Los de la generación que no tuvimos móvil hasta los 30 años pasábamos las largas horas de coche sin aire acondicionado jugando al 'Veo-Veo' o, en mi caso, al Pare Carabasser. Un juego con un nombre que nunca he sabido sacar el quid de la cuestión, pero del cual recitábamos de memoria aquellas primeras frases: ni blanco, ni negro, ni oro, ni plata, ni color de chocolate. Quizás tiene poca relación con el artículo que escribo, pero cuando he leído la noticia en el diario, me ha venido como un trago de nostalgia: la madre y el humo del cigarrillo, los kilómetros, el coche, los hermanos y el sonsonete mil veces repetida del juego de Pare Carabasser, y he pensado que seguro que todos los lectores coetáneos también se merecen estos momentos reconfortantes de melancolía, aunque no venga a cuento.
Alternativas de alta calidad proteica a la carne o al pescado
La noticia a la cual me refiero unas líneas más arriba tiene de título "Ni carne ni pescado". Y explica que el IRTA, el Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias, está trabajando para buscar alternativas de alta calidad proteica a la carne o el pescado, con el objetivo de poder seguir una dieta igualmente equilibrada, pero mucho más sostenible con el medio ambiente. Hongos, algas, insectos y legumbres son las principales materias primas para elaborar procesados que nos hagan tener la ilusión de comer un entrecot sin haber tenido que engordar un ternero.
El artículo me ha hecho pensar en todos aquellos productos que fueron creados para resolver situaciones o por necesidad y, que con el tiempo, han estado de más porque se ha encontrado una nueva tecnología o ingenio con que ha resuelto mejor el problema a solucionar. El anhelo de la humanidad ha sido desde el Pleistoceno garantizar una alimentación segura, suficiente y siempre para todo el mundo. Este anhelo ha hecho retorcer el cerebro de los tecnólogos y los ingenieros con el fin de buscar soluciones, por ejemplo, a la corta vida de los alimentos. Sal, azúcar, vinagre, aceite, cocción, secado, frío... estrategias que alargan la caducidad y que garantizan el aprovisionamiento durante las temporadas de baja productividad natural. La despensa.
Cuando los nuevos artilugios, cuando la tecnología han superado la necesidad de hacerlas, las conservas se han mantenido porque, quizás no son necesarias, pero ¡qué caray!, nos gusta el sabor que tienen. Los escabeches, los seguimos haciendo porque nos complacen no solo para que sean un método de conservar las perecederas sardinas.
Ahora, más allá de garantizar la pervivencia de la humanidad, el anhelo se ensancha a garantizar la pervivencia del planeta. Esta es una frase rellenada de soberbia porque, tal como los expertos insisten en recordarnos, somos nosotros los que estamos en peligro de extinción. Si hacemos el planeta yermo e irrespirable, moriremos todos por falta de aire y de alimentos, pero el planeta se repondrá tan pronto como el depredador – ti, yo, nosotros – desaparezcamos. Y punto.
El anhelo de la humanidad ha sido desde el Pleistoceno garantizar una alimentación segura, suficiente y siempre para todo el mundo
Así pues, ya podemos ir encontrando el gustillo a las hamburguesas de algas y a todas las alternativas en las que el IRTA está trabajando. Pero mientras tanto, por si las moscas, tratemos de aumentar el consumo de legumbres, cereales, hortalizas y frutas, dejando para las grandes ocasiones y las fiestas, de guardar aquellos pollos, si no queremos acabar armando un escándalo de dimensiones monumentales ni que la tierra nos dé naranjas. De manera que es el momento de adaptar la canción de Pare Carabasser e integrarla en nuestra cotidianidad con aquel sonsonete: ni lubina, ni ternera, ni langosta, ni longanizas... los días de cada día... y eso, sí, muchas hamburguesas... ¡De calabaza!