El Gelida, como sabéis, es un bar bodega y casa de comidas con 75 años de historia a sus espaldas; que se dice pronto. Ir significa disfrutar de la mejor cocina catalana a un precio escandalosamente razonable y adentrarse en un viaje en el tiempo, porque el local mantiene la misma decoración desde que abrieron sus puertas. Se da el caso de que los martes y los jueves hacen arroz a 3,80 € el plato y como hoy es jueves, me acerco para probarlo antes de que tengan cola para entrar, como es habitual.
"No tengo demasiada sed, pero un trago de cerveza me irá bien", dice la canción. La clientela es muy diferente, en la mesa de al lado unos abuelos que no callan se zampan unas judías verdes con patata mientras dan tragos del porrón lleno de Gandesa o Priorat, vete a saber. En frente tengo a una pareja joven, mientras él se harta de tripa, ella disfruta de una sopa bien caliente que humea, y más allá, en la otra punta del local, apoyado en la barra veo al Alex Montiel tomando un vermú con otros compañeros, imagino que esperando turno para sentarse en la mesa.
Pues bien, en medio de toda esta jarana, pido el arroz, pero como he venido demasiado pronto no es posible, así que empiezo con unas alcachofas rebozadas, tiernas y muy crujientes.
Gerard me explica que estudió Ingeniería Industrial y trabajaba de ingeniero, pero cuando sus padres deciden jubilarse en el año 2016, decide dejarlo todo y hacerse cargo del negocio familiar que fundaron sus abuelos, cosa que lo convierte en la tercera generación al frente del bar. Está muy contento con la decisión tomada y de que su padre, Albert, con 72 años todavía aparezca un ratito por la mañana a ayudarlos; si sois clientes del Gelida, sabréis que es un hombre incombustible que transmite buen rollo a trabajadores y clientes.
De plato fuerte he escogido el rabo de buey y dejadme que os diga que es una maravilla. El Gelida ha mantenido su extensa carta de cocina tradicional catalana desde que abrieron, pero es el capipota el plato más demandado. Fijaos en que actualmente cocinan 20 kilos cada día, una auténtica burrada, pues son casi 500 kilos al mes, ¿os lo imagináis?
La cocina está abierta a todas horas, pero, como he dicho, los platos del día aparecen a partir de la una, no antes. Hoy también tenían trinxat, habas, caracoles, jarrete de cerdo y civet de jabalí. Su carta, eso sí, está disponible a cualquier hora con sus garbanzos, lentejas estofadas, tripa, capipota, ternera guisada, fricandó de ternera, carrillera de cerdo, conejo al horno y muchas propuestas más que cocinan con el mismo amor que lo hacían hace setenta años sus abuelos.
Uno de los misterios de su éxito, aparte de la cocina, claro, es que intentan fidelizar a la plantilla, que ahora es de dieciséis trabajadores, manteniéndola y cuidándola lo mejor que pueden. Gerard dice que eso ya lo aprendió de sus padres y de sus abuelos, cree que el equipo es importantísimo y sin él no estarían donde están. Me confiesa que siempre intentan mantener la buena sintonía y que son como una gran familia. Otra cosa es la parroquia, el noventa por ciento de la cual es local, es lo que siempre han cuidado, lo que les interesa y quieren, pero las redes sociales y el boca a oreja hacen que venga gente de todas partes. Estos últimos meses han trabajado mucho con chinos, porque salen muy bien valorados en una aplicación que utilizan en su país.
Acabo con un flan de vainilla casero y salgo del Gelida dudando de si planto la tienda de campaña en frente y así ser el primero para desayunar mañana o vuelvo el jueves, esta vez sí, para probar el arroz.