Es el cumpleaños de mi hijo, para celebrarlo cocinaré un pescado de campeonato, una pieza grande, de las que hacen fiesta. Lo haré al horno. En una bandeja pondré unas patatas laminadas, unas discos de tomate, cebolla fileteada, un buen chorro de vino blanco, sal y aceite del bueno sin medida, que un día es un día. Lo hornearé durante unos 30 minutos a 180 °C, removiéndolo ligeramente de vez en cuando. Y los últimos veinte minutos de cocción, pondré la lubina de kilo y medio que hoy tendré que comprar en el supermercado porque la Consol, mi pescadera del barrio, de toda la vida, ha cerrado la tienda.

Cierran las pescaderías de barrio, lo alerta el Gremio de Pescaderos de Catalunya. Pero no es exclusivo de este sector. En mi barrio también han cerrado la carnicería y la pollería. Panaderías con degustación han ocupado los locales vacíos. Ahora no es el momento de adentrarme en el debate de si hacen falta tantas panaderías que, déjamelo decir de paso, no hay ni una que se pueda denominar panadería porque no hay ni una que tenga obrador y todas compran el producto en la misma fábrica de pan y bollería. Ahora no hablaré porque quiero dedicar el artículo al cierre de la pescadería de la Consol y de todas las otras tiendas de barrio de la ciudad.

Las razones del cierre son sencillas. El número de clientes había bajado estrepitosamente los últimos años haciendo insostenible económicamente el negocio y ninguno de los hijos quería continuar con la tienda. De hecho, una causa es consecuencia de la otra

Es el cumpleaños de mi hijo. Hoy hace 28 y, aunque cada año la nostalgia de aquel menor que fue aumenta exponencialmente, convendremos que lo que es natural, lo que todos deseamos es que aquellas criaturas indefensas cuando llegaron al mundo, crezcan y evolucionen, a pesar de los pelos, los grandes y las parejas. De la misma manera que las criaturas, las ciudades también crecen y evolucionan y sentir nostalgia de los tiempos pasados es natural, aunque es imposible parar el cambio. Si nos preocupáramos por quedarnos donde estábamos, seguiríamos tirando los meados por la ventana en una calle sin alcantarillado. Lo que deseo es que el hijo se haga mayor, evolucione, pero sin perder su nobleza, su humanidad y el vínculo en su entorno. De la misma manera que deseo que el modelo de comercio local evolucione manteniendo sus valores.

Cuando el hijo era tan pequeño que ni andaba, la Consol siempre le daba un trozo de mojama, aquel embutido seco de atún. El crío hizo los dientes corroyendo la mojama y creando vínculo con la pescadera, que era persona de referencia. Y yo también saqué beneficio. La Consol no solo me hizo descubrir un producto del que casi no sabía nada, sino que me ilustró de cómo tratarlo, conservarlo y cocinarlo. El oficio de pescadero incluye, sin saberlo, un diploma de profesor, no de los que sienten cátedra, sino de los pedagógicos, transformando la humilde tienda en una verdadera Universidad del Pescado, un indudable espacio de transmisión de conocimiento práctico y concreto.

Todavía no superaba el metro de altura cuando lo solté a solas por la calle con el pretexto de ir a comprar medio kilo de mejillones. La distancia no era más de cien metros, pero cuando, desde el balcón, lo perdí de vista al girar la esquina, estuve con el alma en un puño hasta que, de puntillas, apretó el interfono de casa. Tardó una eternidad en volver, porque delante de él estaba la Milagros, una señora casi centenaria que vive sola en el edificio del lado. La pobre tiene hijos y nietos viviendo en el Canadá, la soledad le agobia y con la excusa de comprar un trozo de merluza, la pescadería es su club social. Si la tienes por delante en la cola, envía WhatsApp, que llegarás tarde. ¡Pero qué quieres hacer! Piensa que la charla diaria de quince minutos es, para la Milagros, la píldora de salud más efectiva de las veinte que toma al día.

Cuando hago compra grande, la Consol siempre me pregunta si me hace tanto falta de pescado. Si le digo que compro "por si acaso" o para ahorrar tener que volver, ella me riñe y me advierte que lo acabaré tirando y eso nos sale muy caro a todos. "El despilfarro alimentario es una de las causas del cambio climático", me alecciona. Me parece tierno como esta mujer vela por mi bolsillo, por una parte, y, por la otra, ama tanto a su producto que no puede soportar pensar que acabará en la basura.

Durante los veranos de finales de la ESO y el Bachillerato, el crío ahorró para hacer el Interraíl con tres amigos gracias al trabajo de mozo "de hacer lo que haga falta" en la pescadería. Hacer el viaje por Europa con los amigos fue un buen aprendizaje, pero la semilla por la emprendería la plantó la Consol, mostrándole todos los secretos y rincones de su pequeño negocio.

Los tiempos cambian, el comercio evoluciona, pero no seamos necios tirando por la borda un modelo que ha perdurado siglos. Adaptémoslo al ritmo de vida del consumidor actual, conservando todos los valores que nos aportan y nos son válidos. He cogido lápiz y papel y los he listado. Me han salido once: ofrecen un trato personalizado y un asesoramiento profesional, generan riqueza local, animan y dan vida en las calles generando tráfico de peatones, hacen que el barrio sea más seguro, fomentan la emprendería, la corta distancia de casa evita tener que utilizar el vehículo haciendo la compra más sostenible.

Que cierren las pescaderías y los comercios de proximidad nos empobrece económicamente, pero también empobrece el barrio y el paisaje

Que cierren las pescaderías y los comercios de proximidad nos empobrece económicamente, pero también empobrece el barrio y el paisaje. Los barrios eran diversos, con una miscelánea de establecimientos que nos hacía autosuficientes, sin necesitar desplazarnos y atrayendo vecinos de otras zonas de la ciudad. Ahora tenemos las mismas panaderías, franquicias de cadena, que encontramos en todos los rincones de la ciudad y del país. Ya lo dice el refrán: pan con, comida de tontos. Somos los consumidores los que tenemos la sartén por el mango, los que tenemos el poder del mercado. Llenamos el cesto con alimentos que tengan un impacto positivo: económicamente, socialmente y medioambientalmente.