Adentrarse en el barrio de Sants y perderse por sus plazas y callejuelas es un pasatiempo muy recomendable, casi una terapia, que os recomiendo practicar siempre que tengáis oportunidad.
Me acerco a la calle de Vallespir, en Sants, a escasos metros de la Bodega de Gelida de la gran Meritxell Falgueras y familia, y me encuentro con la bodega Bartolí, siempre llena de “santsencs” y todo un referente en el barrio que pone luz a la oscuridad con sus desayunos, aperitivos y menús de mediodía.
Aparco la moto justo frente al local y veo la terraza muy animada con sus mesas llenas de comida y bebida. De la pared de entrada al local cuelgan las pizarras pintadas que informan sobre del menú del día y las especialidades. Abro la puerta y, pegado al cristal, un adhesivo anuncia “Bodega Bartolí, Casa Marina, la bodega del carrer Vallespir des de 1939 al seu servei”. La cosa promete.
El comedor está lleno, igual que la terraza, y Vicens, uno de los hijos de Marina, me ofrece una mesa en el patio, donde me ubica entre cajas antiguas de cerveza Moritz y Osborne, palmeras y cubas de vino. Es el típico patio interior que puedes encontrar en cualquier planta baja de Barcelona y que invita a vivir al aire libre.
Cati, pareja de Vicens, me pregunta qué quiero beber y me canta el menú y las especialidades fuera de carta. Hay que decir que el menú de hoy es muy sugerente, con su picadillo, lentejas estofadas, habas con butifarra negra y risotto de setas, pero hoy prefiero escoger otra cosa.
Me traen el agua dentro de una botella de vidrio personalizada con el nombre de la bodega y el pan, y pienso en que la última vez que estuve aquí me zampé unas sardinas en escabeche casi tan buenas como las que hace mi madre y que eran una maravilla. Es una pena que las sardinas en escabeche hayan desaparecido prácticamente de las cartas de los restaurantes en nuestro país, o no se entiende, porque los catalanes son mucho de escabeche.
Me llega la ensaladilla rusa Bartolí con anchoas, que despacho en pocos minutos, ya que venía con un hambre de lobo.
El local lo llevan entre los hermanos Vicens y Albert, hijos de Marina, y sus respectivas parejas, Cati y Pili, que son hermanas entre ellas, y también una tercera hermana, Amparo. Entre toda la familia se encargan de la cocina, la sala y lo que haga falta, siempre perfectamente coordinados y con esa alegría. Marina ya tiene 80 años, pero la edad no le impide cruzar cada día al amanecer la puerta del local para hacer sus tortillas y supervisar que todo está en orden. Ayuda incluso a pelar patatas, guisantes y habas, pero cuando el local se empieza a llenar, a la hora de comer, entonces se abruma y se escabulle hacia su piso justo encima de la bodega.
Me traen los calamares con judías para comer con cuchara; las horas de guiso hacen que estén tiernísimos. Antes, sin embargo, Cati me había ofrecido unas setas, pero el fin de semana me atiborré de ellas y no me apetecían.
Vicens y Albert son expertos buscadores de setas; me enseña unas fotos del pasado fin de semana donde salen un montón de cestos llenos de níscalos que cogieron en la Cerdanya. Estas setas que recogen por las montañas de los Pirineos a menudo te las puedes encontrar en la carta de la bodega salteadas con ajo y perejil, en un revuelto, en una tortilla o en un buen fricandó.
A la Bodega Bartolí la gente va a desayunar, a hacer el aperitivo o a almorzar, aunque muchos días hay gente desayunando a la hora del aperitivo y gente haciendo el aperitivo a la hora del almuerzo. Pero Vicens pone todo su empeño en que todo el mundo esté contento. Considera que hay que ser honesto cada día con la situación que te encuentras, sin prometer imposibles para poder ofrecer un buen servicio. Los platos más solicitados fuera del fantástico menú que ofrecen cada día acostumbran a ser las sardinas en escabeche, la tripa, la capipota, el fricandó, las setas, los caracoles y las croquetas.
Con la tarta de queso hecha en casa doy por terminada esta fabulosa comida y me despido de todo el mundo hasta la próxima. Por suerte tenemos Bartolí para rato, porque cuando a los hermanos les llegue la hora de jubilarse y den un paso al lado, sus parejas, que son más jóvenes, tienen previsto continuar con el negocio; eso sí, adaptando el espacio y la carta a las necesidades del momento. No hace falta esperar hasta entonces para ir, pues la Bartolí está ahora mismo en su mejor momento y hay que aprovecharlo.