Cuando tenemos un ratito, los catalanes hacemos cosas —es bien sabido. Esta manía coge gran vuelo en tiempo de vacaciones o, más modestamente, los fines de semana. ¡Miramos qué hay, qué toca, qué podemos hacer juntos, y nos ponemos a ello! En otoño, aparte de las batidas de buscadores de setas, después de la vendimia y a partir de Sant Martí de Tours (el 11 de noviembre) es costumbre probar el vino novel. Y en Cal Garrigosa hace años que invitan a celebrarlo.
Cal Garrigosa es toda una institución de Abrera —más concretamente, del barrio del Rebato. Como pasaba el camino real que iba a Montserrat, los barceloneses solían hacer parada y en 1840 Joan Juhera, un hostalero con vista, abrió el primer restaurante. Para llamar la atención en la puerta puso un porrón gigantesco con el reclamo que si conseguías alzarlo con una sola mano podrías beber a pedir de boca —ya lo veis: ¡si en Gales tienen el Excalibur, nosotros un porrón descomunal! Abrera cogió renombre —llegaron a pasar el rey de Marruecos, Peret, Errol Flynn o Alexander Fleming- y Josep Pla habló en su Guía de Catalunya. Todo eso se fue al garete a partir de 1970, que se construyó la variante de la N-II, que ya no pasa por Rebato.
En Cal Garrigosa hace años y años que tienen viñas y hacen vino. Ahora se encarga Martí Sucarrats. Su abuelo dejó de hacer en 1958, cuando se fundó la Cooperativa de Martorell, y Martí, que estudió enología, recuperó la tradición en 1993, invirtiendo en nuevos depósitos y maquinaria y restaurante las tinas del patio de atrás, planta cuadrada y revestidas de baldosas barnizadas, originales del siglo XIX, donde se pisaba la uva. Este año solo han podido hacer mistela —de moscatel y macabeo— porque los jabalíes se han convertido en un problema de verdad: se les han zampado toda la cosecha. «Así como la sequía es un asunto gravísimo y de difícil solución —la Generalitat trata de ocuparse, se habla por todas partes—, de la proliferación de la fauna salvaje que arruina la agricultura a nadie no dice nada, aunque sería mucho más fácil poner remedio: aquí tenemos una gran sensación de impotencia y abandono», me explica Martí.
Así como la sequía es un asunto gravísimo y de difícil solución, de la proliferación de la fauna salvaje que arruina la agricultura nadie dice nada, aunque sería mucho más fácil poner remedio
Así que cada otoño un domingo Cal Garrigosa se llena de gente que brinda alegremente y prueba los embutidos que muy probablemente se feriará. Este año el hermano pequeño, Jordi, acompaña con el acordeón a Josep Sala Andrés, que toca una viola de rueda de fabricación propia. Los asistentes son una bonita mezcla de gente de la región, amigos de la familia y personas del mundo de la gastronomía de que convoca Josep, el hermano medio, periodista que dirige la revista Arrels. Mientras su marido Valentí charla con la concurrencia, en la entrada Maria Miró —la matriarca— no para quieta despachando clientela. Se da buena mano porque es cada día que abre la casa para vender excelente manduca de proximidad: embutidos de Cal Rovira, mermeladas de Montserrat Rull, legumbres Mar-tret, fruta y verdura local... En Cal Garrigosa también se puede comprar vino propio de añadas anteriores y ratafía del Abuelo Guillem, entre otras delicias.
Después de la cata de vino, convocado por la mañana y que dura hasta el mediodía, algunos se quedan a comer allí mismo un costillar improvisado y otros vamos al restaurante Revolta de Esparreguera, donde la chef Silsi Terrazas, venida de Honduras —afortunadamente para nosotros— y su hijo Brannen en la sala se encargan con traza y amabilidad de que todo el mundo esté bien atendido y nos lamamos los dedos con platos tan buenos, como, por ejemplo, su arroz de montaña con lagarto y trompetas de la muerte. Hartos y contentos, hacemos sobremesa —que es domingo y no hay prisa— y comentamos el feliz encuentro, mientras por los ventanales del comedor vemos al sol poniéndose y Montserrat, que articula geográficamente las comarcas centrales y el imaginario de todo el país.