Tengo la manía de mirar los carritos en la cola de la caja del supermercado con la idea de hacer una especie de análisis sociológica de zapatilla y albornoz sobre cómo y qué come la gente. Si preguntas, las respuestas rozan la utopía, aquello que nos gustaría ser, como queremos que nos consideren. El carrito, sin embargo, es transparente, es la cruda realidad, no hay maquillaje que esconda la cantidad de caldos de tetrabrik. Así, pues, salgo del supermercado con la certeza de que seguimos comiendo sopas, pero que ya casi nadie cocina. Los sinceros confiesan que hacer una sopa es un coñazo innecesario, dan mucha pereza y tardan mucho rato en estar terminadas.

Haría falta que alguien les dijera que no es necesario mirar la olla mientras la sopa hierve y que, precisamente, la sopa regala tiempo porque se hace sola y tú puedes aprovechar para hacer aquello que te da más pereza —ordenar armarios, en mi caso— o lo que te apetece más —mirar el último capítulo de White Lotus—. Por lo tanto, aprovecho la tribuna del diario para promover cocer sopas con el objetivo de salvar la humanidad de acabar comiendo en soledad delante del ordenador un Yatekomo calentado en el microondas. La imagen no puede ser más fría, más triste y menos reconfortante. Nos hace falta una campaña que refuerce las sopas porque, excepto los Mafaldes empedernidos, a todos nos encantan y si te las miras bien, las sopas son un compendio de virtudes.

Son económicas, sostenibles y muy reconfortantes. Son económicas porque son de los pocos platos que transforman el agua en nutriente y en sabor, por lo tanto, rentabilidad máxima. Son sostenibles porque permiten el uso integral de los alimentos, consiguiendo ablandar las partes más duras y también las que no podemos comer (huesos y espinas), transmitiendo el sabor en el agua. Además, combaten el despilfarro alimentario porque son la estrategia ideal para vaciar la nevera y hace la magia de repartir de manera equitativa pocos ingredientes entre los comensales.

Los sinceros confiesan que hacer una sopa es un coñazo innecesario, dan mucha pereza y tardan mucho rato en estar terminadas, pero la sopa regala tiempo porque se hace sola

Pero no solo comemos sopas por conveniencia, sino porque, como decía, nos reconfortan. Estos días estoy como una sopa, me chorrea la nariz y tengo niebla en la cabeza. Mi hombre me ha hecho una sopa de gallina que me ha enternecido como una damisela. Nadie te ama más que el que te prepara una sopa cuando estás pocho o triste. Las tendencias en alimentación cambian a lo largo de la historia, por creencias de salud y modos diversas, pero la cocina de los convalecientes se ha mantenido constante durante siglos, y la sopa continúa al frente en el ranking de platos que cuidan. Las sopas calientes actúan como antiinflamatorio, pero al mismo tiempo es un plato nutritivo, que hidrata y de fácil digestión. El cuerpo está trabajando a toda máquina al cuidar y no puede destinar energía a la digestión, por eso en muchos casos sufrimos falta de hambre.

Sopa Llevada
Las sopas son económicas, sostenibles y muy reconfortantes / Foto: Pixabay

Las sopas hablan. Hablan de amor, ternura, confort y familia. No hay estampa más idílica que una sopera humeante en medio de la mesa, por la noche de un día de invierno, todos compartiendo la hora íntima bajo la luz del comedor explicándonos cómo ha ido el día. Pero también hay sopas extremadamente malévolas, que hablan de odio y rencor. Si se hace con desgana, prisas e ingredientes olvidados, es un plato tristísimo, de aquellos que atacan a lo más profundo del alma: la dignidad de la persona. En las películas, cuando quieren transmitir la soledad, la dejadez y el maltrato a la escena, siempre hay una sopa aguada y un mendrugo de pan. Es la imagen de la miseria emocional.

Aprovechad estos días de Carnaval para ir a las Calderadas que se esparcen por todo el país. Son fiestas de tradición antiquísima, de origen medieval, en las que muchas poblaciones catalanas sacan a la calle enormes ollas y peroles para hervir cenas, escudellas o ranchos que disfrutarán en una comida multitudinaria, como despido calórico ante una larga y magra Cuaresma. Voy tarde para avisaros de que hoy se celebra la de Montmaneu, en Anoia, pero quizás soy a tiempo para animaros a venir el martes a Ponts, en la Noguera, a cantar el “Lali-Lali”, la canción del pasacalle que acompaña la recauda de casa en casa con un tenedor y una cuchara gigantes. ¡Sacamos la olla del armario, encendemos los fogones y celebramos las sopas!