quien —junto con su hijo Joan— se hace cargo de Casa López en el año 2011.

Casa López / Foto: Víctor Antich

Joan me comenta que la clientela son mayoritariamente vecinos del barrio, y doy fe de ello, ya que todos se saludan entre ellos; también trabajadores que están desplazados por la zona, muchos de los cuales son clientes fieles que ya les conocen de otras visitas. No suele tener muchos turistas, pero, depende de la noche, aparecen inevitablemente para probar sus tapas, pues el barrio no deja de ser un atractivo turístico.

En Casa López todo se mantiene inamovible en el tiempo, pienso que en cualquier momento puede entrar para|por la puerta el Pescaílla, Moncho o el mismo Gato Pérez, los tres vecinos del barrio

Es cierto que el menú está muy ajustado al precio imbatible de 13 euros y es difícil cuadrar los números. La suerte es que en un día normal pueden llegar a servir unos 80 menús, que se dice pronto. El truco, según Joan, está en preparar cinco o seis platos de cocina de mercado nuevos a diario, tanto de primeros como de segundos, para mantener a los clientes, y tener un buen equipo para poder hacer dos o tres turnos, si es necesario. La pieza fundamental en todo este engranaje es Antònia, que empieza a cocinar puntualmente a las nueve de la mañana para así tenerlo todo terminado en cuanto suben la persiana.

Casa Pérez / Foto: Víctor Antich

Mientras espero mi turno para comer, junto a la barra oigo a unas abuelas hablando a gritos, que no desentonan con el ambiente, que no es para nada silencioso —por otra parte, bien normal, ya que el bar está hasta los topes de clientes zampando cuchara en mano—. La media de edad de la parroquia es elevada, para qué vamos a engañarnos. De hecho, soy de los clientes más jóvenes, y eso me encanta, aunque alguna mesa está llena de estudiantes.
En medio de toda la jarana, veo a los dos camareros, que son unos máquinas y no paran ni un segundo. Leonardo me deja el menú para escoger mientras me abre una botella de agua y me deja el pan, aún caliente. En Casa López, como he dicho, la oferta es siempre variada y sin tonterías. Hoy, por ejemplo, tienen judías estofadas, macarrones a la boloñesa, ensalada, sopa de galets y judía verde de primeros y albóndigas con sepia, pollo rebozado, merluza y butifarra negra con cebolla de segundos.

Casa López / Foto: Víctor Antich

Cuando me toma la comanda, no me deja escoger y me trae las judías estofadas. Dice que como hace frío es lo que me irá mejor y está más bueno. No le llevo la contraria y aparece un plato de judías que asusta, su olor se nota desde lejos, quizás porque la mayoría de los clientes está zampándose lo mismo. Ciertamente, están muy buenas, muchas horas de chup chup se aprecian tanto en la textura como en el sabor. De hecho, diría que es el plato perfecto para un día como hoy, el camarero ha dado en el clavo.

Casa López / Foto: Víctor Antich

De segundo plato, me aparecen las albóndigas con sepia para equilibrar un menú con un primer plato muy ligero. Se nota que están hechas con mucho amor. De postre, elijo un flan y pido la cuenta para salir corriendo, que llego tarde.
Me despido, antes, de Joan, y le pregunto cómo ve el barrio, una pregunta obligada. Él piensa que el barrio es muy seguro, pero también cree que el tema de la masificación se nos está yendo de las manos. Estoy completamente de acuerdo con él.

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