Esta semana se ha celebrado el Día Mundial del Pueblo Gitano. Este año, el Gremio de Pastelería de Catalunya (y en relación con el hecho de que Catalunya es Región Mundial de la Gastronomía 2025) ha consensuado que los postres catalanes más icónicos son el brazo de gitano. Ni crema quemada, ni panellets, ni xuixos, ni carquiñoles. Han escogido el brazo de gitano porque es una técnica originalmente catalana y de tradición muy arraigada en el país para acabar cualquier celebración.

Es cierto que encontramos otros postres muy similares en otros países, pero la particularidad del nuestro no es de lo que está relleno —puede ser de crema, trufa o nata— ni del hecho si está acabado con azúcar glacé o yema quemada, sino que no sea un Tigretón. Es decir, que la gracia es conseguir un cilindro de crema, trufa o nata envuelto por una fina lámina de bizcocho. La otra particularidad es el nombre. En los brazos de otros países les falta la gracia de tener un nombre tan polémico como el nuestro. Aunque los ingleses no se quedan atrás, lo denominan brazo de hombre muerto porque además de la crema o la nata también ponen mermelada de fresa que tiene una retirada en la sangre de las venas del brazo.

Pues sí, desde hace años y décadas, cuando el domingo a la hora de los postres estamos haciendo cortes en el brazo, los catalanes nos preguntamos de dónde sale este nombre tan curioso. Y la verdad es que, a pesar de la curiosidad que nos genera, los nombres populares tienen difícil etimología porque, precisamente, les falta la documentación fundacional. Sobre el tema que nos ocupa, he sentido hasta tres versiones.

De la primera, ya os adelanto que tiene su gracia y todo el sentido, pero me parece que es totalmente inventada. Según el relator, un patriarca gitano compraba los domingos un pastel enrollado en la pastelería de su barrio. Siempre pedía que fuera más largo porque el clan era muy grande. El pastelero harto de no acertar la medida del pastel, le preguntó cómo lo quería de largo y el patriarca señaló la medida de su brazo. Otra teoría es que la forma cilíndrica, de dimensiones comparables al antebrazo de una persona, y la cobertura de yema quemada le hace tomar un aspecto moreno como el color de la piel de los gitanos. También dicen que la decoración con cerezas y merengue recuerdan a la manguera del traje típico que lucían a las gitanas a las fiestas.

Pero la versión que tiene más credibilidad es que en el s. XIX los caldereros de cobre, muchos de ellos gitanos, que reparaban o venían utensilios en las pastelerías, recibían como obsequio trozos sobrantes de pasteles que se enrollaban en bizcocho y que se llevaban bajo el brazo. Era una práctica habitual recompensar los servicios de los trabajadores externos con dulces, especialmente en fechas festivas. En cualquier caso, la comunidad gitana ha aplaudido el consenso del gremio de pasteleros porque celebra que se asocie la etnia a una cuestión positiva y tan dulce como estos postres.

La comunidad gitana ha aplaudido el consenso del gremio de pasteleros porque celebra que se asocie la etnia a una cuestión positiva y tan dulce como estos postres

Eso es porque aunque este año hace 600 años que Catalunya fue la puerta ibérica para los gitanos, la comunidad sigue sufriendo el estigma y siente un enigma para los tipos. Pero, a pesar de sus costumbres blindadas, arraigadas, firmes e inamovibles durante siglos, los gitanos han contribuido en la configuración actual de la identidad cultural catalana. Palabras que usamos cotidianamente, como «pasta», «chaval», «canguelo», y lo que más nos interesa a nosotros, «halar», son de origen romaní.

Precisamente «halar» es uno de los aspectos más importantes de la cultura gitana, quizás también por su falta en tantos momentos de su historia. Siempre que entras en una casa gitana te invitarán a café y te preguntarán si has comido. La hospitalidad, la familia, la solidaridad, la lealtad y el respeto para la sabiduría de los abuelos del pueblo gitano son valores que tendríamos que admirar y, por descontado, incorporar. Tal como decía Jaques Derrida, filósofo francés, la hospitalidad no es recibir a los amigos, sino abrir la puerta a quien nunca la abrirías. 600 años después de la entrada de los gitanos en Catalunya, quizás ya va siendo la hora de abrirles la puerta, conocer mejor su cultura, sus valores y compartir en mesa un brazo de gitano.