Una de las bodegas más auténticas de la ciudad, en el sentido amplio de la palabra, es sin duda la bodega Quimet & Quimet del Poble-Sec, con 110 años de historia a sus espaldas y cinco generaciones al pie del cañón.
La primera vez que la visité fue hace muchos años, con mi familia. De esa primera visita —que no la última— recuerdo a Quimet padre detrás de la barra en una punta y a Quim hijo, con su hermana, en la otra, tirando cañas y ofreciendo bicicletas sin descanso. Las bicicletas eran una especie de empanadas deliciosas que cocinaba la madre del Quim y que eran motivo de disputa entre los clientes, que se abalanzaban a la barra para conseguir un platillo. Años más tarde, se convirtió en la sede social del grupo de estudiantes. Entonces todo el mundo se conocía y la fiesta duraba hasta que Quim, con una paciencia de santo, nos invitaba a irnos a casa.
Lo cierto es que llevaba unos años sin acercarme y hoy, al cruzar la puerta, Quim me dice, te conozco y no sé de qué. Al ponernos al día, mira por dónde me ha recordado que nos prohibió la entrada durante un mes entero porque la habíamos liado demasiado. Nos hemos reído juntos recordándolo.
Abierta en el año 1914 en el barrio del Poble-Sec, el bisabuelo de Quim empezó, como muchas otras bodegas, vendiendo hielo y vino. Con el tiempo, empezaron a ofrecer desayunos de tenedor a los vecinos y trabajadores, para llegar paulatinamente a ser lo que son ahora, verdaderos especialistas en producto enlatado, que combinan de la manera más sorprendente y que hace las delicias del personal. Veremos cómo evoluciona la cosa, ahora que ya se han incorporado al paisaje del Quimet & Quimet los hijos de Quim, y quinta generación, tras terminar sus respectivos estudios. Aunque comentamos que trabajar en familia no es fácil.
Rememoramos los años gloriosos, en los que no parabas de oír "oído, terraza, diez cañas y diez bicicletas". La terraza no existía como tal, pero invadíamos la calle Poeta Cabanyes utilizando los capós de los coches para dejar las bebidas. Curiosamente, ningún vecino se había quejado nunca por el ruido de los clientes en la calle, ni por utilizar los coches como mesa, lo que hoy en día sería impensable, ahora que todo el mundo tiene la piel tan fina.
Distraído entre las risas de los clientes que me rodean, con una cerveza en la mano y ante unas anchoas del Cantábrico con olivas, Quim me dice que ahora todo el mundo quiere llegar a Barcelona y encontrarse la Barcelona de los años ochenta y ambos estamos de acuerdo en que esto, desgraciadamente, no es posible. Ya sea por el crecimiento desmesurado del turismo o porque muchos de los ciudadanos de la ciudad son ahora de otros países.
Pido la gamba con pimiento del piquillo y el erizo con atún y tomate, me sirven una cerveza tostada que personalizan especialmente para ellos. Entre las combinaciones más exitosas, están los nísperos con anchoas, los espárragos con salmón, la mojama, el paté con setas y trufa o las habas con bacalao, aunque a la gente le gusta probar muchas cosas distintas y no se inclinan por una sola. Los enlatados fundamentalmente son del país y, como ejemplo, le gusta más trabajar con cohombros de mar, dorada o lubina —que no suele tener nadie— que con caviar, que te lo encuentras en todas partes. Me recuerda que somos una potencia mundial en productos enlatados, y que Francia e Italia van detrás de nosotros, pero, por el contrario, en esos países las latas tienen mejor fama que aquí, algo bastante inverosímil.
Contento de reencontrarme con Quim, doy fe de que el Quimet & Quimet sigue siendo una de las bodegas imprescindibles de la ciudad, aunque seguro que vosotros ya lo sabíais, ¿verdad?