Casa Almirall, ubicada en la calle Joaquín Costa, en el Raval de Barcelona, fue fundada por Manel Almirall en 1860 y es el segundo bar más antiguo de Barcelona; el primero es el Bar Marsella, ubicado curiosamente también en el Raval, con más de 200 años de historia. El local de Casa Almirall conserva, entre otras piezas, un espectacular aparador de madera y una escultura original de la musa de la Exposición Universal de 1888. Su decoración centenaria evoca tiempos pasados y nos recuerda al ambiente bohemio del siglo XIX con un aire modernista. Originariamente, Casa Almirall ha contado con dos ambientes separados por una mampara: la taberna, donde la parroquia se abrevaba y que ha mantenido su decoración original, y al fondo, la bodega llena de botas, donde antiguamente despachaban el vino a granel. Esta trastienda fue remodelada el año 1977 con la finalidad de hacer un espacio cómodo y funcional con mesas bajas, butacas y cojines, pero siempre manteniendo la esencia.
Llamo a la puerta, es media tarde y el bar todavía está cerrado, me recibe Pere Josep Pina, propietario del local con su socio Ramón Solé Solé; él dirige el local desde hace unos cincuenta años y se ha encontrado de todo. Veo que se ha mantenido la puerta, el mostrador, el aparador delante del cual encontramos un imponente mostrador de mármol catalán blanco combinado en la parte inferior con mármol italiano de diferentes colores, y también las luces. Subimos a la vivienda situada justo encima del local por unas escaleras muy estrechas y empinadas. Nos sentamos en la mesa en el comedor, las paredes están llenas de recuerdos y un pequeño balcón da a la calle, desde donde vemos la vida del Raval en plena ebullición.
Los altercados del macrobotellón celebrado en el Raval durante la época del alcalde Joan Clos fueron letales
Lo primero que le suelto a Pere es: "Qué pena la fachada estropeada, ¿verdad?". Veo las puertas del bar pintadas de grafitis y las paredes de la calle igual; me comenta que los altercados del macrobotellón celebrado en el Raval durante la época del alcalde Joan Clos fueron letales para el local, se quemaron contenedores justo delante del bar, que estropearon las puertas de madera y el cartel publicitario original. De mala leche, Pere recuerda que antes del macrobotellón, él y otros comerciantes y vecinos muy vinculados al Raval intentaron sin éxito hablar con el Ayuntamiento para ayudar y prever lo que podía pasar (y acabó pasando) a raíz de la convocatoria de la gente, pero el alcalde Clos miró hacia otro lado y minimizó el riesgo de la convocatoria gestionando la situación lo peor que pudo, convirtiendo el Raval en un polvorín donde los Mossos d'Esquadra y la Guardia Urbana no sabían qué hacer y los vecinos tampoco. Una vecina, reportera gráfica que acababa de llegar de la guerra de Iraq, grabó este vídeo desde el balcón.
Comentamos que la guerrilla urbana es muy difícil de controlar e imposible pararla, y menos por cojones. Había activistas por todas partes, muchos de ellos italianos, prendían fuego a los contenedores con pastillas Pat Fuego, las llamas subían por las escaleras, fue horroroso, rememora Pere: "Estábamos dentro con el extintor esperando que aparecieran los bomberos".
Ahora, con todo, tienen otra pesadilla y es Colau. "Nos llevará a la ruina", dice. "Ha declarado el Raval zona acústicamente contaminada y nos obliga a cerrar una hora antes, y perdemos así la hora de más consumo de un bar". Recordamos una escena de Joan Capri y reímos juntos para cerrar el tema. Pere piensa que la vía pública es responsabilidad del orden público, que son los encargados de garantizar que los clientes podrán entrar en el local. Le pregunto si prefiere el chino de antes o el Raval de ahora. Me comenta que cincuenta años atrás en el mundo había la mitad de gente que ahora, las comparaciones son difíciles, asegura, antes la policía tenía la mano mucho más dura y ahora tenemos el problema de la inmigración, que no es la misma que hace veinte años.
Casa Almirall es (y ha sido) un bar de copas donde a la hora del vermú también puedes tomar unas olivas, patatas, anchoas y tablas de embutidos y quesos. Antes, con Bernat Roselló, mallorquín y farmacéutico de profesión y amigo de Pere, cocinaban alguna tortilla de patatas.
A última hora, cuando nos echaban de Casa Almirall, la parroquia cruzaba el chino en peregrinación hacia el Zeleste
Me he adentrado en el Raval muchas veces, recuerdo el Raval de antes de las Olimpiadas. Os podéis imaginar que no tenía nada que ver con el Raval de ahora, y os tengo que decir que yo lo prefería. Entonces vivía en un piso enorme en Ciutat Vella, en la calle Banys Vells, y frecuentaba el entonces barrio chino, lleno de prostitutas, camellos y yonquis, este hecho no era impedimento para ir a hacer copas a cualquier hora y sin problemas en los locales más emblemáticos, como Casa Amirall o el bar London. A última hora, cuando nos echaban de Casa Almirall, la parroquia cruzaba el chino en peregrinación hacia el Zeleste. En aquella época, la Barcelona musical tenía como epicentro el legendario Zeleste, del también desaparecido Víctor Jou, en la calle Argenteria, donde nació la llamada música layetana, con uno de sus mayores exponentes, el Gato Pérez, donde también vi la Banda Trapera del Río y tantos otros. También había otros locales musicales en el barrio, como el Harlem Jazz Club, el Pipa Club, el Karma, el Sicecar y el Jamboree.
Recuerdo noches interminables en el Pub Quiet Man, en la calle Marqués de Barberà, entonando canciones irlandesas y bebiendo pintas de Guinness como si no hubiera un mañana, donde sonaba música en directo, sobre todo, los viernes; el suelo del pub era de madera y explicaban que lo había transportado el propietario de un centenario pub de Dublín, igual es leyenda urbana, quién sabe...
También recuerdo Casa Leopoldo como si fuera ayer, Rosa nos atiborraba como si fuéramos familia, porque entonces todos éramos una gran familia. La última comida que recuerdo en Casa Leopoldo fue el día de la última corrida de la Monumental; vaya por delante que soy antitaurino, pero allí estaba yo, fue una jornada memorable en la que José Tomás salió por la puerta grande. Desgraciadamente, justo después, empezó la decadencia de la leyenda de Leopoldo, que ha continuado hasta hoy, convertido en un bar chino de menú a 10€.
Escuchadme con las orejas de escuchar, por favor: no me viene a la cabeza ninguna otra manera mejor de preservar nuestro patrimonio de bares que visitarlos siempre que podamos. Así pues, os animo a volver al Raval y volver a Casa Almirall y, como no, volver a nuestros orígenes.