Es martes y toca bodega, así que me desplazo a L'Hospitalet, junto al ayuntamiento y el mercado municipal del Centre, donde, paseando tranquilamente por la calle Major, me encuentro el Celler 1912. La historia de la bodega, como os imaginaréis, se remonta a principios del siglo pasado, como muchas otras bodegas que hemos ido descubriendo desde estas páginas. En esa época, el propietario era Isidro, pero aunque la bodega era conocida como Ca l’Isidro, en realidad era Cal Vicentó.
Pues bien, cuando Isidro se jubiló, Toni, padre de Oliver, que es el actual propietario, cogió la bodega. En aquel tiempo y hasta hace relativamente poco, la bodega no era como la conocemos ahora, sino que ocupaba únicamente la parte posterior de la bodega actual. Con los años es cuando Oliver decide ampliarla para que quepan más parroquianos y le da entrada por la calle Major, haciendo esquina con la calle de Sant Roc.
Oliver me explica que venden vino a granel tipo Penedès, Priorat, Alella y Gandesa, que mantienen en botas. El vermú, sin embargo, lo traen de Reus, de una pequeña empresa familiar que se lo proporciona desde los inicios. También tienen una cuidadosa selección de vino en botella y cava, que puedes comprar o degustar, si lo prefieres, mientras comes algo.
Mientras charlamos, un vecino de la Florida interviene en la conversación y me cuenta su vida. Es taxista jubilado y, como os imaginaréis, ha visto de todo, o eso parece. Mientras llena la garrafa de vino de Gandesa y se ventila un vermú negro con unas aceitunas, me pone al día de los líos que se forman en la cola del supermercado, donde las abuelas se le intentan colar sin conseguirlo, tema interesante donde los haya.
Si os acercáis a L'Hospitalet, no olvidéis pisar este templo del aperitivo, que ya forma parte de la historia de la ciudad por sus vinos, sus anchoas y el buen trato que te dispensan
Unas fotografías colgadas en la pared son testimonio de épocas pasadas, igual que las botas que ahora sirven de mesa. Precisamente, tres mujeres que acaban de entrar me cuentan que ellas viven en la calle Sant Roc de toda la vida y ya venían de niñas a la antigua bodega para comprar el vino a granel y el hielo. Ahora, sin embargo, se piden unas cervezas y unas anchoas mientras charlan y me animan a que me acerque a hacerlo también, hoy que la cosa está tranquila, porque el fin de semana tienen cola de parroquianos en la puerta.
En el Celler 1912 tienen unas anchoas fabulosas que traen de L'Escala, las compran en salazón y las desalan artesanalmente. Hace unos años, no obstante, eran del Cantábrico y estaban muy buenas, pero las dejaron de tener porque les salió una remesa demasiado confitada y se rompían solas. Son verdaderos especialistas en encurtidos. Fíjate en que el fin de semana tienen una veintena distintos, entre los cuales los más pedidos son los boquerones en vinagre y con aceite, las diferentes banderillas, las gildas, que son las reinas de la fiesta, bacalao, salmón, alcachofa rellenada de salpicón y patatas con chicharrones de Cádiz.
Además, para los más sibaritas, tienen unas tablas de embutidos del Empordà, cecina de León, jamón, queso en aceite y torreznos, que puedes remojar con cualquiera de las cervezas que sirven a presión, como la Damm, la Túria o la Complot IPA, en caso de que no te apetezca el vino o el vermú. Hay que tener en cuenta que los viernes y los sábados por la noche también tienen tortilla de patatas y unas minihamburguesas para quienes quieren completar una comida informal.
En definitiva, si os acercáis a L'Hospitalet, no olvidéis pisar este templo del aperitivo, que forma parte de la historia de la ciudad, donde —si lo necesitáis— también podéis hacer vuestras celebraciones personalizadas, con cata de vinos incluida. No os arrepentiréis.