Era un martes, hacía frío y llovía cuando llegué a la Barcelona Wine Week 2023, la feria de vinos más importante celebrada este año en nuestra casa, y me choqué con un letrero inmenso en la entrada donde se me anunciaba que estaba a punto de entrar en un "Spanish wine event". La frase, escrita en la lona exterior de la Fira Barcelona, junto a plaza Espanya, me resultó tan dolorosa como pedirse una botella de vino caro en un restaurante y que tenga sabor de corcho. Cuando encima vi que debajo, al lado de los logotipos del Gobierno y el ministerio de Agricultura figuraba también el emblema de la Generalitat, tuve un cortocircuito tan grande que automáticamente mi diablillo patriótico, carlista y combatiente se despertó dentro mío en señal de alerta. Eran las diez de la mañana y fue entonces cuando empezó una batalla que duró todo el día contra el angelito racional, pragmático y postprocessista que desde el año 2019, por prescripción médica, procura guiarme los pasos con el fin de no acabar loco, deprimido o alcohólico perdido en este país nuestro. Un país que cuando hablo de vinos es más patria que nunca, indudablemente, ya que patria quiere decir eso: la tierra de los padres. Es decir, en mi caso, el arraigo| a la tierra llena de cepas sin las cuales no sería posible todo aquel tinglado que descubrí en un día inolvidable.
Un día en la BCN Wine Week con la Ramoneta
La primera impresión solo de poner los pies en la feria fue bastante desagradable, ya que ir a una feria de vinos en Catalunya y que te hablen en castellano cuando recoges la acreditación friega el insulto. "Da ganas de volverse abstemio de golpe, ¿eh?", me comentó una chica que pasaba por allí y también hacía cara de fastidiada. Se presentó como Ramona López, pero me dijo que le dijera Ramoneta. Juntos entramos en el salón, pero lo que no esperábamos en aquel momento ninguno de los dos, sin duda, es que ni con el agua se puede estar ya ahora tranquilo: aunque la BCN Wine Week de este año haya pregonado a diestro y siniestro que es un acontecimiento comprometido con la sostenibilidad, solo poner los pies dentro de la feria me di cuenta que toda el agua que se servía era Panna, proveniente de unas fuentes toscanas y propiedad de la suiza Nestlé. ¡"Como si en Catalunya no tuviéramos fuentes"!, exclamó Ramoneta mientras yo, absolutamente poseído, decidí hacer un tuit etiquetando a la consellera Jordà y preguntándole qué opinaba de la broma.
La gran broma de todo, sin duda, es que el lema oficial de la BCN Wine Week de este año era "España, mosaico singular de suelos," pero paradójicamente la feria se celebraba sobre un suelo que para un servidor no es, ni mucho menos, suelo español. La reflexión le gustó a Ramoneta, que me propuso pasear un rato por allí dentro y probar alguna cosa de las más de doscientas bodegas catalanas que había, pero le dije que no podía; dado que la conferencia sobre "El vino de Barcelona" a cargo del Iñigo Haughey ya tenía las plazas agotadas, sobre las diez y media tenía que entrar a la charla "Rioja, 100 kilómetros de diversidad". Al saber que prefería ir a una cata de tempranillos riojanos antes que beber con ella alguna copita de un bodega Pardas, un bodega Espelt o un Sant Josep Wines, sin embargo, Ramoneta me dijo adiós furtivamente como quién se despide con un portazo en el coche y yo entré en la conferencia con la tristeza de un divorciado melancólico paseando la calle Laurel de Logroño arriba y abajo mientras a su alrededor todo el mundo bebe, ríe y canta.
Un día en la BCN Wine Week con Maria Magdalena
La melancolía me duró bien poco rato porque mientras hablaba un tal Pablo Franco, director del organismo de control de la DOC Rioja, hice amistad con la chica que se sentaba a mi lado. Me dijo que se llamaba Maria Magdalena Puig de Castellvell, así todo junto, pero me dijo que vivía en Madrid y se hacía llamar Magda. "Qué bien, ¿eh? Beber estos vinazos riojanos en Barna es un lujo", exclamó. Escéptico, yo le dije que quería traducción automática porque estábamos en Catalunya y la charla se estaba haciendo en castellano, pero ella me dijo que me dejara de reivindicaciones altivas y me limitara a disfrutar. ¿"No te das cuenta"?, me dijo, "Que los de la Rioja, Ribera del Duero o Jerez tengan que venir aquí a hacer esta feria es doloroso para ellos, ya que es como decirles: sois muy buenos, pero nosotros más, por eso la Wine Week se hace en Barcelona". Yo no sabía cómo decirle que, en mi cabeza, para ser alguien en el mundo no hace falta pasar por el peaje de Madrid ni esperar la aprobación de las españas, pero la realidad es que Magda era seductora, juguetona y convincente, por eso acabé pensando que quizás tenía razón: a veces, para llegar lejos y ganar valor, quizás hay que ser más pragmático que romántico.
Ciertamente, allí dentro había mucho valor y el sector vinícola catalán éra el gran protagonista. "Fíjate", me comentó. "Hacen una feria española en Barcelona y los catalanes ocupamos la mitad, ganándolos por goleada," dijo Magda mientras paseábamos por el espacio de la feria, rectangular y largo, que en efecto estaba dividido en dos: una zona derecha llena de los estands con elaboradores de todas las denominaciones de origen catalanas, y una zona izquierda llena de los estands con elaboradores de las denominaciones del resto del territorio estatal. La reflexión, que a primera vista yo no había sido capaz de ver, aumentó la autoestima de mi pobre y malgastado patriótico corazón. Tenía razón, sin embargo: mientras que Rueda, Bierzo, Rías Baixas, Málaga, Cádiz o tantas denominaciones más tenían espacios pequeños y pocos elaboradores, casi el 50% del recinto estaba lleno de las bodegas de nuestra casa, además con zonas diferenciadas para el Corpinnat y el Cava, por ejemplo. ¿"Ves a toda esta gente que hay aquí, Pep? Diez o veinte mil personas pasarán por la Wine Week y la mitad de ellas serán exportadores, prescriptores internacionales o restauradores de todo el mundo que esta tarde quizás van a la cata de Vinos de Finca Qualificada que hacen a Ferran Centelles y Alba Balcells, directora del INCAVI". Tenía razón Magda y me había quedado claro, de acuerdo: la feria era un maldito spanish wine event, sí, pero medio mundo del vino estaba allí y medio mundo del vino veía que los vinos y espumosos catalanes tenían el 50% de protagonismo.
Un día en la BCN Wine Week conmigo mismo
Perdí de vista a Magda cuando entré en la cata de los vinos prioratenses de Família Torres, que también se hizo en castellano. Como ahora ya había entendido que aquello era una feria donde había que mirar más por la cartera y los números que por el corazón y los sentimientos, sin embargo, lo encontré normal. Además, llevaba ya tanto rato bebiendo copitas de vino de un estand tras otro que no empezaba a saber ni como me llamaba. No era el único, ya que si de una cosa me di cuenta cuando fui a mear tres veces en menos de cinco horas es que los lavabos estaban a reventar de gente, cuando menos los de hombres, señal que allí ni cristo escupía los vinos. En el lavabo, precisamente, coincidí con dos italianos vestidos como si fueran maniquís del Massimo Dutti y que hablaban entre ellos en italiano, creyendo que a nadie les entendería. Eran profesionales del mundo de la exportación y mientras uno le decía al otro que quería probar vinos de Mallorca, el otro le respondió "vabbè, ma adesso fermati un attimo, mí sto facendo la caca adosso". Como yo ya iba medio borrachín, sin vergüenza les dije que a los catalanes nos gusta mucho hablar de escatología y que en el belén ponemos a un señor defecando, cosa que les dio risa. Cuando me preguntaron de dónde era, les dije del Penedès y su respuesta me dejó de piedra: "Ci sono tantissimi vignerons di ottimi vini naturali", me dijeron.
Era la primera vez en la vida que cuando hablaba del Penedès no me hablaban de cava. Tenían razón: el Penedès es el epicentro del vino natural en el sur de Europa, pero allí vinos naturales, alternativos o libres había pocos. En una zona casi apartada de la feria y con estands diez veces más pequeños que los de Pago de los Capellanes o LAN, unos cuantos de aquellos 'vignerons' de nuestra casa mostraban sus vinos. Uno de ellos, Ivà Gallego de Paret Seca, que me dejó probar su nuevo y maravilloso mantón negro hecho en Mallorca, y también Gerard Maristany de Viladomat Aragó y Vins de Foresta, a quién saludé brevemente porque tenía dos exportadores americanos encima. "Esto es una locura, Pep, llevo todo el día haciendo pequeñas reuniones y cerrando futuros buenos tratos", me dijo como si estuviéramos en la lonja del Consulado de Mar en pleno siglo XIV. Entre eso y aquel letrero inmenso que hablaba de los 'Condados de Barcelona' haciendo referencia a la zona del Penedès perteneciente a la DO Cava, mi yo patriótico volvió a ponerse a tono, ya que quizás aquella feria la había inaugurado el jodido ministro de Agricultura español, pero el sector vinícola catalán se estaba ganando el derecho a conquistar medio mundo, como hicimos nosotros en los tiempos de Pere el Gran.
Al llegar al mediodía, en el restaurante de la feria, tan patético, caro y lamentable como el bar de un vagón de tren, me choqué de nuevo con Ramoneta, que estaba de mala luna porque había pedido el menú en catalán y el camarero no la había entendido. En la fila, un poco detrás mío, también vi a Magda, que estaba con dos daneses clavados al típico portero de handbol de la época gloriosa de Valero Rivera en el Barça. ¡"Lo que te decía, Pep, estos dos amigos son de Copenhagen y me estaban diciendo que han flipado con los vinos de la Terra Alta y el Montsant"!, me soltó. Entonces, por pura chiripa, después de comer me crucé con la consellera Teresa Jordà, que como toda la gente de Ripoll ya me cae automáticamente bien por haber nacido en las tierras del conde Arnau. Con confianza, me dijo que había visto mi tuit y que sí, que ciertas cosas de la feria hacían daño, pero que hoy el vino catalán era más internacional que ayer, y que eso hacía falta seguir trabajándolo.
Le agradecí la explicación a la consellera, de quién ya sabe que soy buen fan, y pensé que me decía lo mismo que me había dicho antes Gerard de Viladomat Aragó, pero también Xavier Nadal de Nadal, Oriol Massana d'Eudald Massana, Meritxell Juvé de Juvé&Camps o Josep Vicens de la bodega Josep Vicens de Gandesa. Estaba clarísimo: pagando el peaje de ser 'vino español', la BCN Wine Week ha permitido al vino catalán ser más global que nunca. Por lo tanto, mientras no tengamos un estado, como mínimo que el vi sigui al cove, ya que sin campesinos con trabajo, sin restaurantes con botellas de nuestra casa y sin amigos que valoren antes un Pla de Bages que un Valdepeñas, me la sopla si la patria es libre o no, ya que sin todo esto, la patria no es nada más que una palabra en el diccionario.