Hoy me acerco al barrio del Poble Nou, concretamente a la centenaria Bodega J. Cala, situada en la calle Pere IV. La bodega abrió sus puertas en 1927 de la mano de Ricardo Roca. Entonces, la vía de negocio era fundamentalmente la venta de vino a granel. Una vez jubilado, traspasa el negocio en el año 1981 a Joaquima, madre de Joan Antoni González Cala, actual propietario junto con su pareja, Rosa Flores. Joan y Rosa son del barrio de toda la vida, y este hecho, junto con la ubicación del local, lejos de las zonas turísticas, contribuyen al buen ambiente que se respira, siempre lleno de vecinos, pero también de visitantes habituales, como Carlos, que cada semana se deja caer para zamparse unas anchoas y un vermú, según me cuenta, no antes de cruzar la puerta de un color indeterminado, de la que cuelga un letrero que anuncia "tenemos anchoas del norte".

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Bodega J. Cala / Foto: Víctor Antich

Es media mañana, pero los parroquianos más matinales ya están refrescando la garganta con un vermú de la casa y zampándose unas anchoas, porque —dejadme que os diga— a la Bodega J. Cala se va a comer anchoas y a beber vermú.
Lo primero que sorprende al entrar es el fabuloso suelo de madera que mantienen desde la apertura del local. Me viene a la memoria el suelo del desaparecido pub The Quiet Man, en la calle Unió, el primer pub irlandés que abrió en la ciudad de Barcelona. Pues bien, la leyenda dice que el irlandés que inauguró The Quiet Man trajo directamente el suelo de madera de un pub de Dublín para mantener, así, la esencia de los pubs irlandeses. Nunca he sabido si era cierto o no, debo decir. Lo que era completamente cierto era el buen ambiente que se respiraba en el pub en cuestión en aquellas noches eternas anebladas por la ingesta constante de cerveza Guinness.

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Bodega J. Cala, botas / Foto: Víctor Antich

La bodega también mantiene la decoración de época. Así, las paredes están llenas de antiguas botas de vino, botellas perfectamente alineadas de varios elixires para animar el cuerpo y el espíritu, la antigua nevera con puertas de madera y tiradores metálicos, fotos y pósteres antiguos, pero también llaveros a montones; qué queréis que os diga, una obsesión como cualquier otra.

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Pared Bodega J. Cala / Foto: Víctor Antich

Mientras pruebo las anchoas y el vermú, Joan me explica que las traen directamente de Santoña en potes de diez kilos en salazón, y todas las mañanas Rosa las desala con aquella alegría. El vermú es del país y lo traen de una empresa familiar de Tarragona. Cabe decir que una parte de la clientela se inclina más por el vaso de vino del Priorat y el morro frito, que también es una buena opción, junto con los quesos y el embutido artesano.

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Carta de vinos. Bodega J.Cala / Foto: Víctor Antich

Me despido y salgo a la calle, pero está lloviendo a cántaros, vuelvo a entrar de golpe. -Va, Joan, ponme otro vermú con anchoas, por favor, le digo. -"Oído barra", me contesta. Entre trago y mordisco pienso que hay que preservar y defender nuestras bodegas contra todos, ojalá la lluvia pase pronto.