Son las tres dadas cuando decido parar mi moto en los alrededores del mercado de Sant Antoni sin saber exactamente adónde ir a llenar la tripa, que ya es tarde. Hambriento, como decía, subo por la calle Comte d'Urgell cuando, de repente, recibo como una señal divina que me lleva directamente al restaurante Bo de Bernat, situado casualmente en la misma calle.
No os daré la brasa con la vida y milagros de Bernat, porque a estas alturas de la película a nadie se le escapa que estuvo once años de cocinero en el bar Gelida, de ahí su bagaje cocinando recetas tradicionales catalanas. Como quien no quiere la cosa, en pocos minutos entro en el restaurante, me siento en la mesa y tengo ante mí una esqueixada guiñándome el ojo. Ser más eficiente es difícil, por no decir imposible. La esqueixada es un plato muy nuestro fácil de preparar, únicamente hay que mezclar una serie de ingredientes de buena calidad con una cierta gracia; aun así, se hace difícil a veces encontrar una que supere el aprobado, y esta lo hace y con nota.

Bo de Bernat / Foto: Carlos Baglietto

Las mesas del comedor están demasiado juntas entre sí y eso me encanta, porque facilita escuchar diferentes conversaciones de las mesas que te rodean. Es el caso de la conversación de los ancianos que tengo sentados a mi lado, que hablan de la carrillada guisada que se están zampando. "¿Cómo está la carrillada?", les pregunto. "Mira, joven, aquí venimos cada semana, y cada vez que venimos comemos mejor que la anterior". Una cosa lleva a la otra, y me encuentro charlando con ellos como si fuéramos amigos de toda la vida. Veremos si la cosa acaba en el Imperator, espero que no.

Bo de Bernat / Foto: Carlos Baglietto

Les pregunto por el bar Gelida y, claro, son clientes habituales, también. Una vez al mes, les gusta sentarse en la barra del Pinotxo y pedir sus calamarcitos con judías de gancho y sus garbanzos con butifarra negra. Sin embargo, el restaurante del barrio que más les gusta es Can Vilaró, con sus riñones al jerez y sus cerebros de cordero rebozados. Esta pareja está claro que han envejecido maravillosamente bien, y no paran. Fijaos en que mañana irán a desayunar al Santornemi, en la avenida de Sarrià, un restaurante que recomendó Rosa Molinero hace unas semanas en La Gourmeteria y que todavía no conozco. Por cierto, el cocinero del restaurante Santornemi coincide que también ha trabajado en la cocina del Gelida. Con la segunda copa de vino pienso que el Gelida es, quizás, la nueva escuela de cocina catalana.

Bo de Bernat / Foto: Carlos Baglietto

Después de la esqueixada, Analisa, pareja de Bernat, me trae el rabo de buey, que ya os digo que no tiene nada que envidiar a otros rabos de restaurantes prestigiosos que he pisado últimamente. La diferencia es que este no llega a los 10 euros.
Una vez que se han ido los ancianos, se me acerca Bernat para ver cómo he comido. Cuando llegó al bar Gelida, ya llevaba unos años en Barcelona trabajando en una marisquería. Ahora ya hace veinticinco años de su llegada desde las Filipinas, y curiosamente conoció a su mujer en Barcelona, aunque también es filipina. La pareja tiene dos hijas que les ayudan los fines de semana, y decidieron vivir en el barrio por comodidad, ya que tienen abierto todo el día ofreciendo desayunos, almuerzos y cenas. Mientras me como el flan de huevo hecho en casa, me comenta que en un mes cocina 180 kilos de capipota y 120 de tripa, una auténtica barbaridad.

Bo de Bernat / Foto: Carlos Baglietto

Me recuerda que él se fue del Gelida pero de muy buen rollo. Guarda muy buenos recuerdos de aquella etapa y mantiene la relación con Gerard, ya que mucha de la familia de Bernat instalada en Barcelona trabaja en la cocina del Gelida. Bromeo con que él se fue pero dejó allí a su familia y me comenta, sonriente: "No te preocupes, están en buenas manos".