Paseando por la Vila de Gràcia, en la calle Bruniquer con Joan Blanques, nos encontramos la Vermuteria del Tano, una de las últimas bodegas centenarias de Barcelona que tenemos la obligación de preservar si queremos mantener vivas nuestra raices. Sin bodegas, la ciudad será menos ciudad y los barrios menos barrios y, iremos perdiendo nuestra identidad, aquello que nos hace peculiares en un mundo cada vez más globalizado y uniforme.
Me encantan las bodegas, me vuelven loco. Entro en el Tano y me apoyo en la barra de mármol, desde donde veo las botas de tiempo inmemorial situadas al final del local, los relojes aquellos que hacian tic-tac descansan estratégicamente por todo el local, las fotos antiguas, los cuadros, las mesas pequeñas también de mármol y los bancos de madera.
Tano vino de Montgai con diez años, un pueblo de la Noguera situado en la parte baja del río Sió que vive principalmente de actividades agrarias y ganaderas. Después de estudiar, tuvo la oportunidad de coger el local en los años noventa y es cuando abre la Vermuteria del Tano con su mujer, Maricel, que también es nacida en Montgai. Pero en realidad, y según un censo de comercios realizado por el Ayuntamiento, la bodega es mucho más antigua, abrió puertas el año 1927, por lo tanto, estamos hablando quizás de la bodega más antigua de Gràcia, con casi cien años.
Hace muchos años que frecuento el Tano, mis visitas consistían en hacer un quinto rápido cuando salía de trabajar; más adelante, aparecíamos algún domingo a la hora del vermú; sin embargo, con el tiempo, por la tarde a menudo me animaba y me sentaba a la mesa a jugar a la butifarra con los abuelos que entonces ocupaban las mesas del local y con quienes me peleaba siempre; solían tener un mal perder.
Mientras hablamos, me sirve unos calamares y unas anchoas que remojamos con un vermú que le prepara la casa Perucchi de Badalona y que ha ayudado a la popularidad del local. Él siempre tiene unas buenas anchoas, unos buenos boquerones, unos berberechos dignos y otros productos enlatados que en su mayoría provienen de Galicia, los cuales te prepara calmadamente platillo a platillo detrás de la barra, añadiendo su salsa magistral y secreta.
Me llena otra vez el vaso de vermú y me comenta que tiene claro que su hijo, que ha estudiado económicas, no quiere saber nada del bar, y que cuando él se jubile todo y que le queda mucha guerra el local lo alquilará; pero está empeñado en que quiere preservar su legado y el de la bodega, por lo tanto, no lo alquilará a cualquiera que pase por delante, quiere a alguien a quien le guste trabajar y un compromiso para mantener la bodega tal como está ahora. Se lo pensará mucho antes de dar el paso. Mientras apuro el vaso, me reconoce que la bodega se lo ha dado todo, pero también se lo ha quitado todo, y cree que, si se diera el caso y volviera a tener dieciocho años, volvería a hacer lo mismo.
Aprovechemos, pues, este pequeño lugar auténtico con casi cien años de historia a sus espaldas y pisémoslo siempre que podamos con alegría y sin complejos, brindando con un Perucchi en la mano, por la Vermutaria del Tano y, por qué no, por las bodegas de toda la vida.