Este artículo no ha sido generado mediante una aplicación de inteligencia artificial, ya que ningún chat GPT sabrá nunca qué significa compartir unos calamares a la romana con alguien en el chiringuito Cala Jóncols, en Roses, ni qué quiere decir beberse una cerveza helada después de toda una mañana en la playa con la garganta seca y los labios salados. Tampoco conocerá el placer de separar un bikini en dos mitades y salivar al ver que el queso se estira elásticamente. Ni la alegría de pedir un café en la taberna napolitana Blau de Santa Caterina y que te sirvan un ristretto perfecto sin haber tenido que insistir en que querías un café 'corto'. Ni la emoción de entrar en casa el día de Navidad al mediodía y que todo, incluso los muebles, huelan a la escudella y la carn d'olla que hace horas que está en el fuego. Nada de todo eso lo podrá escribir nunca ningún artefacto de la inteligencia artificial, creo, ya que quizás las máquinas saben ya hacerlo casi todo, pero el mundo de la gastronomía todavía es un territorio donde los sentidos, las emociones y los matices son un valor tan primordial como el punto justo de sal en cualquier cocción.
Quien entienda la comunicación gastronómica como un mundo en el cual solo importan las recetas o las listas de restaurantes, evidentemente está de suerte porque el chat GPT le ofrecerá tanta información como desee sobre tantas cosas como quiera saber, aparte de dejar en el paro a algún rey Midas digital o televisivo del sector. Ahora bien, por suerte somos legión los que sabemos que la comunicación gastronómica va mucho más allá de eso. El periodismo de profundidad sobre tendencias, productos o elaboradores difícilmente lo podrá hacer un chat GPT, como difícilmente alguna máquina sabrá hacer una crítica con criterio o sabrá describir un vino de la manera como lo hace un buen sumiller. Quizás nos hablará de un Priorat y nos enumerará las especificaciones de uno costero con orientación nordeste, pero nunca sabrá qué es morirse de frío en pleno agosto en los pasadizos subterráneos de la bodega Cims de Porrera con los primos Adrià, abrir un Mas de la Rosa de 1997 y sentir que aquella cariñena vieja te desliza esófago abajo, como si un ángel te hiciera un boca a boca, hasta llegarte al pecho y tener la sensación de que dentro tuyo un capullo de color vino tinto se abre como una inmensa flor.
Las máquinas nos lo podrán decir todo sobre los lácticos fermentados, pero nunca podrán describir por qué en el Motel Empordà, cuando llega el carro de los quesos, de repente pensamos que sería de justicia llevarlo en volandas, sobre los hombros, como un santo a quien sacan en procesión. Un chat nos detallará todo tipo de información sobre las garlandes del Penedès, pero nunca podrá explicar qué significa estar de Erasmus fuera de Catalunya, sentir que llaman al timbre, recibir un paquete grande, abrirlo, encontrar una coca del horno J.Carbonell, comer un trozo, que te caiga una lágrima y enviar un whatsapp al grupo de amigos diciendo "gracias, con un mordisco me he sentido en casa". Nunca una inteligencia artificial conseguirá glosar por qué el olor de boniatos en octubre nos anuncia que tras la esquina hay una castañera, pero también el invierno esperándonos con los brazos abiertos. O por qué todavía hay matrimonios que confiesan haberse conquistado con un arroz a la cazuela. O por qué cualquier mediodía es siempre un mediodía mejor si se casa con un vermú con sifón o un Bitter Kas.
Si quieres conocer los mejores canelones del país, quizás un chat GPT te hará una lista óptima, pero nunca comprenderá qué pasa cuando estás sentado en Ca l'Amador, en Josa de Cadí, y ves al camarero acercándose a la mesa con aquel plato en las manos que Diego Alías ha hecho para ti. Si quieres información sobre el Aplec del Caragol de Lleida, te lo escribirá con todo tipo de detalles, pero nunca sabrá cómo era de particular el alioli de tu abuela cuando los hacía a la brasa y por qué ahora, cada vez que comes caracoles, indirectamente te encuentras con ella y la hechas de menos. Si quieres probar de entender como se hace el vino espumoso con método tradicional, incluso te podrá detallar qué demonios diferencia el cava, el corpinnat y el Clàssic Penedès, pero nunca sabrá qué se siente cuando abres por Fiesta Mayor aquella botella de Gramona Enoteca que llevas seis meses esperando abrir y que ella, igual que tú, lleva quizás doce o quince años esperando que alguien la abra.
Cuando el otro día caí rendido a la berenjena rellena de Somiatruites, en Igualada, pensé que si amo esta ciudad es porque fue en el antiguo Vinari, hace años, donde me enamoré una noche de diciembre de la mujer que amo. Directamente pensé que ningún chat GPT podría describir como yo aquellas ortiguillas de mar con una copita de manzanilla que todavía hoy me hacen paladear una mirada, un mariposeo en el estómago y un amor tímido a punto de estallar. "Quizás es cierto que lo sabes todo del mundo, pero en realidad no tienes ni idea de que es auténticamente la vida", le reprocha Robin Williams a un joven Matt Damon en la escena más famosa de El indomable Will Hunting. Sentados en un parque, el profesor le dice al brillante alumno que si le pregunta cualquier cosa sobre Miquel Àngel, él será capaz de responderle una cantidad brutal de información extraída de todos los libros que se han escrito. El estilo pictórico, la evolución de la obra, su juventud en Florencia, sus conflictos políticos, su amistad con el Papa o incluso su homosexualidad, sí, pero en cambio nunca sabrá describirle qué olor hace la Capella Sixtina ni qué significa estar allí, levantar la cabeza, mirar hacia arriba y contemplar aquel precioso techo.
Tampoco una máquina lo sabrá describir nunca, ya que, por suerte, el arte sirve para expresar aquellos sentimientos que no pueden expresarse solo con datos. El ser humano es por naturaleza sujeto de aquello que vive, por eso nosotros, como receptores de un cuadro, un poema o una copa de vino, nos convertimos también en protagonistas de aquello que estamos visionando, leyendo o degustando. Los chats GPT podrán escribir millones de palabras, pero nunca serán literatura con alma propia, ya que aquellas palabras nunca habrán sido escritas por alguien que ha vivido aquello que expresa. Por eso, precisamente, la inteligencia artificial nunca podrá emocionarnos hablando de gastronomía, ya que como bien dice su nombre, todo aquello que piensa es artificial, un adjetivo absolutamente opuesto a las pochas con almejas y cigalas de Casa Angelina en Les Cases d'Alcanar, o a los callos que cocina la señora Montserrat en el Bar Brusi del Gòtic, o a los arroces del Corpus en Berga. Un adjetivo, en definitiva, que resume en una sola palabra todo aquello querríamos que no fuera nunca un restaurante, un plato, un alimento, una copa, una comida, un artículo, una reseña, un libro y, en definitiva, una persona.