Siurana es un pequeño pueblo de treinta habitantes ubicado en el Priorat, en la falda de la sierra del Montsant, a 740 metros de altura y que pertenece al municipio de Cornudella. Enriscado en un lugar inexpugnable sobre el río, hicieron falta los caballeros de cuatro condes para someterlo y fue el último reducto de la reconquista en Catalunya.

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La familia Bartolomé Casademunt en Siurana / Foto: Cedida

Antes de entrar en el pueblo, nos obligan a dejar el coche en un parking en medio del bosque, no llevamos efectivo y la señora que lo vigila nos dice que tranquilos, que aparquemos igualmente; los pueblos tienen estas cosas. Así pues, nos acercamos a paso tranquilo a Siurana, rodeado de la sierra del Montsant, la Gritella y las montañas de Prades; de lejos, vemos el castillo medieval y su iglesia de estilo románico. ¡Qué caray, ahora mismo, me siento como Quim Masferrer en el Foraster!

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Restaurante Siurana

Pero seguimos a lo nuestro. Entramos en el restaurante que tiene el nombre del pueblo, Siurana, donde Andreu, maestro de escuela reconvertido en pastor y jefe de sala, nos acompaña al primer piso donde nos atenderá su hija Jana. Somos once personas y nuestra mesa es la más grande del comedor, un comedor con mesas de madera y manteles de toda la vida.

Nos miramos la carta y, como dice @xavinoriguis, de primero pedimos un picoteo para compartir, y de segundo... ¡también! Mientras nos llega la comida, vaciamos unas cervezas bien frías que nos hemos ganado después de haber pasado la mañana visitando las ruinas de la cartuja de Escaladei, una visita obligada para viajar a los orígenes del Priorat donde los monjes llegaron en el siglo XII.

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Uno de los hermanos Adzerias en Cornudella de Montsant.

Andreu Bartolomé y Maria Casademunt dirigen este local donde hace más de cincuenta años que se elaboran comidas tradicionales, él manda en la sala y Maria en la cocina y su hija Jana les ayuda, los otros tres hijos también echan una mano de vez en cuando. En Cal Siurana producen su propia carne de cordero y de cabrito, ahora mismo tienen un rebaño con 800 cabezas que cuidan entre Andreu y dos pastores más, ¡casi nada!

Por si fuera poco, también hacían vino con uva de sus viñas y estaban especialmente orgullosos del Salt de la Reina, pero cuando nace el cuarto hijo dejan de elaborarlo por falta de tiempo. No obstante, hacen sus propios embutidos, como las longanizas, las butifarras y el tocino de cerdo ecológico que crían los hermanos Adzerias en Cornudella de Montsant.

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Caracoles de la abuela del restaurante Siurana

Jana empieza a entrar y salir cargada de platos: unos exquisitos riñones a la brasa, unas bandejas con xató, unos caracoles de la abuela que encontramos excepcionales solamente hervidos y salteados tal como los cocinaba la bisabuela de Andreu, unos garbanzos con sobrasada y unas tortillas de espinacas con su jugo y judías. A pesar de ir ajetreada, la chica todavía nos explica que en un viaje a los EE.UU. le preguntaron de dónde era y estuvo a punto de decir de Barcelona, ya que suponía que nadie conocía Siurana, pero ella sacó pecho y dijo: "Soy de Siurana", su sorpresa fue mayúscula cuando los americanos, que eran escaladores, le dijeron que conocían el pueblo gracias a sus montañas, por donde pasan cerca de 500.000 escaladores y excursionistas al año.

Manitas de cerdo

Manitas de cerdo del restaurante Siurana

Los segundos no se hacen esperar: paletilla de cordero al horno, fricandó con setas y las manitas de cerdo a la cazuela. Cerramos el festival con unas butifarras que encontramos buenísimas. Según dice Andreu, la brisa del Montsant se nota al comerlas, ya que ha acariciado los lechones desde el primer día. Como hay alguien que nunca tiene bastante, todavía acompañamos las butifarras con unos entrecots al punto.

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Paletilla al horno en el Restaurant Siurana

Por fin, cerramos la comida, no sea dicho, con unas trufas con helado de mandarina y unas rocas de chocolate, para digerir.

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Rocas de chocolate. Restaurant Siurana

Maria y Andreu ofrecen y reivindican una cocina sin prisas, de toda la vida. Les gusta bailar al ritmo del chup chup y del fuego lento, en sintonía con la naturaleza y cuidando una materia prima que en la mayoría de los casos ellos mismos producen. Defienden que la historia de cada uno de nosotros se podría escribir en torno a la mesa, y tienen toda la razón; por lo tanto, os animo a visitar su restaurante y formar parte de su historia y ellos de la vuestra.